Sordidez deportiva


 

Me había llegado la noticia por otros medios de comunicación. Pero al leerla en la singular bitácora Bar Deportes reconocí que tras la mera anécdota había una lectura que hacer en mi bitácora, cáustica e irreverente con el mundo del deporte.

En el Bar presentan el lado jocoso del asunto, y lo han titulado Henriques Xavier, deportista de la semana. El portero de Timor Oriental ha encajado la goleada más abultada de la historia del fútbol sala de selecciones nacionales: 76 goles ante el combinado que representa a la federación brasileña. El día anterior la selección de la federación portuguesa le había endosado 56 tantos.

El joven ha estado más tiempo sacando balones de la red que mirando para el campo rival. Pero ya que el porterito no debió jugar solo me pregunto qué estuvieron haciendo los otros cuatro compañeros…

Estos partidos se enmarcan en unos inéditos Juegos de la Lusofonía, un invento que en esta primera edición se celebra en la ex-colonia portuguesa de Macao, desde donde se mantienen algunas diferencias con el gobierno de la —allí— omnipresente China. Recordemos que en cosa de dos años habrá Juegos Olímpicos en Pekín, por lo que tengo la sensación de que una vez más el deporte desempeña el papel de bumerán en el entramado político.

Todo esto de establecer lazos y vínculos entre los pueblos a través del deporte es algo genial. En realidad esa es una de las funciones que debe cumplir el deporte. Y una de las funciones a la que las Administraciones públicas deben dar cumplido mecenazgo, no entrometiéndose —regla que viola nuestro locuaz Lissavetzky— en el deporte profesional.

Existen multitud de Juegos Deportivos impulsados por una Cultura común. Desde los archiconocidos y faraónicos Juegos Olímpicos Modernos, auténtica meca del deporte actual, hasta los Juegos Municipales de nuestras ciudades. En el ámbito internacional, pero en un estrato inferior a los Juegos reinventados por la siempre ociosa nobleza europea, tenemos los Juegos Mediterráneos, los Juegos Panamericanos, los Juegos Interceltas, y muchos otros que mi culto lector a buen seguro conoce perfectamente.

Faltaban los Juegos de la Lusofonía, a los que no parece que haya sido invitada España. De ser así creo que ha sido una falta de tacto, habida cuenta de que nos unen siglos de historia, cultura e idioma —éste último ha sido la “disculpa” esgrimida para reunirse—. Y digo del idioma puesto que en Galicia y zonas de Extremadura se habla una lengua o idioma (no se me vaya a enfadar nadie por cuestión de lo que para mí no es más que un sinónimo) muy similar al luso.

Pero esta falta de tacto se corresponde con el olvido de los españoles al no invitar —y forzar la invitación— a los atletas portugueses a los Juegos del Mediterráneo, pues cultura mediterránea y no sajona es la que existe en Portugal.

Y digo esto porque habíamos quedado en que estos Juegos Deportivos han de servir para unir a los pueblos y aproximar a nuestros dirigentes. Mira tú por donde, aquí tiene la oportunidad el Presidente Zapatero de echar esas canastas y Lissavetzky de mostrarnos sus reflejos.

¿Que no tienen licencia federativa? ¿Pero no habíamos quedado en que estos Juegos se organizan para unir a los ciudadanos en torno a una mesa común y disfrutar de la competición lúdica que es lo más sagrado que tiene el deporte?

¿Por qué no incluir a unos cuantos políticos, escritores, artistas, economistas y científicos en las selecciones nacionales para disputar un encuentro lúdico-deportivo-festivo internacional y unir y cohesionar, y limar cualquier tipo de aspereza a la que la política del día a día se encarga de sacar punta?

Si por su estado de forma física no pueden correr o saltar siempre pueden disputar encuentros de petanca, billar, ajedrez, cicloturismo, bádminton, paddle, bolos, golf, tenis, natación, orientación, curling, tenis de mesa y tantos otros nada lesivos.

Aquí les brindo una buena plataforma para lanzar y encumbrar esas tan cacareadas relaciones entre aldeas globales, estabilizar y solidificar alianzas de civilizaciones, reunir y reagrupar las Europas de los pueblos. En un entorno así mi amadísimo deporte sí que realizaría una labor preeminente, dejando de rendir un triste vasallaje a la política más gris.

Pero tan alto ideal no será posible tampoco en estos Juegos de la Lusofonía. El vencer, derrotar, humillar y revolcar al rival, mentalidad importada del deporte profesional —obligado por los resultados— y del deporte de elite tan del gusto de los Gobiernos que sólo valoran las medallas, se ha impuesto en Macao.

Los portugueses no fueron capaces de jugar y dejar jugar y aumentaron impíamente la cuenta una vez alcanzados los dos guarismos. Los brasileños, que no podían ser menos y “se jugaban la clasificación” en el gol average, superaron en veinte tantos la ya de por sí exagerada marca lograda por sus colegas en unos juegos de confraternización. Es todo tan sórdido…~

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