EL CASTILLO DE IF: La belleza, la vida y la revelación siempre están en otra parte
Un texto de Édgar Adrián Mora.
Christian Salmon, en su libro Storytelling. La máquina de fabricar historias y formatear las mentes, plantea una serie de estrategias que los encargados actualmente de la comunicación de los servidores públicos de alto nivel y las marcas comerciales utilizan para generar el impacto más fuerte en sus audiencias. Entre ellos está la manera en cómo los corporativos acuden a la emoción de las personas y a despertar sentimientos de empatía y piedad en búsqueda de que esas reacciones oculten cuestiones más graves como las causas o la responsabilidad de las desgracias. Esas estrategias comunicativas generan nuevas narrativas de la realidad y, por tanto, nuevas interpretaciones de actos que podemos ver de manera cotidiana transformados en cuestiones que pierden relevancia de manera muy rápida.
Un ejemplo de cómo se opera esto lo vemos en la novela de Josemaría Camacho Sevilla, Después de matar al oso pardo (Premio Internacional de Narrativa “Ignacio Manuel Altamirano” 2016-2017, UAEM, 2017), donde acudimos a un salón en donde un terapeuta enviado por una aerolínea conduce las sesiones de grupo a convencer a los sobrevivientes de un accidente aéreo de que el acto del que fueron protagonistas ha sido una fortuna, una lección y una nueva oportunidad. Si consigue construir esa historia, oculta la responsabilidad de la empresa en un accidente que, descubrimos páginas adelante, pudo haberse evitado. Cuando llega la comparecencia ante los medios de comunicación por parte del colectivo afectado, nos damos cuenta de que tal estrategia ha funcionado. Nos dice el narrador:
No se cuestionó nada, ni desde el ámbito legal ni tampoco desde su propia historia vital. ¿Por qué a nosotros? ¿Por qué a él? ¿Por qué se dice que no hubo error humano si el avión atravesó una zona peligrosa? ¿O por qué si aquella no era una zona peligrosa se produjo un evento que terminó matándonos a todos? ¿Por qué no demandamos hasta exprimir el último centavo de una aerolínea que ahorra en nuestra seguridad? ¿Por qué no exigimos que se hagan peritajes profesionales y no poéticos? No, ninguna pregunta. Nadie la hizo. Tampoco yo. Sólo escuchamos una dramática relación de breves hechos reales mezclados con largas imaginaciones colectivas y esclarecedoras e iluminadas conclusiones edificadas por un grupo de gente sensible en situación vulnerable.
Y así como si de un acto de magia se tratara, desaparecen las responsabilidades más importantes y graves dentro de desgracias individuales y colectivas. Las historias ayudan a ocultar y a desviar la atención de aquellos que las atienden. Ese tipo de magia es la que el autor consigue con su novela. Las páginas transcurren una tras otra sin que el lector se percate. Sin demasiado trabajo ha quedado atrapado en una narración en donde el morbo, el interés existencial y una especie de reflexión sincrónica a lo planteado en las páginas se mezclan y se confunden sin que los límites se puedan establecer de manera clara.
Sí, se cuenta la historia de los sobrevivientes de un accidente aéreo que termina con un avión aterrizando en las cercanías del Pico de Orizaba en Veracruz. Pero no se detiene a contar solamente lo relacionado con el accidente, sino que el autor hurga en las vidas privadas de algunos de los involucrados. Lo mismo se acerca al engreído, sin muchas razones, usuario de primera clase; que a la sobrecargo que ve interrumpida su belleza a raíz de la tragedia (aunque, como afirme el autor en paráfrasis de Kundera y de otros antes que él: “La belleza siempre está en otra parte, así se define y por eso existe”); a la incidental mujer que resulta, según sus cálculos, culpable metafísica de la tragedia; o a la mujer que detrás de una rígida formación científica busca la verdad detrás del accidente.
Porque, a fin de cuentas, la novela de Camacho se inscribe dentro de aquellas que buscan confrontar diversos puntos de vista y visiones del mundo para llegar a una conclusión que parece de Perogrullo pero que se olvida con demasiada frecuencia: la verdad tiene que ver con las gafas que se utilizan para observar los fenómenos y las decisiones de las personas. De tal manera, nadie está equivocado y, también, ninguno tiene la razón. Ni quien cree sinceramente que con el poder de la mente y su propia voluntad puede dominar la vida de los demás; ni quien confía en que el accidente ocurre sólo para que Dios le muestre lo equivocado que ha resultado su camino y sus decisiones; ni para quien con lógica envidiable logra dar con la solución material de la tragedia. Todos encuentran su verdad. Eso lo entendemos en una larga disertación al final del texto que, en un principio, parece fuera de tono con respecto del resto del relato pero que, a pesar de cierto tono ensayístico, se convierte en la mejor manera de presentar el desenlace de la historia.
El narrador que lleva la carga de esa historia, de la mirada a través de la cual observamos las acciones de los demás personajes, nos cuenta su propia historia y la manera en cómo se convirtió en ese observador sagaz pero actor perezoso de la realidad y de su propia circunstancia. Se convierte en depositario de una confesión terrible de su padre, una manera de esperar absolución, dada la formación católica del progenitor, por parte de una voluntad para él superior: su propio hijo. Tal perdón no llega. El narrador describe y argumenta el porqué de su decisión.
Hay una gran cantidad de cristianos que aprenden a vivir con el extintor de la confesión. En lugar de que la normatividad religiosa, que en ocasiones es muy estricta y absurda, mantenga a una persona por el camino del bien, le permiten redimirse infinitamente. Una persona puede herir a otra, mentir o robar, porque puede también confesarse y hacer un borrón asoluto, sin necesidad de curar, desmentir o devolver.
En última instancia, Después de matar al oso pardo es una novela de ideas que discurre alrededor de nociones como la verdad, la mirada, la psique, la culpa, la justicia, la búsqueda de sentido, la ausencia de éste, el destino y la falta de fe en casi todas las cosas. Una especie de manifiesto existencialista paradójicamente de creencias firmes en un mundo sumido en el relativismo. Uno de los párrafos finales de la novela parecen resumir el espíritu de la búsqueda que el narrador (y en muchos sentidos, el autor) realiza a lo largo de los dos centenares de páginas:
Toda mi vida he estado esperando a que algo suceda, un hecho fundamental, una convergencia de variables que modifique el curso de la monotonía de mi vida, que la dote de sentido. Cada vez que me pongo a pensar en lo que quiero hacer con mi vida miro hacia el futuro. Una vez que pasa esto, haré aquello. Una vez que haya concluido este proyecto, podré dedicarme a aquel otro que he venido aplazando toda la vida. Siempre, siempre, mi futuro está más preñado que mi pasado. La posibilidad desborda la historia, el hubiera excede infinitamente el es y el camino que queda por delante es mucho más largo que el que tengo detrás. Así veo mi vida, como un camino largo en el que allá, a lo lejos, se ven muchas bifurcaciones, pero nunca llego a ellas. Permanezco en el camino que tengo bajo mis pies, sin opción, esperando, esperando. Cada vez que miro al frente tengo la esperanza de que el panorama haya cambiado, que las salidas del camino central, las bifurcaciones, estén más cerca. Pero siguen allá, detrás del muaré, temblando como el agua de un oasis imaginado. Cada vez que miro hacia atrás tampoco percibo mucho. El camino es muy breve y está completamente escondido en la penumbra.
El hecho de que los seres humanos esperemos eventos espectaculares que nos convenzan de modificar nuestro comportamiento parecen, a decir del autor, una de las cuestiones más recurrentes de la naturaleza humana. La expectativa de la revelación. La búsqueda de ser iluminado. El descubrimiento del yo más profundo. Esta novela consigue que el lector se quede pensando acerca de estos tópicos. Igual para alguno, este libro representa ese evento espectacular que esperaba para darle sentido distinto a su vida. Recomendable, por supuesto.
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