Donde se narran las aventuras que el tal Cervantes tuvo con las gentes dedicadas a otorgar vacantes en tierra de Indias, de lo que no le otorgaron y de cómo acaecieron los hechos
Relato inédito sobre Miguel de Cervantes ―para conmemorar el Día del Libro y el 400 aniversario de su muerte― que narra la ocasión en que pidió una encomienda en América, misma que le fue negada. Por Édgar Adrián Mora
Y BIEN QUE, sin esperarlo ni tenerlo por prevenido, llegó hasta mis manos la carta de un tal Miguel de Cervantes Saavedra que pedía a S. M. la gracia de un puesto en las Indias, como si esto fuera cosa de pedir y dar. Y viéndolo en extremo necesitado de tal merced, en cuanto sus acreedores menudean en número y parecen en cuanto más necesitados que él mismo, es que decidí leer con atención la dicha carta e intentar, en la medida de mi juicio y saber escaso, dar una solución justa a la solicitud tal, de manera que poniendo atención conseguí echar luces sobre lo escrito en el dicho papel que copio a la letra, para que S. M. juzgue los hechos que vinieron después y tenga a la mano las cosas limpias y vistas sin sombra, dudas o quimeras que la mala intención, Dios nos libre, hubiesen podido poner sobre ella. Fechada el 21 de mayo del año 1590, la carta llegó al Real Consejo de Indias y es, por el que habla, juzgada en cuanto el valor y la verdad de lo que en ella se afirma. Transmito el documento a su señoría:
Miguel de çerbantes sahauedra dice que ha seruido a V. M. muchos años en las jornadas de mar y tierra que se han ofresido de veinte y dos años a esta parte, particularmente en la Batalla Naual, donde le dieron muchas heridas, de las quales perdió vna mano de vn arcabuçaco— y el año siguiente fue a Nauarino y despues a la de Tunez y a la goleta; y viniendo ha esta corte con cartas del señor Don Joan y del Duque de Çeça para que V. M. le hiçiese merced, fue cautiuo en la galera del Sol él y vn hermano suyo, que tambien ha seruido a V. M. en las mismas jornadas, y fueron lleuados a argel, Donde gastaron el patrimonio que tenían en Rescatarse y toda la hazienta de sus padres y los dotes de dos hermanas doncellas que tenia, las quales quedaron Pobres por Rescatar a sus hermanos; y despues de liuertados, fueron a seruir a V. M. en el Reyno de Portugal, y a las terçeras con el marques de S.ta cruz, y agora al presente estan siruiendo y siruen a V. M. el uno dellos en Flandes de alferes y el miguel de çerbantes fue el que traxo las cartas y auisos de Alcayde de Mostagan y fue a oran por orden De V. M.; y despues ha sistido siruiendo en seuilla en negoçios de la Armada, por orden de Antonio de guebara, como consta por las informaçiones que tiene; y en todo este tiempo no se le ha hecho merced ninguna. Pide y supplica humildemente cuanto puede a V. M. sea seruido de haçerle merçed de vn officio en las indias, de los tres o quatro que al presente estan vaccos, que es el vno la contaduría del nuevo Reyno de granada, o la gouernacion de la probinçia de Soconusco en guatimala, o contador de las galeras de Cartagena, o corregidor de la ciudad de la Paz; que con cualquiera de estos oficios que V. M. le haga merced, la Resçiuira, porque es hombre auil y suffiçiente y benemerito para que V. M. le haga merced, porque su deseo es a continuar siempre en el seruiçio de V. M. y acauar su vida como lo han hecho sus antepasados, que en ello Resçiuira muy gran y bien merced.
Y que en investigando los archivos de las solicitudes que a V. M. interesarían con respecto del citado Cervantes, documentado está que hace ocho años, mientras su majestad estaba en Madrid, en regresando de cruel cautiverio en tierras de infieles había pedido merced semejante, la cual le fue negada por virtud de V. M. que lo envió a una misión en las mismas tierras de las que había sido libertado, con recompensa previa y generosa, otorgada por la inteligencia que a su investidura cabe.
Es este Cervantes, hombre de complexión débil y de mirada alerta, aunque al menor descuido se da a la ensoñación y al extravío. Más de dos veces ha tenido noticias de él V. M. por cuestiones de trasiegos dudosos de las cuentas y las contribuciones de que ha sido encargado, y más de uno de los quejosos han proferido injurias y opiniones bajas con respecto del tal señor. Y que ha conocido las celdas, ya no como cautivo al servicio de V. M., sino como sospechoso de haber traicionado la confianza de la Corona al abusar de sus prebendas para enriquecerse de suyo propio con los medios que ahora tanto necesita el ejército y nuestros esforzados soldados.
Más aún, que se dice entre los que lo conocen que es dado a vicios de la carne y vicios de la mente. Que en imaginando se la pasa historias para ser representadas o para ser leídas. Y ya sabemos que nada bueno puede venir ni de comediantes ni de escribanos que no tengan la altura ni la capacidad para que en leídos sean admirados. Hombres por no llamarlos de manera distinta que se pierden en devaneos y falsas ideas, en invenciones y en vapores de toda falsedad. Que así como pueden inventarle la vida a seres inexistentes, seguro podrán poblar la suya propia de aventuras, virtudes y habilidades que sólo caben a su capacidad de irlas imaginando y no a las que puedan ejercer en la realidad para honra del reino y de V. M.
Y también que el tal Cervantes no ha escrito cosa que sea de preciar, más bien es amigo de otros que a su afición le encuentran gusto. Y entre versos, tablados y corrales se le van los ojos y las palabras. Y que para pagar deuda compromete obras que no han sido escritas a hombres del espectáculo que pecan de lo mismo que el cómico, falta de seriedad en lo que asuntos de reales y escudos se refiere. Así mismo es de notar su afición por la discusión de temas impíos y faltos de virtud en lo que respecta a la doctrina y saber que nuestra madre iglesia nos ha inculcado como buenos cristianos. Sin reparar en el daño que a conciencias sensibles y poco dotadas contra la defensa del mal puede acarrear, habla sin reparo de ningún tipo acerca de pecados como el divorcio y el adulterio. Cosas malsanas y que disponen a los buenos cristianos con su propia conciencia, haciéndolos concebir males espirituales graves a su condición de pecadores y de hijos en Jesucristo. No queda más que pensar que el tal Cervantes debe estar mal de la cabeza, esto es, en remate loco, para contravenir e injuriar de tal forma los usos y las costumbres que debemos respetar y atender. Vale, Dios, si no está desbrozando con variados argumentos su propio camino a la perdición.
Y eso no sólo en lo que corresponde a sus letras, diálogos y comunicaciones, S. M. Su vida privada también está llena de locuacidades y disparates que hacen dudar de sus cualidades y su buen juicio. Sépase que por los tiempos en que solicitó a Su Excelencia, por primera vez, un puesto en las Indias, tuvo este Cervantes tratos amorosos y pocos dignos con la mujer de un tabernero llamado Alonso Rodríguez, y la mujer de tal llamada Ana Villafranca (o Franca, aunque por sus actos no quepa el nombre). Y no contento con lastimar de esta manera la honra y hombría del referido dependiente de hospitalidad, reconoció como a su hija a una Isabel de Saavedra que nació de las relaciones impropias que la madre y el cómico mantenían. Después se sabrá, lo cual demuestra que la herencia es algo que va más allá de las cosas materiales y que la naturaleza de los hombres replican sin mirar, que la hija se verá envuelta en amores ilícitos con un portugués, con la anuencia y probable ánimo del señor padre.
Deje en aclararle que no es mi intención el ponerlo en mal término o contrario a la solicitud de merced de su súbdito, sólo intento que V. M. tenga a bien tomar en consideración la forma en que podría obrar al considerar y saber las cosas más que podrían saberse de su naturaleza y disposiciones. Al poco de reconocer a su hija Isabel, casó don Miguel con una mozuela, pues tal era, que no tenía más de veinte años y que llevaba por nombre Catalina de Salazar y Palacios. Y de resultas que el matrimonio fue un fracaso y que a los dos años, sin mediar fruto de hijos o cosa alguna, el tal Cervantes comenzó a viajar por la región de Andalucía sin hacer parada en casa más que para anunciar cómo sus deudas crecían.
Tan mala constitución tenía la familia que en la misma casa vivían la esposa, las dos hermanas de don Miguel, había también una mujer Andrea que era la hija natural de una de las hermanas y había llegado, cuando su madre Villafranca murió, la misma Isabel Saavedra. Esa casa en Valladolid, S. M., carece por completo de buen nombre y las mujeres con las que el solicitante vive se conocen por nombre de «las Cervantas». No se dicen cosas buenas de la familia. Incluso se ha llegado a saber que todas esas personas fueron enviadas a la cárcel por una cuestión de sangre en donde la honorabilidad de la casa y de algunas de las mujeres que ahí habitaban quedó en entredicho.
Pero que no se confunda S. M. con mi diatriba, que ni intento chisme ni pretendo azuzar mayor misterio. Sólo señalo lo que debe encarnar cuestión importante por tener mayor provecho en la decisión que tome al respecto del asunto que le mencioné al principio de todo esto. Y que no crea S. M. que el que habla alcanza mayor beneficio que si permaneciera callado, porque el silencio es dado sólo si en teniéndolo se honra aquello que se reconoce superior a sí. Y las menciones que hacen dudar del valor de este hombre que es Cervantes menudean y en mayor número se cuentan. Reconocer justo es que participó con valor en las campañas que la Armada de V. M. llevó a cabo en tierras de infieles y que en consecuencia perdió una mano y que por esto añade mayores líneas y relevancia a su pedido de merced.
Pero, si S. M. tuviera a bien conceder tan grande gracia, podemos suponer cuáles serán los resultados de tan noble decisión. Que es decir que si el aprendiz de dramaturgo tuvo problemas de rectitud en perjucio del reino al estar a dos pasos de la corte, ¿qué se puede esperar si se le envía allende el mar, donde las noticias tardan tres eternidades y cuando las disposiciones llegan de vuelta a los reclamos han muerto reclamadores y reclamados? Seguro a buen título tomaría cualquiera de los cargos que S. M. le encomendase, ya fuera controlando los suministros de los barcos de Cartagena o las partidas de plata del Potosí. No resulta de fiar el tal Cervantes, a pesar de las cartas que carga y de los favores que reclama haber hecho al reino y a S. M.
Antes bien que mandarlo a construir entuertos en las Indias, convendría mandarlo a deshacer los que por cantidad se cuentan en estas tierras de España. Porque en pensando podemos anticipar las causas en que se verá envuelto por la pura costumbre de faltar a la rectitud y cuenta exacta de sus actos. Y ni para envío de profesor o cosa semejante a las universidades de las nuevas tierras en tanto no se le reconocen ni muchos ni buenos méritos que explotarse puedan. A lo más de cortesano de algún virrey, cosa por demás inútil a mi parecer, por la costumbre antigua y continua que el antes dicho tiene por vagar y recorrer las tierras a las que arriba. Talento para conseguir problemas y escasa fortuna y cabeza para poder darles fin.
Aparte no es un mozo que de juventud pueda presumir. A poco de cinco décadas no es una edad en la que los calores y naturalezas de Las Indias puedan hacer bien alguno, sino antes por lo contrario, es casi seguro que perezca en tanto pise costa, o en piedad de Dios antes. No es recomendable para el cuerpo, y mucho menos para el alma, el irse a vivir a tierra de caribes y a playas donde encallar en la arena es cosa frecuente. ¿Quién podría en sana recomendación mandar a hombre cualquiera a sufrir los climas y sudores que el Nuevo Mundo incitan? Yo no a fe mía y es seguro que ninguno de nuestros médicos o barberos pudiesen consentir en tal cosa. Si a V. M. no le molesta que, como siervo fiel y aconsejador adeptísimo, ofrezca mi humilde opinión, no me queda más que pedirle a don Miguel que sus pretensiones reduzcan en ambición y pida un puesto para gloria del reino y Sus Majestades en tierras de este lado del mar y no más allá de donde los ojos, los oídos y los brazos pueden alcanzarle de efectivas maneras.
¿Qué le parece bien la solución planteada? Pues ejecuto en consecuencia y de inmediato. Escribo al margen de la carta del señor Cervantes: «Busque por acá en que se le haga merced». Y que lo pongo tal para no poner: «tome sus instrumentos y a dar la música en otro lado». Que tenga por seguro, que volveremos a saber de tan insigne personaje, por no decir que los oídos de S. M. seguro tendrán noticias de él, y no por sus obras de poeta o de autor de comedias o historias inventadas, sino por tener vida llena de tribulaciones que, a la mayor parte, se ha buscado por sí mismo de manera clara ante los ojos de Dios y los hombres. Seguro más cárcel, vergüenza familiar y deudas en duros, escudos y doblones. A la fe de Nuestro Señor. Y de obras perdurables o dignas de memoria, nada. Y en hablando de otra cosa le informo a V. M…~
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