EL CASTILLO DE IF: El destino de las cabezas es rodar
Un texto de Édgar Adrián Mora
¿Ahora entiende por qué me gusta mirar? Porque todo ocurre en mi mente, porque me siento seguro en las ideas, en los pensamientos, que flotan, mutan, danzan, se vuelven fértiles praderas, estanques llenos de vida. Podría estar en mi casa, tomar una pluma y llenar hojas y hojas con mis historias. Una anécdota sería la base y, sobre ella, construiría diversas posibilidades que podrían sustentar la idea inicial o, incluso, contradecirla. Las ideas son maleables, son pájaros que cantan poco y que, por eso, hay que saberlos escuchar.
Alejandro Badillo, Por una cabeza
Una de las características que hacen del trabajo de la escritura un terreno gigantesco a explorar lo constituye la manera en cómo el creador puede relacionar el mundo circundante tangible, eso que llamamos “realidad”, con el mundo que habita dentro de un relato. Algunos mecanismo optan por un intento de retrato fiel de esa realidad (nunca lo es, ni siquiera en los delirios naturalistas), otros crean un mundo con sus propias reglas pero que no puede comprenderse sin los elementos que perviven en el mundo, incluso aquellos que optan por la literatura total, una supuesta creación despojada de referentes reales no pueden escapar a esa fuerza centrípeta.
Por una cabeza (Ficticia/ Universidad Autónoma de Nayarit, 2017) de Alejandro Badillo (Ciudad de México, 1977) tiene una aspiración que media entre todas esas posibilidades. Esta novela, ganadora del Premio Nacional de Novela Breve “Amado Nervo”, construye una alegoría que parte de lo improbable y lo esperpéntico para internarse por los caminos de la realidad lacerante y violenta que experimenta nuestro país en los últimos tiempos. La historia parte de una anécdota mínima: mientras unos hombres desempleados por el avance del crimen en sus pueblos toman un trago en la cantina del pueblo, unos sicarios llegan a las afueras del local, ejecutan y cortan la cabeza de un hombre. La cabeza es lanzada a través de la ventana de la cantina. El protagonista, fascinado por la visión de ese ente (?), objeto (?), la toma del lugar donde ha caído, la echa en su mochila y emprende una huida que tiene resultados impredecibles y que modifica por completo la vida del personaje.
La poética de Badillo se caracteriza por un barroquismo del lenguaje que concatena imágenes de manera tal que la cascada de tropos parecieran decantar el relato por el lado de la lírica. Imágenes acumuladas que transforman, de maneras radicales, los objetos y hechos que designa:
Seguía soñando con la cabeza como una esfera de luz azul que atraía mariposas nocturnas, insectos feroces que abrevaban del resplandor que se volvía líquido en la penumbra. Una cabeza primordial, mil millones de cabezas, las cabezas de todos los hombres, sus múltiples gestos, sus derrotas, condensadas en una sola, escondida en el armario. Cabezas similares en tamaño y forma. […] Cabezas empaladas en lanzas invisibles, mirando con ojos ciegos valles alcalinos, ciudades casi infinitas pobladas por decapitados que llevan sus manos al espacio vacío sobre sus hombros, reconstruyendo febrilmente una geografía imaginaria: arrugas imposibles, líneas que se evaporan a cada instante y que sólo son remedos, risas abiertas, movimientos ahogados.
Abriéndose paso en parajes desolados, desiertos áridos, pueblos abandonados, el personaje se convierte en metáfora de la indefensión del ciudadano común y corriente ante el poder político, económico y criminal que domina la sociedad actual. Policías corruptos, abarroteros asociados con el crimen, criminales que en una épica de conquista de los territorios salvajes se disputan el botín de un país que parece no agotarse jamás.
Algo que sobresale es la capacidad que el autor tiene para, dentro de la dinámica del relato, construir hipótesis acerca de la manera en cómo todo se ha ido acelerada y consistentemente a la mierda. Ideas que se construyen desde algo que es vox populli: el límite entre el crimen y la autoridad es difuso, por no decir inexistente. Badillo utiliza la imagen de un bicéfalo para explicar esto:
Miré la camisa del hombre a mi derecha y distinguí una insignia con el escudo nacional. Como puede suponer este descubrimiento no me sorprendió. Gobierno y delincuencia eran parte de un mismo cuerpo y, por eso, se confundían. Sus límites siempre estaban en movimiento. Piense en un torso que se ramifica hasta volverse una bestia bicéfala. Dos cráneos distintos que abrevan de un mismo manantial de sangre. Las cabezas, para un espectador poco avezado parecen independientes en su construcción y en su discurso. Sin embargo, basta echar un vistazo a las vértebras cercanas al cuello para descubrir un solo entramado de venas, una caja torácica que aglomera órganos en permanente estado de descomposición. A veces las cabezas se ponen de acuerdo y conviven pacíficas. […] cuando domina la cabeza correspondiente al gobierno la violencia persiste aunque de forma más ordenada. […] Pero cuando manda la otra cabeza conformada, en su interior, por engranajes diminutos y malignos, hay una necesidad de vanagloria, de mostrar poder, marcar territorio. Por eso las ejecuciones son espectáculos públicos, una instalación viva hecha para aguijonear la mente de los espectadores, derrotarlos.
Pero no se malentienda. No es esta una novela militante o un ensayo disfrazado. Hay narración y múltiples recursos que reflejan a un creador experimentado y que sabe cómo sorprender o mantener atento a su lector. La voz que cuenta la historia, el desventurado protagonista ladrón de cabezas, cuenta la historia a otro ausente del relato. Se la cuenta al lector directamente. En una proeza de desplazamiento de la mirada y el oído, el lector se convierte en un testigo privilegiado de la aventura. Y la aventura adquiere verosimilitud porque esos relatos se han hecho cada vez más frecuentes, más cercanos, más vivos, más cotidianos. Nadie se extraña o se admira cuando alguien comienza a contar historias que comienzan con “antes era bien tranquilo aquí” o “a ese pobre lo mataron”. Nos hemos convertido en la hipotética rana lanzada al sartén sobre el fuego: no se percata del aumento de temperatura hasta que comienza a cocinarse de manera irreversible.
Alejandro Badillo, con esta obra, consigue transmitir esa sensación de cotidianidad terrible y, al mismo tiempo, de fascinación y asombro por lo esperpéntico de la situación. Unos límites que se vuelven peligrosos en algunos puntos del relato cuando la verosimilitud parece en riesgo pero que, al final, sale avante del cuestionamiento. Sin lugar a dudas, es un trabajo que nos otorgará otra mirada, más allá del periodismo o la denominada “narcoliteratura”, sobre lo que es habitar México en estos turbulentos y mortíferos tiempos.~
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