Zap, el sobreviviente

La vida y obra de Robert Zap, personaje ficticio, muy parecido a Robert Crumb.

Robert Zap, artista del comic, nació en el 43, en los Estados Unidos (en una ciudad –Pennsylville- que parecía deshabitada, o bien, habitada sólo por borrachos que tocaban la armónica, por señoras que entraban y salían de la iglesia y por perros vagabundos enormes), en el seno de una familia profunda, inevitablemente religiosa. Su padre, Charles V. Zap, era militar, aficionado al box y a las carreras de caballos y pensaba que sus hijos, todos ellos, eran gays. Por suerte, casi nunca estaba en casa, pues la guerra lo tenía ocupado. Había cuatro guerras en aquel entonces, Charles V. Zap estuvo en todas. «Amaba la guerra», declaró un Robert Zap tembloroso, en alguna de sus entrevistas: «Cuando me veía dibujando se ponía furioso, tiraba sillas y floreros, maldecía, me rompía los lápices».

Robert Crumb | ilustración de Christian Kaw

Robert Crumb | ilustración de Christian Kaw, por su enorme parecido con Robert Zap

La madre, Beatriz, era católica fanática, abusaba del alcohol y de las píldoras para dormir, podía tragarse hasta veinte sin sentir ningún efecto, de hecho murió de sobredosis, cuando Robert tenía quince años.

Eran cinco hermanos en total. Robert, Charles, Madox, Carol y Beatriz. Éstas últimas viven aún. Charles y Madox murieron de maneras muy poco elegantes (detalles abajo). Robert, que siempre pensó que moriría joven, por algún accidente ridículo, o por suicidio, es el único de los hermanos que logró salir de Pennsylville, tener éxito en algo.

Su vocación por los comics, no obstante, fue forzada.

Aquí el testimonio: «Mi hermano Charles me obligó. Me hacía empuñar un lápiz y ponía una hoja de papel sobre la mesa. ¡Dibuja, maldito, dibuja! Si no dibujabas no valías un carajo. Así que yo, asustado, trazaba un par de ojos, una cabeza, una boca, le ponía un par de brazos y luego le agregaba un texto, cualquier tontería, para que Charles estuviera feliz. Pero él nunca lo estaba. ¡Haz que se mueva! ¡Que haga cosas! Entonces yo tenía que inventar una historia, lo más rápido que podía. Fue pesadillesco. Varias veces me hice pipí. Odiaba dibujar, cómo no. Pero al final, si la historia le gustaba, mi hermano me felicitaba con gritos, tomaba el dibujo en sus manos febriles y lo contemplaba como si fuera, no sé, una tablilla sagrada, parecía que fuera a llorar y yo me sentía fuerte, importante, no sabía por qué. Maldito Charles, estaba loco».

De sus otros hermanos poco o nada hay que decir. Carol y Beatriz eran dos pánfilas que «nunca abrían el pico más que para rezar» y en cuanto a Madox, baste con decir que su principal afición, hasta el día de su muerte, a los 24 años, era ingerir pequeños animales que encontraba en las aceras.

No es difícil hacerse la imagen del ambiente doméstico de la familia Zap. La madre y el padre discutían todo el tiempo, cuando éste último se hallaba en casa, y cuando no, las discusiones menudeaban entre Charles y su madre o entre ésta y Madox. Robert, el introvertido, prefería mantenerse lejos, en algún rincón.

«Mi madre –comenta Robert– era muy infeliz. Tenía cinco hijos que no servían para nada y un marido invisible. Trataba de lidiar con todo eso. Iba mucho a la iglesia. Bebía mucho. Creo que nos odiaba. Yo la entendía. Cuando murió me dio gusto. Por fin descansó».

Robert y su hermano Charles hacían copias a mano de las historietas que dibujaban y trataban de venderlas en el vecindario. Fue un desastre. Nadie mostraba el menor interés:

—¿Qué es esto?
—Un proyecto escolar.
—¿Cómo se llama tu maestra?

No entendían nada.

Acabaron por quemar los ejemplares que con gran trabajo habían dibujado, para que su madre no los encontrara. Sin embargo, ante la fogata donde ardían sus historias, que es como decir «su alma», Robert Zap sintió por primera vez el fogonazo de la vocación.

Era un muchacho alto, desgarbado y tímido que se consideraba feo (con justa razón) y nada simpático. Durante toda su infancia y adolescencia fue un marginado, no se juntaba con nadie, era una nulidad.

«Sabía que no podía conseguir a ninguna chica, que era un solitario sin remedio, y eso me hacía sufrir. No tenía ningún amigo, no encajaba en ningún lado. Ver personas divirtiéndose me lastimaba. Entonces me dije: seré un gran artista, el mejor que haya habido, y cuando sea famoso los despreciaré. Mi vocación, entonces, nació del rencor. Toda mi obra es una venganza».

Charles Zap se suicidó a la edad de 27 años pegándose un tiro en la cabeza. Utilizó para ello una de las armas de su padre. Su carta póstuma es un listado de improperios «inconcebibles» en contra del mundo en general y en contra de su familia en particular. En algún párrafo confesaba, en tono humorístico, la crónica obsesión que siempre lo poseyó (y contra la cual batalló durante años) de asesinar a Robert a puñaladas mientras dormía. La carta se filtró y fue publicada por un diario local. Todo el suceso produjo conmoción en la comunidad de Pennsylville, que veía en la familia Zap un ejemplo de moralidad y rectitud católicas. El ambiente familiar pasó de conflictivo a lúgubre. Robert Zap tenía pesadillas que luego, durante el día, traducía en forma de historietas que sólo ayudaron a consolidar su fama de chico raro. «Tienes que irte de aquí, lárgate», le había dicho su hermano en repetidas ocasiones cuando estaba vivo.

Y lo hizo. Finalmente abandonó Pennsylville en 1962. Jamás regresó.

En el otoño de ese año lo vemos en Cleveland, trabajando como diseñador de tarjetas para la American Greetings. Vive modestamente en Buzzy Village, el barrio bohemio, y está casado con su primera esposa, Susan McDormand.

Ese gran motivador que fue Charles V. Zap, le había inculcado a Robert, desde su más tierna infancia, la idea de que era un perdedor de cuerpo entero, ¡un asqueroso afeminado!, que nunca encontraría un trabajo decente y que se casaría con la primera monstrua que se le cruzara en el camino.

Susan, de hecho, era la muchacha más obesa de su clase, no sabía vestirse y usaba frenillos. De temperamento reservado, pero dulce, vino a ser el zapato perfecto para ese pie torcido en que se estaba convirtiendo Robert Zap. Los presentaron a empujones durante una fiesta. ¡Bésense, bésense!, gritaron los bohemios de Buzzy Village (entre los cuales había más de una futura leyenda literaria y musical) y ellos, más bien torpemente, se besaron. Así comenzó el noviazgo, un poco a la fuerza. Como si dos fenómenos de circo hubieran sido puestos juntos para entretención de un público borracho y hambriento, ¡famélico de extravagancias!

«Éramos feos los dos, debía ser muy chistoso vernos juntos –declaró un Robert cínico muchos años después–. La quise mucho. Susan era buena chica. Sabía cocinar y limpiaba la casa. Todo el tiempo estaba tratando de darme gusto. Pero no nos amábamos, eso era evidente. Nos unía la soledad, la desesperación, el horror. No el amor, mucho menos el sexo».

[pullquote]desde su más tierna infancia, la idea de que era un perdedor de cuerpo entero, ¡un asqueroso afeminado!, que nunca encontraría un trabajo decente y que se casaría con la primera monstrua que se le cruzara en el camino.[/pullquote]

Robert muestra cada vez menos interés en la relación. Flirtea (sin el más mínimo éxito) con otras mujeres, lo que provoca en Susan frecuentes ataques de histeria; una noche, en un conmovedor intento por salvar su matrimonio, llega a casa trayendo consigo LSD. Lo había comprado en la farmacia. Por aquellos años era legal y todo el mundo podía consumirlo. «Tal vez esto te anime», le dice a Robert. La experiencia resulta perturbadora para ambos, aunque no de la misma manera. Para Susan fue una total pesadilla. Nunca lo volvió a probar (de allí en adelante se «limitó» a ingerir alcohol en cantidades industriales). En Robert, en cambio, el LSD produce un terremoto de placer y de iluminación: a «Road to Damascus» experience. De repente el mundo real se le revela en toda su monotonía. Sus compañeros de trabajo en American Greetings lo notan raro, más que de costumbre: permanece horas inmóvil, mirando una hoja de papel, una lámpara. «No puedo dibujar una tarjeta más, les dice, si lo hago perderé la razón».

Lo que empieza a dibujar, en cambio, de manera compulsiva, son comics. Ocupa en ello las noches, las madrugadas, las horas de oficina… Susan, impotente, es testigo de estos arranques: una página diaria disparan los enfebrecidos dedos de Zap. Se trata de historias breves llenas de obscenidades «que le pondrían los pelos de punta al mismo Diablo». Las envía por correo a revistas underground en todo el país, como Fucking Toons, Bleed, BUM!, $?*, entre otras (la contracultura vive por aquellos años un periodo de apogeo); muchas de ellas las aceptan, a cambio de una módica compensación. Otras elogian el estilo de Zap, aunque se abstienen de publicarlo porque «¡¿estás loco?!, ¡nos meterían a la cárcel, motherfucker!».

Cuando lo despiden de American Greetings, Susan entra en pánico. Durante varias semanas viven a base de galletas y licor que gorronean en las fiestas, a las que son asiduos. Ella pierde más de doce libras y su figura es un tanto más agradable pero se ha convertido en una alcohólica insufrible: en voz alta recita versículo tras versículo del Apocalipsis mientras camina por la casa enteramente desnuda, esperando que Robert decida tocarla. Pero él sigue abismado dibujando y consumiendo LSD; parece fascinado, como si esperara una señal.

Ésta llega por fin en la primavera de 1965, cuando el legendario historietista Georgie Hoffman publica The Last Supper, un cuento grafico de Zap de tres páginas repleto de blasfemias, misoginia, racismo y otras linduras. Hoffman, entusiasmado, le escribe una carta a Zap donde pondera su trabajo de una manera que parecería desmedida, si hablara de cualquier otro: «¡estás pasado de revoluciones, tío, pateas bellamente los ovarios cancerosos de esta sociedad, y te masturbas a la vez!»

«Puede que haya exagerado un poco, no sé, lo cierto es que aquel cuento me encantó, tenía sexo y violencia, más que suficiente para mí», dirá un Hoffman con cáncer de hígado varios años más tarde.

Como quiera, Zap lee la carta y se pone a dar de brincos (Hoffman era uno de sus ídolos) y sin pensarlo dos veces, ni avisarle a Susan, guarda plumillas, tinta y todo el papel que quepa en su maleta (la famosa maleta verde de Zap) y toma un autobús a New Heavenport, donde él cree que se ubican las oficinas de Mix, la revista que Hoffman dirige, o dirigía, pues el arribo de Zap coincide trágicamente con el cierre de ésta.

«¡Nos han clausurado, chico, y todo por tu culpa!», con tales palabras y un abrazo rápido y fuerte (mientras los policías van de aquí para allá decomisando cosas) lo recibe su ídolo.

Solo, sin ropa ni dinero, Zap se cree por unos momentos perdido, pero Hoffman lo salvará recomendando su trabajo en varias otras publicaciones y ayudándolo a imprimir su propio comic: DIRT, que saldrá a la venta en 1968 y será una repentina sensación; figuras de la escena underground de New Heavenport (Spain Santiago, Spiegel Jonson…) lo saludarán vehementemente como a un igual y colaborarán con él en los siguientes números.

El ascenso de Zap será imparable. DIRT alcanzó ventas record, para un comic underground, y la reputación de su autor como crítico despiadado de la moral convencional quedó bien cimentada con personajes como Naughty Kat (el gato cogelón), Mr. Weed (el gurú de la hierba) y God (sí, Dios en persona). Kingsber, el poeta beatnik, dirá sobre DIRT: «es la encarnación gráfica del desmadroso mundo en que vivimos, es Da Vinci bajo la influencia». Los dibujos de Zap ilustrarán How to fuck with sirens, un tomo de poesía de Roger Chinaski, el escritor borracho. Y la cantante Jasmine Delvine, de quien fue amigo, lo invitará a dibujar la portada de su disco Clockwork Hearth.

«Jasmine solía decirme, ‘ey, Zap, déjate crecer un poco el cabello, aprende a tocar la guitarra, sé hipi, ¡con los mil demonios!, a las chicas nos gusta eso.’ Y yo le contestaba: ‘¡déjame en paz, maldita! Ese rollo no iba conmigo.’ Los hipis más bien me hartaban. Amor libre mis polainas. ¿Paz? Yo no tenía paz. ¿Qué tenía? Nada. Odio, odio para repartir a manos llenas. Usaba pantalones de pana, camisas de cuadros de mangas largas, mi sombrero y mis lentes. A veces, por molestar, una corbata de moño. Alguien dijo en alguna ocasión que yo parecía un profesor de matemáticas estreñido. Ja. Puede que estuviera en lo cierto».

Su figura desgarbada se vuelve habitual en los programas de televisión y en las revistas. Playboy le hace un reportaje. Y Naughty Kat, uno de sus personajes más queridos, es llevado a la pantalla grande por el director Patt Kirby. El filme, dicho sea de paso, le disgustó tanto a Zap que decidió matar al pobre Naughty: nunca volvió a dibujarlo. Pero el mal estaba hecho. Zap era una celebridad. Y sí, la tienda de dulces por fin abría las puertas para él.

«Las chicas bonitas comenzaron a estar interesadas en mí. Yo simplemente no daba crédito. Desde luego, fui un patán. Me acosté con seis una noche: zap zap zap zap zap zap. Una después de otra. Les hacía las porquerías que se me antojaran. Dios. Era un sueño hecho realidad. Y simplemente seguían viniendo, metiéndose en mi cama, te lo juro. No era yo guapo ni listo, ¡ni siquiera millonario! Yo era Robert Zap y con eso tenían, era más que suficiente».

Susan McDormand corrió a buscarlo a Cleveland a principio de los 70`s para pedirle que volvieran y tuvieran un hijo, pero no había caso. «Había recuperado las libras perdidas, estaba hecha un cerdo y su aliento, agh, era de verdad insoportable. Por suerte, nunca procreamos. Hubiera sido una catástrofe», escribió Zap en The World Hates Me, una historieta autobiográfica.

Desde luego, las feministas lo detestaban y lo continúan detestando, cosa que no le preocupa en absoluto, de hecho, parece disfrutarlo. Susan desapareció de su vida y quizá del mundo. Hasta el día de hoy ni los más encarnizados periodistas han logrado dar con ella. Qué anécdotas no podría contarnos acerca del primer Zap, el tímido y genial dibujante de la American Greetings.

En 1978, durante una fiesta en San Francisco, conoció a quien sería su segunda y hasta el momento definitiva esposa, Alice Travinsky, también dibujante de comics. A decir de ambos, Robert la conquistó con la siguiente frase: «qué rodillas tan bonitas tienes». Desde entonces han colaborado en más de treinta libros en donde hablan de su vida diaria, desde cómo duermen hasta lo que hacen cuando van al baño. Zap ha publicado también por su cuenta cerca de veinte títulos en donde aborda temas que nada parecen tener qué ver con el Zap más virulento de los años sesentas. El éxito, como es natural, ha suavizado sus gritos. En 1980 publica un tomo de biografías ilustradas de cantantes de jazz, género del que es fanático. En 1983 ilustra un largo ensayo de Jeremy Bigoff sobre la obra de Edgar Allan Poe. Y en 1990, luego de cinco años de arduo y solitario trabajo, Black Bird Press le editó una adaptación gráfica (sin chistes ni violencia) del Apocalipsis. Para llevar a cabo este trabajo («lo hice por dinero», afirma), se recluyó en el pueblo de Saint Dié, en Francia, con su esposa Alice, quien se encargaba de llevarle comida todos los días hasta el chalet donde trabajaba. No tenía comunicación con nadie, excepto una vez a la semana cuando se permitía llamar por teléfono desde el restaurante del pueblo.

La publicación de Apocalipsis (el libro fue bien recibido por la iglesia católica, que incluso ha financiado varias reediciones) provocó que una oleada de fanáticos acudieran a Saint Dié de manera desorganizada para tratar de hablar o tan siquiera ver a Zap, como si éste fuera una suerte de profeta.

«Era feliz allí, es una lástima que haya tenido que irme. Pero no se podía vivir más. Había pandillas de adolescentes en los alrededores todo el tiempo, ¡revisaban mi basura, por Dios! ¡Querían matarme!».

Actualmente sólo sus amigos íntimos, que son pocos, conocen su dirección.

En su más reciente entrevista, concedida por correo postal, para Neewsweek, se declaró un sobreviviente de sí mismo. «Tuve lo que cualquier hombre anhela y una vez que lo tuve lo desprecié. Actualmente llevo una existencia tranquila, una de las más tranquilas que nadie ha llevado jamás. Mi esposa es divertida. No tengo más qué pedir. Desde luego sigo dibujando pero lo hago para mí. Puedo afirmar que he sobrevivido a mi propia mierda».

En 2008 el Museo de Arte Moderno de Nueva York le dedicó una retrospectiva (él estuvo ausente en la inauguración).

En 2015 se estrenará Zap, un documental sobre su vida.~