Teatro desde la penitenciaría

«El arte y la cultura son –deberían ser– instrumentos que nos ayuden a transformar realidades y a acercar comunidades.»


 
cárcelCUANDO PLATÓN DECIDE poner las bases de lo que sería su república ideal, una de las primeras cosas que hace es expulsar a los artistas por subversivos; pues en su calidad de imitadores, de simuladores, no tenían cabida dentro de un orden social que velaba por lo bueno, lo bello y lo verdadero. Eso demuestra que Platón era muy consciente del poder, y por tanto del peligro, que los artistas representaban dentro de un orden ideal.

Luego vendría Aristóteles, quien también conocía de los peligros y las virtudes del arte, y que aceptó el carácter mimético como algo connatural en el arte y sobre todo en el hombre. En ese sentido es que afirmaría que el acto creativo –es decir, la poiesis–, en tanto mimesis, produce una enseñanza y una catarsis que lleva, tanto al artista como al espectador, a un estado de aleccionamiento y purificación de las acciones viles del hombre. Por ejemplo, tenemos a las tragedias y las comedias griegas, en las cuales los participantes tenían que representar caracteres virtuosos o viciosos, según fuera el caso, todo ello para procurar una pedagogía de las acciones humanas. Esto último sería inconcebible para Platón, pues según él no podría darse una pedagogía a partir de la imitación, sino que debía provenir del pedestal de la verdad.

El caso es que el arte, en lo que lleva de simulacro y de pedagógico, parece que siempre logra provocarnos algo. De ahí que de inmediato se haya convertido en una idea muy aceptada –incluso común y corriente hasta nuestros días– pensar que el arte deba de producir algo en nosotros. Sin embargo, si el arte llega a provocarnos, es preciso preguntarse qué y cómo: qué mecanismos pone en marcha y qué funciones provoca en nosotros. Visto así, éstas son preguntas imposibles de responder, pues no contamos todavía con un marco de referencia y nos movemos en el terreno de las preguntas ontológicas sobre el arte –preguntas sobre aquello que es o debería ser el arte–. Delimitemos, pues, y concentrémonos en el teatro… que es el tema que nos compete en este número de VozEd.

Acotaré un poco más, pues no hablaré del teatro en general, ni tampoco del que se hace en los terrenos institucionales o universitarios de México, sino de un teatro hecho de forma independiente –aunque creo que ese adjetivo le queda corto–. Se trata de un arte que se genera desde la marginalidad, pero que es valioso porque ha logrado llegar a los círculos culturales de la capital del país.

La Compañía de Teatro de la Penitenciaría del Distrito Federal se ha conformado como un proyecto de impacto social en la ciudad de México gracias a los profesionales del Foro Shakespeare. Esta compañía lleva 35 de existencia, y en 2008 cambió el mero pasatiempo desordenado y amateur dentro de la reclusión para conformar un espacio de especialización teatral que verdaderamente busca lograr el cometido de cualquier cárcel: la reinserción de los criminales a la sociedad. Cometido que en este caso se pretende realizar por medio del trabajo teatral. Se trata entonces del teatro desde y para la prisión… pero que logra derribar esas barreras entre la sociedad y sus delincuentes.

El modo de operar ha sido el siguiente: después de que se consolidó un grupo de 17 presos en la penitenciaria de Santa Martha Acatitla en la ciudad de México, y luego de un arduo trabajo de dos años de profesionalización teatral, que llevaron a cabo Itari Marta –actriz y directora del Foro Shakespeare– y Luis Sierra –director artístico del Foro–, se logró consolidar un grupo de trabajo que formara a actores profesionales. Y para ello recurrieron al método de la psicomagia, con el cual confrontaron a los presos con sus emociones y experiencias, lo que dio como resultado la obra Cabaret Pánico, basada en textos de Alejandro Jodorowsky, la cual se presentó a finales de 2009 dentro del mismo penal.

Lo interesante del asunto apenas comienza aquí. Pues la idea era que la obra se presentara frente a un público externo al penal, el cual era preciso trasladar del Foro, ubicado en la colonia Condesa, al Teatro Juan Pablo de Tavira, que está dentro de la penitenciaria. De esta forma, no sólo se trata de un trabajo que se queda dentro del penal, sino que rompe las fronteras y permite la convivencia entre presos actores, presos espectadores y espectadores externos, quienes por el lapso de una hora conviven en el mismo espacio.

Más allá de la experiencia distinta que ha suscitado todo este trabajo con los presos y con los espectadores, se trata de una toma de conciencia de las formas de experimentar el espacio teatral y el espacio de las cárceles en México. Es de suma importancia decir que este proyecto se ha venido desarrollando a la par del agravamiento de la violencia en el país, y con ello ha puesto en cuestión el lugar que ocupa lo más «despreciable» de la sociedad –parte despreciable que paradójicamente ella misma genera–, pero sobre todo ha cuestionado cómo vemos y entendemos ese otro universo, el de la reclusión, que no es más que un reflejo del país donde vivimos. Vaya, que con esto se van problematizando los límites entre lo bueno y lo malo. Pero no sólo eso, sino que les permite a los reclusos tener un verdadero oficio, que se convierta en una forma de vida y no un mero entretenimiento mientras cumplen una condena, devolviéndole además al teatro su importancia social.

«Todos somos culeros porque somos incapaces de amar», con ese eslogan se anunciaba en 2012 la segunda puesta en escena de la compañía: Ricardo III versión 0.3, que actualiza y escenifica la tragedia clásica de William Shakespeare. Y a finales de año [2014] prometen volver con una obra llamada El mago dioz.

Parece que últimamente lo único que produce la sociedad es resentimiento, brechas económicas y educativas, y una polarización entre probables delincuentes y presuntas víctimas. Hay una exigencia que se le hace al arte necesaria en la medida en que se pide a gritos la reconstrucción de un tejido social (es curioso que haya un cierto tipo de arte capaz de excluir y polarizar), así como los griegos pensaban que la tragedia era capaz de transformar a los hombres, siglos después seguimos creyendo lo mismo: el arte y la cultura no son y no deben ser exclusivos de una elite intelectual, son más bien –deberían ser–  instrumentos que nos ayuden a transformar realidades y a acercar comunidades.~