Otras vidas: las vidas imaginarias | Blog VozEd
«Quizá el número de existencias que llevamos con nosotros sea equivalente al número de personajes literarios, poéticos o dramáticos que hemos encarnado a través de la lectura, la escritura o la interpretación». #Reflexiones sobre ‘Las vidas imaginarias’, texto de Alexis Santiago /ilustración de Jules Buck Jones.
¿Cuántas vidas caben en una sola persona? Es difícil imaginarlo. Para arriesgar una respuesta tendríamos que considerar un conjunto razonable de aspectos que intentaré enumerar a lo largo de este lacónico escrito. Una vida es muchas vidas. Las circunstancias nos permutan, nos metamorfosean de modos insospechados. Mi fin es hablar de las vidas plurales, d las otras vidas que se ocultan en el interior de nuestra conciencia, de las innumerables vidas que moran en la profundidad de nuestra naturaleza.
Se sabe que los pitagóricos predicaban la creencia de la transmigración del alma (metempsicosis, según el término griego). Cuando a Sócrates le ofrecen la cicuta en uno de los diálogos de Platón, no percibimos un ápice de vacilación o reticencia de él frente a la muerte: ingiere estoicamente el veneno ante las miradas afligidas y suplicantes de sus condiscípulos. Sócrates confiaba en la reencarnación, en el despertar eterno. Profundamente sabía que después de abrevar de las aguas del Leteo y de vagar por algún tiempo en el inframundo, concluiría por regresar al mundo sensible bajo el aspecto de otro hombre; bajo las claves particulares de otra vida. Aprender es recordar, nos enseña su doctrina. Esto quiere decir que el aprendizaje consiste esencialmente en reminiscencias de vidas pretéritas, en recuerdos puntuales que tenemos de circunstancias que hemos vivido en tiempos pasados. Como podemos inferir, llevamos a cuestas el inapreciable peso de diversas e incontables existencias.
Ya en el siglo XIX, un filósofo de Concord, R. W. Emerson, configura una hermosa y admirable tesis que asombra y persuade a Walt Whitman: un hombre es todos los hombres. De raigambre panteísta, idealista y platónica, la doctrina de Emerson profesa un pensamiento que puede expresarse de esta manera: yo vivo en los otros y los otros viven en mí; una sola vida es al mismo tiempo todas las vidas. De este modo, no sólo vivimos nuestra vida, también vivimos la de los demás: la de Shakespeare, la de Kafka, la de William Burroughs. El extraordinario poema Canto a mí mismo, de Whitman, concluyó por ser uno de los más grandes tributos a las poéticas y generosas concepciones del maravilloso autor de Naturaleza. (He aquí el punto de vista filosófico del tema que pretendo desarrollar. A continuación, trataré de esbozar una mirada artística del mismo.)
¿Qué son las vidas imaginarias? Rigurosamente, Las vidas imaginarias es un portentoso volumen de ensayos biográficos –ucrónicos- redactados por Marcel Schwob a finales del siglo XIX. Sin embargo, para comprender la finalidad de este texto, he decidido apropiarme humildemente del título de la obra del erudito escritor de ascendencia judía. Las vidas imaginarias son aquellas vidas que únicamente podemos experimentar a través del arte. Las vidas que sólo somos capaces de encarnar a través de los númenes de la imaginación. Vidas tan intensas, tangibles y dolorosas como las reales. Vidas que nos deforman, que nos desangran, que nos erigen. Las otras vidas: las que se viven como incesantes viajes interiores, como vastas revelaciones metafísicas.
Quizá el número de existencias que llevamos con nosotros sea equivalente al número de personajes literarios, poéticos o dramáticos que hemos encarnado a través de la lectura, la escritura o la interpretación teatral. En esto radica la belleza del arte. Nos da la oportunidad de transfigurarnos, de emular otras vidas, de padecer la extraña metamorfosis de Gregorio Samsa, de resolver enigmas junto al Padre Brown, de entrañar el inconmensurable amor que siente el joven Werther hacia Carlota. Invariablemente, cambiamos de piel cada que nos aproximamos al arte.
Cuando en Persona, de Ingmar Bergman, Elisabeth Vogler pierde el habla durante la representación de una pieza teatral, traducimos su silencio como una rebelión contra la irremediable imposición de las apariencias. Las palabras no son capaces de definirnos porque apenas son vagos símbolos de realidades que ignoramos profundamente. El lenguaje nos afantasma, nos impone una máscara imperceptible pero inevitable. ¿Crees que no lo entiendo? El sueño imposible de ser. No de parecer, sino de ser, le dice uno de los personajes a Elisabeth Vogler. Entonces, ¿es cierto que vivimos una sola vida? ¿Acaso no somos un cúmulo de apariencias, un carnaval heterogéneo de vidas que se entretejen en nuestra persona? Leos Carax desanuda las perplejidades anteriores en un fantástico film de índole experimental: Holy Motors, cuyo protagonista, Denis Lavant, otorga una de las actuaciones más impresionantes de la historia del cine al interpretar a 11 personajes diferentes en el decurso de la filmación. Holy Motors puede ser reputada como una parábola del cambio, como una metáfora de la transformación, como una vasta prueba de que en el ser humano se cifran vidas incalculables.
Deseo finiquitar esta nota con una moneda de uso corriente en la filosofía: un hombre no baja dos veces al mismo río. La vida que vivo hoy no es la que viví ayer ni es la que viviré mañana. Sócrates, Emerson y Heráclito entrevieron en la condición humana una constante fundamental: la variedad existencial. Con vidas imaginarias o no, el hombre siempre llevará consigo el fardo ineludible de variopintas existencias. ¿Qué no es El cuento más hermoso del mundo de Rudyard Kipling un cándido ejemplo de lo que hemos abordado? ¿Qué no son los sueños etéreos y remarcables testimonios de nuestra vasta e inherente multiplicidad?~
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