Por qué el surrealismo no es una pieza de museo

Un texto de Pedro Alcoba

 

«…ese hombre maniatado puede, con solo cerrar los ojos, hacer saltar el mundo (…)
El hombre de La edad de oro duerme en cada uno de nosotros y
solo espera un signo para despertar, el del amor»

Octavio  Paz

 

SI YO POSTULO que el surrealismo, en lugar de un arte extraño para ser exhibido en museos, fue en su nacimiento un movimiento que pretendió transformar el mundo y liberar al hombre, seguramente su percepción del mismo cambiará enormemente. Y si afirmo que en origen fue también un movimiento profundamente moral, probablemente comprobará quién está escribiendo estas líneas, y si está de verdad bien informado. Sin embargo, ambas afirmaciones son profundamente ciertas.

 

El surrealismo, revolución social

«Tenga cuidado, advierto en usted tendencias surrealistas. Aléjese de ese grupo»

(Jean Epstein, a Luis Buñuel)[1]

El objetivo del surrealismo fue en su momento, mediante obras o intervenciones escandalosas, hacer estallar la sociedad y cambiar la vida; y no crear un movimiento literario, plástico o filosófico.

Estamos tan acostumbrados a ver el surrealismo en museos, a quedarnos con las obras extrañas al intelecto lógico los objetos inverosímiles, o los paisajes del subconsciente; que su potencial realmente subversivo y transformador parece neutralizado.

Los surrealistas se oponían a las profundas desigualdades sociales, la explotación del hombre por el hombre, la influencia embrutecedora de cierta religión, el militarismo burdo y, sobre todo, la guerra.  El grupo luchaba por establecer un nuevo orden que bebiera de los contenidos inconscientes y no de las convenciones sociales que enmascaraban la auténtica realidad (sobrerrealismo, sería una traducción más adecuada del movimiento).

Las convenciones sociales, el militarismo, la idea del trabajo automatizado como valor en sí mismo u otras pseudoverdades establecidas, habían tenido la guerra del 14 como resultado. Frente a ello,  el surrealismo buscó siempre la pasión, el insulto y la risa malévola como arma frente a la arbitrariedad de las normas sociales.

Sin embargo, según Buñuel, representante fundamental del surrealismo cinematográfico, «el movimiento triunfó en lo accesorio y fracasó en lo esencial». Muchos de sus integrantes (Dalí, Louis Aragon, Sadoul, André Breton, Paul Eluard,…) adquirieron fama como intelectuales o artistas. Pero su profunda motivación de cambiar el orden existente, si tenemos en cuenta que después del movimiento vino la Segunda Guerra Mundial, fracasó estrepitosamente.

El surrealismo, revolución moral

 

«El surrealismo es una contramoral respecto de la moral burguesa,
un encuentro con el hombre interior, el hombre dormido,
y toma los sueños como un discurso más sincero <
que las verbalizaciones diurnas.»

Francisco Umbral[2]

Cuesta hoy, filtrado por el paso del tiempo y leído en libros de historia, concebir que los surrealistas fueron en verdadero grupo, en el que no solo había intereses artísticos, sino que además se reunían para acordar tomas de postura y decisiones frente a un orden moral absurdo. Sin embargo, el fundador del grupo, André Breton, era una verdadera figura de autoridad moral. Lo fundamental en el surrealismo era que concebían su moral desde un lugar más auténtico que la moral heredada acríticamente de la sociedad burguesa. Los surrealistas, de acuerdo con esa moral, siempre tomaron decisiones respecto su contexto histórico.

Lógicamente, tuvieron sus crisis de fe, como cuando, tras la caída de Trostki, unos optaron por la revolución «externa», militando en el Partido Comunista; mientras otros considerarían que la revolución había de ser primero interior, o no sería.[3]

En definitiva, tomaron postura frente a las atrocidades de la humanidad en un momento clave de  la historia. No en vano estaba a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial, las prácticas despiadadas de los nazis y el holocausto de los campos de concentración. Los surrealistas trataban de poner de manifiesto que la verdadera locura no eran sus planteamientos, sino las últimas consecuencias del orden establecido. Hoy sabemos que la ineptitud de la burguesía alemana y la desatención hacia los mecanismos ocultos de la sociedad posibilitó el surgimiento del nazismo, así que no iban tan descaminados.

Pero fracasaron: en España, la Segunda República se vino abajo por el levantamiento fascista, que implantaría un régimen aún más opresor y represor que el anterior a la república. A nivel mundial, en la segunda gran guerra, Hitler fue finalmente derrotado, pero el coste humano y social después de casi 6 años de guerra fue tan enorme, que aún hoy las heridas en Europa no se han cerrado. En definitiva, las provocaciones escandalosas de André Breton, el exhibicionismo delirante de Dalí o las imágenes devastadoras de Buñuel, se quedaron muy cortas como avisos ante lo que era capaz de hacer el ser humano organizado en base a ideas aberrantes.

«Es triste tener que reconocerlo, mi querido Luis, pero el escándalo no existe.»

(André Bretón, a Luis Buñuel)[4]

Hoy día, ante la censura de una supuesta obra artística escandalosa: ¿no habrá que preguntarse si la persona que la señala con el dedo será capaz al mismo tiempo, y con ese mismo dedo, de ordenar despidos masivos, retiradas de fondos a causas humanitarias o desahucios despiadados, en aras de un supuesto bien común, ignorando lo que es de justicia considerar derechos humanos elementales?

Dejo esta pregunta, a modo de provocación surrealista, a consideración del lector.~

 

Referencias:

[1] BUÑUEL, Luis: Mi último suspiro. Barcelona, Plaza & Janés,1992. Pág 108.
[2] UMBRAL, Francisco: Moral y surrealismo. Edición impresa de El País, de 3 de Enero de 1983.
http://elpais.com/diario/1983/01/03/sociedad/410396405_850215.html
[3] El surrealista Paul Eluard, por ejemplo, optó por luchar contra el nazismo. André Breton, sin embargo, nunca llegaría a afiliarse al Partido Socialista francés. Por cierto que un poema de Paul Eluard (Yo te nombro libertad) sería arrojado por aviones ingleses sobre la Francia ocupada, y se versionaría después infinidad de veces.Texto del poema en: http://www.eduardoplaza.com/yo-te-nombro-libertad
[4] recogido en BUÑUEL, Luis: Mi último suspiro. Barcelona, Plaza & Janés. 1992