El castillo de If: Sobre la ética de la excelencia

Un texto de Édgar Adrián Mora


 

EL PERSONAJE ANTAGÓNICO (aunque para muchos quizá sea el protagonista) que encarna J. K. Simmons en Wiplash (Damien Chazelle, 2014) es uno de los más interesantes con respecto del debate acerca del papel y la misión que debería tener la tarea docente. Este profesor de una de las escuelas de música más importantes de Estados Unidos muestra una metodología que en estos tiempos de corrección política raya en la ilegalidad. Presión extrema hacia los estudiantes en búsqueda de que estos alcancen la excelencia. Ojo, no la genialidad, sino la excelencia. Al parecer, dentro de la mente de Fletcher (el profesor) no cabe la idea de un talento puro que no requiera de trabajo a marchas forzadas y una buena dosis de angustia existencial.

Quizá por el hecho de tener más de una década dedicándome a la tarea docente es que la cinta me generó una inquietud y ansiedad que no había sentido con casi ningún material audiovisual que haya visto últimamente. En uno de los diálogos de mayor tensión, casi al final de la película, Fletcher asegura que su papel dentro de la escuela no tenía que ver con la tarea de enseñar. Su misión estaba dirigida, más bien, a impulsar a través de la presión extrema la aparición de un genio a la altura de Charlie Parker, el enorme Bird.

[pullquote]La maestría, la excelencia, lo sublime que puede alcanzar lo humano está forjado con sangre, sudor, lágrimas y desespero.[/pullquote]

Pero, ¿cómo conseguía esto? Empujando a sus estudiantes a la práctica constante, a la disciplina autoimpuesta, lastimando su autoestima y ego a través del cuestionamiento de sus propias capacidades. Su método se finca en uno de los aspectos más atractivos de la ética protestante, ésa que fue en cierta medida la fundadora del sueño americano y su estilo de vida: elevar el trabajo y la vocación (por completo religiosa en muchos sentidos) como el camino para conseguir ser el mejor en algo. Una de las líneas mencionadas por el personaje en algún momento dan noticia de esto, parafraseo: “Una de las cosas que más han dañado a este país [Estados Unidos] son sólo dos palabras: “Buen trabajo”. El conformismo como causa de la decadencia del imperio americano.

¿Funciona así la tarea docente en otros ámbitos? ¿Los profesores son cazadores de talento dentro de sus propias áreas de pertinencia? A mí me gusta creer que, en cierto sentido, funciona así. Como profesor se experimenta una sensación agradable (más que agradable) cada vez que nos topamos con un estudiante con habilidades y potencial más allá de la media. La media suele ser, muchas veces, nuestro propio talento y experiencia como docentes. ¿Qué cabe entonces hacer con ese estudiante? ¿Estimularlo de manera positiva para que se siga esforzando (una versión superlativa del good job al que hace referencia Fletcher; o empujarlo de manera exigente a que desarrolle todo el potencial que hemos detectado? Algunas de las tendencias actuales dentro de las ciencias de la educación apuntan la necesidad de trabajar con la autoestima de los estudiantes, con el refuerzo positivo; lo otro es considerado antipedagógico, incluso psicópata.

Algo que perdemos de vista, quizá, es que la voluntad para que alguien explore los límites a los que está dispuesto a someterse proviene del estudiante, nunca del profesor. Un profesor puede tener un deseo vehemente de que uno de sus pupilos alcance esas alturas que sospecha puede alcanzar, pero si al alumno no le genera pasión ni interés, no ocurrirá gran cosa. El desenlace de la cinta demuestra en gran medida esa búsqueda y esa crisis existencial. Ese preguntarnos cuál es y cómo podemos construir nuestro lugar en el mundo. Qué hacemos, cómo lo hacemos y cómo los demás se relacionan con esa tarea que ejecuto.

Me agrada que la historia no sea acerca de un sobredotado cuyo sufrimiento y crisis se derive de algo que no sea la búsqueda y ejercicio de su propia pasión. Sí, un maestro puede ser inspirador, pero quien consigue lo que anhela lo hace por el mérito y el esfuerzo que invirtió en ello. La ética del trabajo y de la disciplina es una visión romántica, cada vez más, en un mundo en el cual el cinismo y la inmediatez son nuevos emperadores; sin embargo, lo último pertenece a una simulación del mundo ideal que construimos de manera artificial. La maestría, la excelencia, lo sublime que puede alcanzar lo humano está forjado con sangre, sudor, lágrimas y desespero; elementos que contrastan con la alegría, el alivio, el placer y la plenitud de encontrar aquello que le otorga sentido a la vida. Funciona en muchos aspectos de la vida. La escritura, por ejemplo.~