Tiempo después
Tiempo después descubrió que era (o no) un #outsider. Un texto de Adrián L. Alexander/ ilustración de Juan Astianax.
1.
Recuerdo cuando fui consiente de ser uno más. Tenía unos 7 u 8 años y disfrutaba de ver un programa que salía en la televisión los miércoles a las 8:00 de la noche. Era un programa de Disney, en el que pasaban dibujos animados y películas. Yo disfrutaba con él, y me sentía único. Al siguiente día, invariablemente tenía la necesidad de compartir con alguien de la escuela las historias que había visto, y nunca lo hacía. Pensaba que no me entenderían. ¿Cómo iban a saber quién era el Pato Donald?, me preguntaba. Sería un incomprendido si llegaba y le contaba a mi compañero de pupitre la emoción que sentí cuando Pecos Bill perdió la cordura cuando perdió a la novia, que fue da a la luna por usar un polisón de metal. Y viví así un buen tiempo, hasta que fui capaz de preguntar a la gente qué habían hecho el día anterior. Lo cierto es que ya estaba en la secundaria, y me sorprendió darme cuenta que absolutamente todo México veía ese programa los miércoles.
Me sentí uno más. Era uno más.
2.
En el bachillerato la cosa cambio un poco. Iba a entrenar natación dos veces al día. La primera sesión era a las 5:00 de la mañana. Salía a las 6:00 y debía atravesar la ciudad para entrar a las 7:00 a la clase sino me la perdía, por llegar tarde. Para ahorrar tiempo medio me secaba el traje de baño y me ponía el pantalón de deporte, la camisa, sudadera, zapatos deportivos y salía corriendo al metro. Por mucho que secará, el traje nunca seca del todo, y llegaba a la clase con el pantalón húmedo, en el que se marcaba la zona del traje de baño. Me preguntaban y yo, orgulloso, respondía que venía de entrenar. Tiempo después, mucho tiempo después, entendí que no preguntaban para saber de mí, sino pidiendo una explicación a semejante cuadro.
Era el friki de la natación, y me cantaban El sirenito cuando llegaba a la clase, con todo y ritmo de Rigo Tovar.
3.
Durante bastante tiempo no supe ni siquiera las nociones básicas del pachangeo, la salsa o la cumbia. En México, a no ser que uno sea fresa de hueso colorado, las fiestas y las chicas pasan por bailar con ritmo. Había premio, uno podía tocar la cintura de las chicas y agarrarles la mano –aún sudada–, pero había que saber lo básico. En la fiesta, mientras unos bebían y otros bailan yo llegaba tarde –porque venía de entrenar- y me iba directo a la cocina del anfitrión a ver que comía. Normalmente no había nada, pero en una ocasión encontré un guiso con pollo y verduras. Me serví un plato, lo calenté y me lo comí. Cuando llegó mi compi, el dueño de la casa, me miró incrédulo. Tiene poco pollo este caldo, le dije mientras buscaba algo de carne. Son las sobras del perro, contestó. Yo me acabé el plato, me lavé la cara y la boca y agarré una cerveza. No baile, no sabía, y por supuesto no era el galán de telenovela al que las chicas se acercaban para hablar.
Tiempo después me enteré que nadie sabía bailar, y que para ligar era mejor la charla que el baile. Podías ganarte la cadera entera y no solo tocar la cintura.
4.
En la universidad no había tiempo de nada, mucho menos de sentirse dentro o fuera, al menos durante los exámenes. Una vez se relajaba el ritmo salíamos a beber, y ahí si había diferencias: los había que podían salir guapos, arreglados, en coche propio y pagaban por una copa; y los habíamos quienes mirábamos el precio de la cerveza y éramos capaces de salir borrachos de casa para no tener que beber en el antro de reunión. Yo me sorprendía porque había quién podía pagar ¡y beber¡ cinco copas de lo que fuera, daba igual, todo tenía éter, sin inmutarse durante todos los fines de semana del año. Los miraba con envidia. No era casualidad que esos sabían hablarles a las chicas guapas, y todos tenían a la prima que les presentaba a sus amigas. Las mías vivían dos metros antes del fin del mundo, y no había amigas accesibles.
Tiempo después descubrí el onanismo, y me sentí único, casi un dios.
5.
Hoy en día intento ver películas diferentes, y para eso busco en la lista de pelis indies, que tiene como 2,000,000 de subscriptores. Tomo tequila cuando todos toman ron y busco recomendaciones de lugares diferentes en páginas web para personas diferentes. Veo a los hípster y me rio de ellos, de sus barbas de judío ortodoxo y sus pantalones de pitillo. Veo a los emos y me rio cuando comienzan a llorar. Veo a los camioneros que van todos con su gorra de béisbol y su chaqueta dos tallas más grandes y me rio. Ellos me miran y ven a un administrativo con traje gris y viejo, y con zapatos negros desgastados. Y se ríen. Nos reunimos en bares donde hay chicas, todas rubias y hablamos de tácticas de ligoteo.
Me voy a casa y me doy cuenta que no somos tan diferentes, todos queremos sexo.
6.
Son las 20:00 horas de un miércoles y mientras repaso la cartelera de programas veo que existe el Canal Disney. Lo miro y veo a unas chicas de 12 años vestidas como si fueran de 18. Hablan como si tuvieran 21 y se relacionan con los chicos como si tuvieran 25, y me siento fuera de onda. Cambió y veo un programa donde todos se pelean frente al presentador, que los anima a tirarse los platos. Apago. No hay sintonía, y no hay forma de saber si pertenezco a algún lugar. De hecho no quiero sentirme de un lugar, quiero ser un nómada, irme sin temer la vuelta.
No, no me siento como uno más. Horas después, acostado en la cama, mirando el techo mientras se filtra un rayo de luz por la cortina de la ventana, me doy cuenta que no soy uno más.~
Claro que no ere uno más!!!, eres único en el mundo!!!! Bellas crónicas!!!