80P1VM/60: Cómo reafirmar la personalidad
#post_80P1VM/60 de 80 en 1 vuelta al mundo, de Humberto Bedolla
A LOS 40 años ya hay pocas primeras cosas. Pero está claro que, cuando las hay, son realmente impactantes. Puede ser el primer hijo o nieto, puede ser cuando se logró visitar esa ciudad que uno tanto anheló, o puede ser saltar al vacío desde los casi cincuenta metros de altura… Y esas primeras veces (no sé sabe si por la cantidad de esfuerzo y dedicación que requieren, o las grandes dosis de locura que en la edad adulta ya no se comprenden) son, hasta haberlo conseguido, cuestionadas de tal forma que acaban modificando la personalidad de uno. En mi caso, 9 años antes no había saltado en el bungi por falta de dinero, tiempo y algo que podemos llamar visualización. En aquel entonces había que llegar y de buenas a primeras tirarse, sin imaginarse cómo sería. Cómo caminaría por el puente, cómo estaría de pie en el borde, mirando el río de agua verde, la carretera a lo lejos, cómo controlaría el corazón, sobre todo eso, cómo controlaría el corazón y, finalmente, cómo me lanzaría al vacío. ¿Gritaré, lloraré, me haré pipi, me cagaré en los calzones, me dará un paro cardíaco? No lo podía saber. Pero sí podía controlar todo lo anterior hasta el momento justo de saltar. Ahora sabría exactamente cómo sería porque lo habría repasado una y mil veces en mi cabeza.
Y más o menos así fue.
Lo repasé mil veces en mi cabeza, y no porque yo quisiera, sino por la cantidad de veces que me preguntaron si lo haría.
Mañana regresamos a Queenstown, ¿vas a saltar?, preguntó Arancha. En la cena, en el desayuno, mientras subiamos al auto, al comprar unas golosinas, cuando paramos por el segundo café del día: ¿vas a saltar?
Llegamos al lugar, un antiguo puente de metal donde se inventó el primer bongi del mundo y yo ya iba con el corazón acelerado de tantas veces que repasé llegar al puente, esperar a que me pongan la cuerda, el arnés de seguridad, escuchar las instrucciones, pararme en el borde del abismo… antes de contestar sí a la cantidad de veces que me preguntan: ¿vas a saltar? Es demasiado. Seguro que se ha reafirmadó la personalidad de los más de 100,000 que hemos saltado ahí.
En el mostrador la chica que atendía comentó que no devuelven el dinero; era una pasta. ¿Estás seguro que vas a saltar?, preguntó. Sí. Bien. ¿Tienes un corazón fuerte y control de tus esfínteres? Creo que sí. ¿No tienes problemas mentales que hagan que una experiencia fuerte te deje tonto? No lo sé. A esas alturas ya no sabía si mi personalidad aguantaría. Me pesaron: 77 kgs. El número 45 del día. ¡Al puente!, gritó. Mierda. El corazón aumentó en revoluciones. Mi seguridad se cuarteaba. El cerebro me volvía pendejo y las esfínteres iban aflojando. Mi primera vez, pensé. Me acerqué al puente. Esperaba una fila de horas, no había nadie. Directo a la plataforma. Arancha me acompañaba, espera te grabó un vídeo para recordarlo. ¿Cómo estás?, preguntó para iniciar el vídeo. Qué mierda de pregunta es esa. Dejen de preguntar, váyanse, déjenme sólo. No me pregunten si estoy seguro, si saltaré, si estoy bien. Hasta ahora todo ha aguantado: la cartera, los esfínteres, la mente, hasta el corazón, pero mi personalidad se está haciendo pedazos. No lo sé, no estoy seguro. No contesto.
Me vuelve a preguntar si estoy listo una vez terminamos el vídeo. Camino al puente, la que comprueba el peso para calcular el número de cuerdas, el que me pone las cuerdas y el arnés, ese mismo tipo que me dice que me ponga de pie en el borde y sonría a la cámara, otro más que está ahí, al lado, en el borde, dando instrucciones de cómo saltar para no dislocarte los tobillos o morir ahorcado con las cuerdas, todos los mirones del otro lado del puente que son cientos, Arancha que otra vez me está grabando, todos preguntan: ¿Estás listo? Esa es una pregunta que puede hacerte reafirmar en tu personalidad, incluso a los 40.~
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