EL CASTILLO DE IF: La Biblioteca es un laberinto donde los dragones hacen su guarida

«Es un producto narrativo propio de la televisión contemporánea que se podría explicar de la siguiente manera: Fringe conoce a Indiana Jones porque un primo de Harry Potter le dijo que el Minotauro y Santa Claus (sí, Santa Claus) existen. Por si gustan.». Un texto de  Édgar Adrián Mora.
 

TRABAJÉ CERCA DE diez años en una biblioteca. Uno de esos edificios que hoy parecen museos o reliquias arquitectónicas para las generaciones que han crecido asociando el conocimiento y la búsqueda informativa a la internet. Mi vida ha estado asociada, desde mi niñez, a las bibliotecas. Desde la pequeña biblioteca pública de mi ciudad natal, en donde se podían encontrar joyas que hoy son inaccesibles incluso en bibliotecas especializadas, hasta la biblioteca de la Universidad Iberoamericana en donde suelo pasar tiempo que no estoy dispuesto a cederle al caos del tránsito de la ciudad. Llego muy temprano antes de mi clase y paso tiempo leyendo o ejerciendo el ocio en ese magnífico edificio.

Conforme pasa el tiempo, la idea de la biblioteca como espacio físico se convierte cada vez más en una anomalía que hace referencia a un pasado inmediato que convive con las nuevas tecnologías. Es difícil explicar a un millenial la sensación que implica pasear por pasillos llenos de libros, con una clave alfanumérica en la mano, en espera de que el tesoro que representa el libro buscado se encuentre en el anaquel correspondiente. Tomar el libro del  estante, abrirlo para checar el índice y verificar la correspondencia entre lo buscado y lo hallado; inhalar, casi por reflejo, el aroma que desprenden las hojas encuadernadas del objeto.

Por lo general se tiende a asociar la vida en las bibliotecas como una vida aburrida, silenciosa y carente de emociones más allá de la llegada de las nuevas adquisiciones. Y a quienes se encargan de mantener esos acervos se les define en términos similares. De tal forma, el oficio de bibliotecario es uno que ha creado incluso una especie de estereotipo con respecto de quienes lo ejercen: gente por lo general de edad madura o avanzada, depositarios de una gran cantidad de información poco accesible por otros medios y que están negados para esfuerzos físicos más allá de levantarse de sus mullidos sillones para ir por el libro que algún usuario solicita.

Por eso para mí, amante y deudor declarado de las bibliotecas, fue un placer tremendo ver una serie de televisión como lo es The Librarians. Spin off de una serie de películas denominada The Librarian, la serie da continuidad a la trama planteada en las cintas. La idea básica es la siguiente: hay una entidad (no es una sociedad, o un grupo de personas, al menos no queda muy claro) que se llama La Biblioteca, que recluta alrededor del mundo a personas con conocimientos y habilidades intelectuales específicas para fungir como administradores de lo que La Biblioteca (que al mismo tiempo es un espacio físico: un conjunto de hileras de estantes que se adivinan interminables y laberínticos) resguarda: los libros y los objetos mágicos y misteriosos que han surgido a lo largo de la historia de la humanidad. La premisa parte de una idea que inserta a la serie dentro del campo de lo fantástico: la magia del mundo, en manos equivocadas, es peligrosa; por tanto se debe ocultar a la vista de los mortales y proteger de las ambiciones de los malvados.

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Parodia de la serie hecha por los trabajadores de la Biblioteca de la Universidad Estatal de Michigan

Para que la  misión de La Biblioteca se cumpla debe reclutar cada cierto tiempo a personas que funjan como Bibliotecarios. En primera instancia sólo debería ser uno, El Bibliotecario (Noah Wyle), como ocurre en las cintas que le dan origen a  esta serie, quien se enfrenta a cuestiones como recuperar la lanza del destino, los tesoros del rey Salomón y otros. Para dar paso a la serie, La Biblioteca escogió no sólo a un Bibliotecario sino a tres, de ahí el plural del título de la misma. Los Bibliotecarios elegidos tienen su propia historia y sus propias habilidades que, en conjunto, generan un equipo de posibilidades variadas y fructíferas. Hay una chica (Lindy Booth) cuya habilidad es la posibilidad de realizar cálculos matemáticos imposibles incluso para las computadoras más poderosas, pero que, a merced del esfuerzo mental que esto le representa ha generado un tumor cerebral que hace que tenga alucinaciones que confunden las funciones de sus demás sentidos (sinestesia) y genera dolores tremendos y sangrados de la nariz profusos. Parece la más frágil, aunque a lo largo de la trama esto queda en entredicho. Otro de los elegidos es un soberbio y presumido ladrón profesional (John Harlan Kim) que puede interferir en casi cualquier sistema de seguridad y convertirlo en obsoleto, tras de su aparente desinterés el motor que lo impulsa a unirse al equipo es la apariencia de reto dificilísimo que esto representa. El tercer integrante, mi favorito, es un especialista en literatura, mitología y arte (Christian Kane) cuya erudición debió ser ocultada a su familia en vista de los conflictos familiares y sociales que eso pudo arrastrar consigo: creció al amparo de hombres rudos dedicados a la perforación y explotación de pozos petroleros en donde, todavía, la afición por cuestiones como el arte o la belleza son sinónimos de falta de hombría. Acompañan a los Bibliotecarios, en esa búsqueda de confirmación vocacional, una Guardiana (Rebecca Romijn), quien se dedica a asegurarse de que todos continúen con vida.

Es así como a lo largo de la primera temporada vemos desfilar por la pantalla las más variadas y eclécticas referencias históricas y literarias: el ciclo artúrico (el cual tiene un papel fundamental, se adivina, en la conformación de La Biblioteca), Nikola Tesla, los cuentos de hadas del romanticismo alemán, los dragones asociados a la mitología medieval, diversos mitos provenientes de la Antigua Grecia (vale la pena ver la actualización que se hace de relatos como el del Minotauro, donde los sacrificios a éste permiten la supervivencia de un corporativo del capitalismo salvaje), las manías de los dragones chinos, la teoría de la relatividad, entre muchos otros. La némesis de La Biblioteca es La Hermandad de la Serpiente, un conjunto de aficionados a la magia que quieren apoderarse de ésta para imponer su visión del mundo y la dominación sobre el mismo.

A pesar de los temas abordados, y del aire de erudición que pudieran desprender, el show es por completo familiar, incluso ingenuo. Esto último es lo que, dependiendo del temperamento, puede impulsar la empatía o el desagrado por la serie. Hay algunos gags lingüísticos y físicos que a algunos les parecerán bobos en exceso, pero que otros estamos dispuestos a dejar pasar merced de disfrutar del resto de cosas que la serie ofrece. En fin, que es un producto narrativo propio de la televisión contemporánea que se podría explicar de la siguiente manera: Fringe conoce a Indiana Jones porque un primo de Harry Potter le dijo que el Minotauro y Santa Claus (sí, Santa Claus) existen. Por si gustan.~