EL CASTILLO DE IF: Un personaje adecuado para el plan

Un texto de Édgar Adrián Mora

 

UNA DE MIS aficiones que no llegan a ser culposas, porque la disfruto mucho, tiene que ver con los programas de casos policíacos. Los CSI, Rizzoli & Isles, Law & Order, The Mentalist, Elementary, obviamente Sherlock. El género policíaco, desde los tiempos de Allan Poe y Conan Doyle con esos dos gigantes primigenios del género que fueron Auguste Dupin y Sherlock Holmes hasta nuestros días, ha experimentado una evolución que muestra nuevas posibilidades de este llamado subgénero.

La evolución más consistente tiene que ver con lo que se ha denominado el género negro (o noir), en donde el policíaco abandona el relato de las aventuras de detectives virtuosos, cerebrales e infalibles y se internan en las partes oscuras (que es casi como decir humanas) de los protagonistas de esas historias. Esa evolución ha ocurrido en la literatura desde los años veinte del siglo pasado, pero ha sido el cine en donde se manifestó de manera más clara y donde se crearon las bases para lo que vendría después. En los Estados Unidos, la memoria de la prohibición del alcohol y la persecución de los comunistas por parte de los servicios del senador Joseph McCarthy, dieron obras maestras que hoy son consideradas grandes joyas del cine en general: Casablanca y El halcón maltés, son una muestra de esto.

Actualmente, la televisión nos muestra un amplio catálogo de las posibilidades de este abordaje de las historias que abrevan por igual de lo detectivesco, del existencialismo, del naturalismo decimonónico e, incluso, de la novela romántica. Y es desde el género negro donde la televisión ha dado grandes obras cuya complejidad de personajes y tramas los han convertido en clásicos contemporáneos: The Sopranos, Luther, The Wire, hasta Breaking Bad. La mezcla de crimen, clandestinidad y oscuridad humana han asegurado que el tratamiento de estas historias se mantengan de manera firme en la frontera del entretenimiento y el arte o, más bien, que lo conjuguen de manera notable.

En México, sería interesante hacer una reflexión acerca de por qué el género negro no alcanzó alturas parecidas, cuando el material de inspiración en cuanto a temas de sordidez policiaca, corrupción política y crimen organizado y desorganizado es amplísimo. Julio Bracho dirigió la película Distinto amanecer en 1943, en lo que parece la manifestación más temprana y cercana a este abordaje narrativo. Aunque, quitándole el aura que le impone pertenecer a la narrativa de la Revolución Mexicana, La sombra del caudillo es también un ejemplo notable de este tratamiento. Una hipótesis que se me ocurre tiene que ver con la censura oficial: quizá las películas que se proponían como muestra de la corrupción policíaca y el bajo mundo fueron censuradas en aras de mostrar una imagen de Estado fuerte y gobierno intachable. La dictadura perfecta borrando la posibilidad de que se asomaran máculas a su gestión revolucionaria.

En la literatura, los ejemplos se decantan por la obra seminal El complot mongol de Rafael Bernal, la serie de aventuras del detective Héctor Belascoarán Shayne debidas a la pluma de Paco Ignacio Taibo II, y las novelas de Juan Hernández Luna. Las anteriores como parte de lo más popular y, hasta cierto punto, conocido por el lector promedio de literatura mexicana. Dentro de esas referencias hay anomalías interesantes como Las muertas, la novela de Jorge Ibargüengoitia sobre el célebre caso de Las poquianchis. Tampoco podemos olvidar el amplísimo repertorio de historias contadas a través del denominado cómic residual que desde las páginas de publicaciones como El libro policíaco y La novela policíaca, sedujeron a millones de lectores durante el auge de este tipo de publicaciones.

En la actualidad, sin embargo, hay un movimiento que impulsa la lectura y el consumo de este tipo de historias y literatura. Historias, además, que muestran un equilibrio interesante entre trama negra y propuesta literaria. Entre este grupo de escritores podemos mencionar nombres como el de Francisco Haghenbeck, Hilario Peña, Imanol Caneyada, Roberto Bardini, alguna parte del trabajo de Bernardo Fernández BEF, Iris García Cuevas e Iván Farías (Ciudad de México, 1976). Este último acaba de publicar Un plan perfecto (Grijalbo, 2017).

El plan al que alude el título no refiere a algún infalible y entreverado mecanismo que haría palidecer a los miembros del equipo de Danny Ocean. Más bien remite a una aspiración mundana y llena de sentido: el plan perfecto para dejar de trabajar y dedicarse a vivir de la manera más cómoda posible. El protagonista es Diego Rodríguez (a) El Soñado, cuyo nombre deriva de lo mamón que era al momento de conquistar mujeres. El Soñado tiene la ilusión de vivir de sus rentas, pero para eso necesita un capital que le ayude a echar a andar su plan. Una serie de acontecimientos harán que para él cobre sentido aquella línea cinematográfica famosa: “¿Quieres hacer reír a Dios? Cuéntale tus planes”.

A lo largo de la novela se dan cita una multitud de personajes reconocibles dentro de la realidad mexicana: diputados suplentes que buscan escalar en la pirámide de la clase política y que, a causa de esto, deben buscar los medios económicos para financiarse ese ascenso, sin importar los medios; sicarios de escuela aprendida a golpes de calle y presidio; clasemedieros taimados que confían demasiado en sus habilidades y su inteligencia, pero a los que, diría la voz popular: “les falta barrio”; taxistas dispuestos a modificar de manera radical la suerte que les ha tocado al estar detrás de un volante; mujeres que utilizan el sexo como uno de sus mejores argumentos y que traicionan y son traicionadas en un ciclo al parecer interminable.

La historia se deja leer de manera ágil y los ganchos que el autor va dejando al final de cada capítulo abonan a la continuidad de una historia que se resuelve de manera adecuada a como marcan los cánones del género. Es posible que estemos ante el nacimiento de un personaje que se una a la constelación ya reconocible en las letras mexicanas contemporáneas: Sunny Pascal, Andrea Mijangos, Bugnicourt O’Hara. Hay elementos para que El Soñado, con su conocimiento de las calles de la Ciudad de México y de los bajos y medianos fondos protagonice alguna otra aventura. Será, seguramente, igual de trepidante que ésta. El plan perfecto de Iván Farías.~