EL CASTILLO DE IF: El cronotopo tapatío: la construcción de una ciudad de la memoria

Édgar Adrián Mora nos cuenta de ‘El cronotopo tapatío: la construcción de una ciudad de la memoria’, en El castillo de If


 

Ocurre a menudo, que quienes viven en una época posterior no pueden captar el momento en el que se originaron las grandes empresas o acciones de este mundo. Yo, que busco sin cesar el motivo de este fenómeno, no he podido hallar más respuesta que ésta, a saber, que todas las cosas (incluidas las que al fin consiguen triunfar poderosamente) son en sus comienzos tan pequeñas y de contornos tan imperceptibles que no es fácil convencerse de que vayan a engendrar asuntos de gran importancia.

Mateo Ricci, Historia

DURANTE LA DÉCADA de los noventa del siglo XX un grupo literario mexicano, el crack, lanzó un manifiesto en el cual se postulaba la idea de pensar la novela contemporánea en términos de cronotopo cero, una alusión al término que Mijaíl Bajtín acuñó para describir las nociones de interacción de tiempo y espacio dentro de una obra narrativa. Los integrantes de este grupo aludieron a la idea de una descolocación total de la obra literaria: la historia que podía ocurrir en un tiempo determinado y prácticamente en cualquier lugar. Más allá de lo discutible de la asimilación del concepto, llama la atención el objetivo descriptivo que tal noción pretendía: borrar los referentes regionales o nacionales como parte de la construcción de la obra narrativa. Historias que no requirieran la referencia al lugar de origen o a la ubicación geohistórica de aquel que escribiera.

Siempre me pareció tal postura como un despropósito, aunque la idea, como reto creativo, resultara en cierto punto estimulante. En realidad, de manera personal, me inclino a pensar que uno escribe desde el sitio que ocupa en el mundo y reconstruye éste a partir de los artefactos y mecanismos con los que cuente. Que es imposible desasirse, a partir del puro deseo o la voluntad, de las cuestiones asumidas como parte de la identidad individual o colectiva. Es por eso que me alegró toparme con una obra como Río entre las piedras, una apuesta literaria que combina la tarea creativa de narradores e ilustradores para entregarnos una versión interpretativa, desde el arte, de lo que representa Guadalajara como espacio narrativo, la aspiración de construir el cronotopo tapatío (válganme la expresión).

ilustración de Bea Ortiz Wario

ilustración de Bea Ortiz Wario

La presencia de la ciudad está en todos y cada uno de los relatos que integran esta antología que el editor Antonio Marts se dio a la tarea de recopilar y ordenar, a fin de generar una propuesta que tuviera un sentido específico: crear un fresco de lo que es Guadalajara a partir de diversas perspectivas. Los textos recorren sin mayor problema una gran cantidad de registros genéricos y de poéticas individuales.

Tenemos, por ejemplo, la ficción inaugural del volumen en donde Manuel Fons («Todo lo que nunca te preguntaste sobre la vida de las estrellas y lo que sucedió cuando Woody Allen se mudó a Guadalajara») propone una Guadalajara revolucionada de manera radical porque Woody Allen decide abandonar New York y mudarse, tal situación desata una serie de acciones que desnudan a una ciudad pretenciosa, oportunista y hipster, pero en suma divertida; Gabriela Torres Cuevas, en «Un infierno llamado Candy», describe la manera en cómo los integrantes de talleres artísticos desarrollan relaciones más allá de sus aspiraciones culturales y caen en situaciones personales que nunca pueden estar exentas de involucrarse emocionalmente con alguien con gustos afines, a pesar de la pose y lo falso que muchas veces se esconde tras estos ejercicios; Enrique Blanc, pluma experimentada de la factoría Moho, relata una anécdota en donde tres amigos en la madurez tardía desnudan una verdad irrenunciable: todos moriremos algún día («Infame jueves»); Cecilia Magaña («Vamos a empezar otra vez»), elabora una estampa donde el patetismo de las rupturas románticas son el eje sobre el cual gira la anécdota de su relato; tono similar al que emplea Nydia Pando en «Como si hubieras muerto» en donde la búsqueda de un mesero como prospecto erótico por diversos bares mezcla la ensoñación con la experiencia, la literatura con la tiranía de lo cotidiano; Nylsa Martínez, por su parte, reflexiona a partir de su relato en la manera en cómo las fronteras políticas delimitan también las aspiraciones vitales y sociales, en cómo el tótem familia-nación impacta en la vida individual de los peregrinos del mundo («Cruzar las fronteras»); Mariana Mota, en «Minerva», elabora un texto en donde la figura representativa de la ciudad se convierte en una obsesión destructiva; Hilda Figueroa desarrolla una historia triste en donde un mendigo es rescatado de la calle y éste resulta un artista ligado a la laudería y el canto («Una postal para la memoria de un tango»).

ilustración de Topiltzin BM

ilustración de Topiltzin BM

La sugerencia de lectura que el orden de los cuentos establece permite que el libro fluya de manera más o menos orgánica, a pesar de que existen relatos discordantes que, como anomalías, descolocan de manera momentánea. Es el caso de «El molino o la triste historia de un pobre demente de esta ciudad nueva llamada Guadalajara de Indias que teme que le sean robados sus piensos para convertirlos en pan» de Rafael Medina, en donde las acciones salen del contexto metropolitano y contemporáneo que se había establecido hasta el momento y se permite un salto a un pasado definido por la naturaleza de la historia y el habla del personaje-narrador que reflexiona acerca de la locura y los métodos utilizados para lidiar socialmente con ésta. En la periferia también se ubica el relato «Plaza» de Luis Martín Ulloa, una periferia relacionada con el espacio público como el sitio en donde las historias de comercio sexual y diversidad se tejen de manera casi imperceptible.

Al llegar a «Mercado negro», de Cecilia Eudave, uno sabe que ha pasado algo radical: un relato fantástico que hace alusión al tráfico de órganos con una historia hiperbólica llena de guiños humorísticos. Ese extrañamiento bizarro se conserva en «La taza sin oreja» de Fernando León, en donde los personajes realizan acciones y emiten diálogos que pertenecen, de manera segura, al territorio del sueño o a alguno en los límites con éste. También Ramsés Figueroa experimenta con la descolocación, en este caso de la conciencia, su relato nos presenta las transmutaciones de un cuerpo a otro de una voz que no termina de comprender qué es lo que ocurre, como si todos fuéramos uno y nos negáramos a aceptarlo, como si la voz fuera la de la ciudad («A la vuelta de la esquina»).

El tono fantástico de los relatos se convierte de manera paulatina en un territorio en donde se ubican varios de los textos más interesantes. Gabriel Martín recurre incluso a elementos que se consideran «tradicionales» de la concepción reduccionista del género: trae a Merlín desde lo artúrico hasta la vida nocturna tapatía, en donde el mago regentea un antro non sancto («Merlín trabaja en un burdel«); en «Independencia», Berenice Castillo construye una ficción en la cual lo insólito ocurre: una fuerza extraña divide a Guadalajara e impide que los habitantes de una parte de la ciudad puedan moverse hacia el otro lado, una alusión a El ángel exterminador que se resuelve con ingenio y buen oficio. Héctor Palacios mueve el libro a los territorios de la ciencia ficción en «Ruinas», hay aquí una representación del díptico civilización y barbarie que juega con la idea de cómo ni siquiera la hecatombe global puede borrar esas divisiones ancestrales. En «Pronto, muy pronto» de Elizabeth Vivero, el Día del Juicio Final se convierte en una batalla campal en donde los zombis y las cenizas reanimadas protagonizan una estampa de lo que implica ser, o haber sido, un humano.

ilustración de Pedro Sánchez

ilustración de Pedro Sánchez

El cuento «Portales» de Cástulo Aceves retorna a la ciencia ficción dura, aborda la frontera, cada vez más tenue, entre realidad «real» y realidad virtual: en un mundo en donde la tecnología y el entretenimiento se han vuelto nuevos vicios, la rehabilitación puede ser también parte de un juego en donde los planos de realidad se mezclan hasta indeterminarse. Rogelio Vega se inserta en los vericuetos del terror para mostrar en «Los inquilinos» la manera en cómo las fotografías antiguas guardan misterios que a vece ni siquiera se sospechan; también en el registro del terror con una deriva gótica muy bien lograda se ubica «La oscuridad derramada» con un Carlos Bustos que muestra cada vez mayor oficio en el género: la historia aborda los aparentes trucos baratos de los merolicos de ferias ambulantes tradicionales, trucos que podrían no serlo; J. Raúl Robles también alude al terror, uno que encuentra sus referentes y asideros en Psico de Hitchcock: un hombre que en la disección y en la búsqueda de revivir al ser amado cifra el objetivo de su vida.

Del terror fantástico, los cuentos nos llevan al terror real. Rodrigo Chanape describe en «Hágase tu voluntad» el infierno de la pederastia clerical con una capacidad descriptiva tal que el lector no puede evitar un estremecimiento; de realismo casi naturalista es también «Cajas blancas» de Godofredo Olivares, en donde una niña debe transportar los cadáveres de sus hermanitos muertos ante la imposibilidad de concepción de sus progenitores; el abuso sexual aparece nuevamente en el cuento «Jardines del Bosque» de Édgar Velasco, en donde el objeto de tal acción lo representan las adolescentes migrantes centroamericanas que se ven obligadas a transitar por la ciudad en búsqueda del sueño americano, un cuento duro y que nos hace reflexionar sobre lo que somos y lo que hacemos como sociedad ante fenómenos de este tipo.

ilustración de Elena Guerrero

ilustración de Elena Guerrero

El volumen apuesta por un cierre memorable. Varios de los textos que se quedan resonando por más tiempo en la memoria se encuentran en la recta final de la antología. «La soledad de los peces muertos» de Abril Posas construye un ambiente que me resultó en suma evocador y que narra una historia entrañable: un amor entre rockeros que no puede consumarse porque la tragedia de las razzias, pan de todos los días en los tiempos no tan antiguos del rock cuasi clandestino, hace acto de aparición (es éste uno de mis cuentos favoritos de todo el volumen). Rafael Villegas en «Ciudad que termina» pone en movimiento los elementos que se han convertido en marca de una poética que se construye de manera compleja y consistente: las relaciones entre Historia, fantasía, ensoñación y extrañeza; su historia aborda el testimonio de una interna en un centro de salud mental, se adivina, que se convierte en una máquina de memoria y de historias; Villegas no se resiste a presentar las evidencias documentales de alguna de las anécdotas contada por la protagonista y narradora, por lo que los elementos de veracidad, certeza y verosimilitud se tambalean internamente y dan al cuento un ambiente enrarecido que ya es marca del autor.  Al final, «Objetos perdidos» de Ave Barrera reflexiona sobre el exilio autosumido y la búsqueda de la paz interior en los lugares menos imaginados, un relato que nos permite como lectores cerrar el volumen con satisfacción por el viaje.

A todos estos relatos los acompañan ilustraciones de otros tantos artistas gráficos, de tal manera que la narrativa se combina, con eficiencia variable, con la manifestación gráfica. Es de resaltar el trabajo de diseño que implicó realizar esta antología. Se nota un cuidado eficaz y obsesivo por el detalle. Es un libro que más allá del valor literario que tiene, integra elementos que lo hacen valioso como objeto.

Mateo Ricci quiso construir, a través de su técnica de mnemotecnia, un palacio de la memoria. Un lugar mental en el cual pudiera incluir habitaciones en donde los recuerdos se acomodaran de tal forma que no se perdieran. Río entre las piedras es un ejercicio que intenta atesorar en sus diversas partes una mirada interesada e interesante de alguien que ha experimentado lo que significa vivir en Guadalajara. El palacio de la memoria transmuta en la ciudad de la memoria que se contiene a su vez en este libro. Sin duda, han conseguido construir un cronotopo tapatío, si se permite la licencia y con perdón de Bajtín. A estas alturas seré redundante: es un libro muy recomendable.~

 

Río entre las piedras. Guadalajara como espacio narrativo, Guadalajara, Paraíso Perdido/ Gobierno del Estado de Jalisco/ Proyecta, 2015.