EL CASTILLO DE IF: La comedia como desgraciada anomalía
La comedia como desgraciada anomalía, de Édgar Adrián Mora, en su blog El castillo de If
CONOCÍ A LES Luthiers por intermediación de mi querida maestra Hortensia Moreno en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Era mi asesora de tesis de licenciatura. Yo investigaba sobre el rock mexicano noventero y hacía una lista de los temas más recurrentes en las letras de las canciones de esa época. Uno de los temas tenía que ver con los mensajes acerca de la planificación familiar. Así que cité la canción «Píldoras» del disco Qué bonito es casi todo de La Lupita. Hortensia me dijo: «esa canción no es de La Lupita, es de Les Luthiers». «¿De quién?», contesté un poco amoscado por el disgusto de que mi asesora me hubiera señalado un error tan elemental. Ella no dijo nada, se metió a la oficina que tenía en su casa (dirigía un maravilloso seminario de tesis en su departamento al que destinaba de manera generosa buena parte de su sábado) y salió con un cassette. La pieza en cuestión era Sonamos pese a todo (un juego de palabras, como el de la mayoría de los títulos de sus discos, a Son amos, pese a todo). Y así fue como escuché la versión original de la canción que llevaba el título «Cantata de la planificación familiar» y que la grave voz de Marcos Mundstock describía así: «Cantata de la planificación familiar opus 22 de Johann Sebastian Mastropiero. Son sus partes: «Desconfíe del ciclo natural», que es un allegro, «La confianza mata al hombre», que es la coda del allegro, y «Calypso de las píldoras», Andante tranquillo senza complicazioni. Versión de la Camerata Tropical de Les Luthiers y orquesta de cuerdas».
Esa anécdota fue la entrada al mundo artístico de una troupe maravillosa de la cual hay pocas posibilidades de comparación en nuestro idioma. Siempre he pensado que Les Luthiers es al mundo del idioma castellano, lo que Monty Python representa para el mundo anglosajón. Y aunque la comparación es abusiva y quizá muy debatible, me gusta pensar en ese paralelismo. Hay en esa habilidad casi divina para el humor, mucho trabajo previo. No se puede decir, de ninguna manera, que la obra de este grupo de argentinos se funde en la improvisación o la inspiración momentánea. Se nota tras de cada uno de los números que han presentado y presentan a lo largo de su carrera un trabajo concienzudo de guión, montaje, ensayo y adaptaciones constantes conforme el tiempo modifica la sensibilidad de su público.
El pasado 9 de abril tuve la fortuna de atestiguar el espectáculo con el que se han lanzado de gira en este año, ¡Chist!, mismo que ya había tenido una corrida previa por Argentina y España. El montaje no es más que una recopilación de varios de los números más exitosos que habían presentado en espectáculos anteriores como Bromato de Armonio o Todo por que rías. Es siempre un placer ver en el escenario a estos actores-cantantes-músicos-humoristas que a la postre rondan ya los setenta años de edad. La creatividad puesta al servicio de la risa y, también, de la crítica social.
Las funciones de esta temporada en México eran las primeras en las cuales no venía al país el maravilloso Daniel Rabinovich, integrante fundador del grupo y, probablemente, el más simpático (si es que resulta posible escoger a alguno entre todos ellos). Rabinovich, que además era abogado y escritor (ver sus cumplidores Cuentos en serio), murió el año pasado. Su ausencia fue una sombra a lo largo de todo el recital. En mi caso una sombra que obligaba a comparar su desempeño con el de los dos suplentes que tienen el complicado papel de llenar su lugar y que, en honor a la justicia, no lo hacen nada mal. Sin embargo, se extrañó el bigote, la sonrisa amplia, la delirante ineptitud que tenían varios de los personajes a los que dio vida. Fue un acierto total que el espectáculo no estuviera dedicado a su memoria o que se hiciera ninguna mención al respecto. Pienso que es lo que él hubiera querido. «El show debe continuar» y esos lugares comunes.
El grupo ya había sufrido dos pérdidas importantes por la muerte de sus integrantes. La primera de su fundador, Gerardo Masana, quien murió muy joven (36 años), sin que la brevedad le impidiera haber dado a la luz a uno de los referentes culturales de América Latina, quienes siempre se han movido de manera desafiante entre la tradición culta y la popular. También fue una lamentable pérdida la muerte de Roberto Fontanarrosa, uno de los más grandes historietistas de humor que ha dado el Cono Sur. El Negro fue un colaborador importantísimo en varios de los guiones de los números y en la planificación de algunos de los espectáculos.
Más allá de la ausencia de Rabinovich saltó en evidencia que Les Luthiers han entrado a la zona de los grupos que se conciben como pertenecientes a la nostalgia de varias generaciones. Y a un culto desenfrenado. En el lugar en el que estaba escuché a una chica detrás de mí recitar todos los parlamentos de cada uno de los números. Había jóvenes acompañados de sus padres. Algunos que parecían más obligados que entusiastas. O avergonzados porque los padres compraron la camiseta, el afiche o agitaban los grandes dedos de cartón en que se imprimió el programa.
Hay evidencia, no obstante, que desnuda la edad del grupo y la dificultad de adaptarse a marchas forzadas a los nuevos tiempos (el grupo fue fundado en 1967). Un elemento es la manera en cómo los chistes sexistas ya no generan la misma hilaridad que en el momento en que fueron concebidos. Las alusiones a la prostitución femenina («La hija de Escipión»), a una violación aparente que sólo ocurre en la confusión armónica («La bella y graciosa moza marchóse a lavar la ropa»), o la homosexualidad («Educación sexual moderna») congelan las sonrisas durante breves instantes en los cuales se cae en cuenta del significado que tales acciones tienen en el mundo contemporáneo.
Resulta paradójico, no obstante, que aquello que ha mantenido mayor vigencia son las críticas que se hacen a los gobernantes, a sus caprichos, su ineptitud y su estupidez. «Himnovaciones» es una pieza que es comprendida sin trabajo prácticamente en cualquier país de América Latina. Habla de cómo el gobierno en turno de un país indeterminado decide modificar el Himno Nacional para ajustarlo a los planes del partido en el poder y para cumplir el capricho del Presidente de aparecer en las estrofas del himno patrio. En un país, México, que cuenta entre su historia reciente con personajes que se dan premios a sí mismos, que construyen monumentos a su figura en medio del desierto, que son omisos a las exigencias de justicia y, más generalizado, evidentemente corruptos, esta pieza tiene resonancias que van más allá de las carcajadas que desata.
Físicamente, las capacidades de los luthiers se notan reducidas. Ya no hay esos saltos acrobáticos que destilaban espontaneidad en números como «Los jóvenes de hoy en día»; ya no los desplantes vocales del bajo en «La hija de Escipión». Y sin embargo, no solamente los que están en el escenario acusan ese paso del tiempo. También los que están del otro lado. Es notorio el hecho de que la idea de «cultura general» que se tenía no coincide con estás épocas de mediatización furibunda y pérdida de referentes. Elementos como la estructura de la ópera como género teatral, la retórica de las críticas que se leían en los dominicales, las asociaciones de escritores y obras literarias canónicas que se enuncian en el número de apertura («Manuel Darío») remiten más a la sospecha de lo gracioso que al conocimiento de la referencia culta que es parodiada.
No hay, por desgracia, nadie que se encuentre a la altura de estos artistas en el momento actual en América Latina. Ni individual ni grupalmente. Alguien que pueda agrupar la crítica social, la cultura popular, la pulcra ejecución musical, el ensayo hasta la perfección de los diálogos, los desplazamientos, los guiños. Les Luthiers pasará a la historia como una anomalía. Una brillante y maravillosa anomalía.~
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