Sin equipaje

«Y es que para este viaje, el viaje del alma, no necesito billete ni para Guanajuato ni para San Luis Potosí, me basta con cerrar los ojos y volar…» Un viaje sin equipaje.

 

Catedral Basílica Nuestra Señora de Guanajuato, México

Catedral Basílica Nuestra Señora de Guanajuato, México

Ojalá fuera tan fácil, es lo que pienso mientras mis ojos se deslizan por las imágenes de ese anuncio que con su voz de tinta parece llamarme insistente desde el periódico, y por el que me dejo llevar hipnotizada por pasillos de aeropuertos que se pierden entre nubes y salas azules de embarque.

Ya lo sé… sé que no debo, sé que tengo que centrarme, que el horno no está para bollos, y más ahora que mi vida se tambalea sin remedio, pero el anuncio es de lo más tentador… Fijaros si no, Aguascalientes, San Luis Potosí, Guanajuato… Paraísos mexicanos, paisajes utópicos, casas de colorines, precios al alcance de cualquiera –eso dice el periódico guiñándome el ojo- que yo tan ávida de emociones, me dejo querer, curiosa, como una niña que mira las muñecas de un escaparate sin decidirse por ninguna en especial.

Últimamente tal vez porque mi vida es demasiado previsible, (en mi actual situación de desempleo se diría que no pueda plantearme otra cosa que no sea buscar y buscar trabajo), no dejo de soñar con habitaciones de hotel, con aviones de rumbo desconocido, con caras nuevas, con sonrisas lejanas…

Sueño con aquellos viajes de antaño, aquellos viajes en los que con el equipaje justo y sin importarme más, buscaba el abrigo de nuevas experiencias. Ni siquiera necesitaba compañía, me bastaba a mi misma para alejada de prejuicios y con esa curiosidad que parecía no tener fin, recorrer el mundo sin saber muy bien dónde quería llegar, sin ganas de parar, viajera vagabunda: mi mochila y yo.

Nunca fui tan libre como en aquellos viajes solitarios en los que decidía lo que me apetecía en cada momento sin discutir con nadie, y en los que la improvisación se convertía en mí aliada a la hora de superar obstáculos. Viajes sin horarios, desorganizados, casi sin planificar, sin direcciones de embajadas, sin rumbo. ¿Quién quiere mapas si me pierdo igual? Me sentía una especie de Ulises, en lo que lo importante no era tanto llegar al destino, como hacer el camino, enriqueciéndome de cada instante, de cada mirada, aprendiendo a negociar conmigo misma, dándole esquinazo a esos miedos míos recurrentes a los que por entonces me entregaba con desdén, no como ahora… Viajes que se convirtieron en una suerte de escapada terapéutica, para resurgir de mis cenizas cual ave fénix.

Roma, Turín, Budapest, Estambul, Atenas… En aquellos viajes descubrí aspectos de mi misma que ni siquiera sabía formaban parte de mi personalidad y que nunca los hubiera descubierto viajando en pareja o con otros amigos. Bien es verdad que muchas veces eché en falta la complicidad de un amigo, que hubiera dado cualquier cosa por ver su cara ante aquella puesta de sol griega, ante esa luz romana, ese cielo velazqueño que salía a mi paso cada mañana. O ante ese cuadro de Giotto en esa capillita de Florencia que a buen seguro le hubiera hecho detenerse, impasible pero feliz. Pasear por las mismas calles estrechas que lo hizo Greta Garbo en Positano, calles en subida, estrechísimas y mi coche alquilado rozando motos y muros…

En cambio otras veces, me alegré de mi soledad buscada; egoísta de disfrutar a solas del viaje, de mis visitas a museos, de las iglesias que tanto me gustan: disfrutar de esos mercadillos que me vuelven loca, sin estorbos. A fin de cuentas, no pocas veces me sentí sola yendo acompañada, también con él…

Eso sí, nunca me faltó la búsqueda incesante de historias que poder reflejar en mi libreta, tal vez mi mejor compañera, siempre disponible, pronta a acogerme entre sus páginas en blanco, sin un mal gesto, sin un reproche. Enseñanzas viajeras, imágenes inolvidables a las que recurro todavía hoy, en estos momentos en los que necesito llenar mi maleta emocional de aire fresco, ese que ahora tanto me falta y tanto necesito.

Empiezo a pensar que no es casualidad que sea la música de Tom Waits, y no otra, la que con su voz soñolienta y melancólica me acompaña poniendo música a mi devenir por aquellos viajes solitarios de los que os hablo. Como tampoco que ahora, busque consuelo cambiando el escaparate de la «juguetería» por el escaparate de los libros, por el consuelo callado de Tabucchi, y su recién descubierto libro «Viaggi e altri viaggi». Un recorrido literario, por ciudades imaginarias de la mano de escritores como Proust o Faulkner que las inventaron y que ahora descubro con la boca abierta.

Y pongo letra a sus palabras… «Tal vez falten los viajes más extraordinarios. Son los que no he hecho, los que nunca podré hacer. Que permanecen sin escribir, o encerrados en su propio alfabeto secreto bajo los párpados, por las noches. Después nos quedamos dormidos, y levamos anclas.»

Y es que para este viaje, el viaje del alma, no necesito billete ni para Guanajuato ni para San Luis Potosí, me basta con cerrar los ojos y volar… porque el mundo ese mundo de colores con el que sueño no puede ser más grande que mi mundo de verdad, o no, quien sabe…~