80P1VM/43: Dos volcanes infinitos
#post_80P1VM/43 de 80 en 1 vuelta al mundo, de Humberto Bedolla
MADRUGAMOS, Y MIENTRAS bajábamos una fuerte pendiente para llegar a una meseta donde está el cráter oíamos un ruido. Era constante, por oleadas. “Será el viento”. Caminamos por un mar de arena. Era un camino corto pero duro, los pies se enterraban. Nos dimos fuerza recordando todo lo hecho para llegar hasta ahí.
Nos costó bastante llegar a Probolingo. No hay alojamiento barato, siempre está lleno -mucha demanda y oferta la justa-, así que los precios son desorbitados, y la calidad básica. Se llega en taxi, que siempre es más caro, o en un shuttle, una camioneta que hace la ruta pero más caro que un bus. Es lo hay. Nos la habíamos jugamos un poco con el transporte intentamos ver si había un bus local. Muchas veces lo hay, pero como no es nada formal (salen cuando se llenan y no hay hora de llegada, tampoco precio oficial cuando uno es turista) pues es difícil. No supimos encontrarlo… Menos mal que habíamos reservamos un hotel.
A punto de llegar a él, uno de los pocos hoteles que estaban en el límite interior del Parque Nacional del Bromo, había que pagar para pasar. Imposible pasar sin pagar. Y la gente local funciona como una mafia. Dejan una valla para que no pase ni un solo auto, te llaman desde una silla para que te bajes y te acerques. Ellos, sin quitarse las gafas de sol (siendo las 9:00 de la noche) te dicen que pagues. Intentas explicar que sí, que lo harás, pero que mañana, cuando vayas al volcán, hoy lo que quieres es ir al hotel. No hay manera. Miras al rededor y hay 5 o 6 tipos mirándote, con las chaquetas de cuero, las gafas y sonriendo. ¡¿En serio se necesitan 6 personas para vender un ticket?! El tipo que nos llamó y que solo preocupaba de no caerse mientras se balanceaba en una silla que no era mecedora comenzó a gritar y chillar: “Si no pagas, no pasas”. No hubo manera de que entendiera. Pagamos y nos dio un boleto que caducaba en 3 horas. “Ah no, o me das uno que sea para mañana o aquí corre algo más que lava”. Finalmente nos lo dio. Al llegar al hotel nos dimos cuenta que no teníamos reserva, habíamos reservado en un pueblo a 300 kilómetros de distancia, mismo nombre distinto distrito. Sufrimos por encontrar una cama… no hace falta contar más, mucho menos cómo era el baño.
Por fin llegamos a una escaleras que suben por una ladera, comenzamos a subir. El viento era más fuerte, es decir, el sonido que escuchamos durante todo el camino iba en aumento y, al llegar hasta arriba fue cuando entendimos -vimos- que estábamos en el borde del cráter. El borde no tiene más de dos metros de ancho, y lo que se escucha no es el viento, sino el volcán,“¡Broommmm!” Un volcán vivo, echando fumarolas, oliendo a azufre y rugiendo. Rugiendo y avisando que estás en su territorio.
Más valía retroceder, bajar con calma y haber hecho una ofrenda, que para eso los locales venden pequeños manojos de paja,… más valía.
Luego fuimos a Ijen, otra aventura parecida, para ver a indonesios subir y bajar el volcán con kilos y kilos de azufre en sus hombros mientras miles de turistas los estorbábamos para ver el “Fuego azul”. Una imagen, la de los mineros que no se me va de la cabeza.~
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