Sensacional de marcianos

Un texto de Gerardo Sifuentes /Autoretrato de Mars Curiosity Rover, robot de la NASA en Marte.


 

LA CREENCIA MODERNA en manifestaciones alienígenas, que ha tenido distintas etapas de auge, lo único que ha conseguido es desprestigiar la legítima búsqueda científica de vida en otros mundos y relegar la palabra «extraterrestre» dentro del inconsciente colectivo al engorroso estante del sensacionalismo y la seudociencia. No obstante estas supuestas visitas desde otros mundos se han integrado a la sociedad como parte del folclor posmoderno a través de series de televisión y películas; transformadas en leyendas urbanas o mitos a la altura del «coco» o la mujer que pide aventón en la carretera, no escasean quienes las confirman con fervor o explotan en un sentido cuasi religioso o económico, o en ambos. En realidad, hoy en día para muchos de nosotros esto no pasa de ser una simple creencia ilógica en las supersticiones más mundanas –como el uso de tréboles de cuatro hojas o no pasar por debajo de una escalera–, una suerte de pose romántica o hípster, o un buen pretexto para una animada y entretenida plática de sobremesa. Para el dato riguroso, consideremos que 98% de los avistamientos anómalos en el cielo tienen explicación racional, y el restante 2% no cuentan con datos suficientes para ser analizados objetivamente, o simplemente son inventados.

[pullquote]El asunto no tendría mayor relevancia si no tomáramos en cuenta la desmedida atención mediática que reciben grupos de fanáticos.[/pullquote]

El asunto no tendría mayor relevancia si no tomáramos en cuenta la desmedida atención mediática [para atraer visitas a sitios web, por ejemplo] que reciben grupos de fanáticos quienes se niegan a aceptar que todas y cada una de las teorías sobre la existencia de culturas espaciales han sido refutadas por la ciencia. A pesar de ello buscan validar de manera intransigente un complejo cuerpo de creencias seudocientíficas; esto es, que no pueden ser probadas empíricamente, basadas en experimentos mal diseñados, con un uso selectivo de datos –ignoran la gran cantidad de resultados negativos que arrojan tales experimentos–, un vasto empleo de anécdotas personales –no comprobables, y en muchos casos de individuos emocionalmente inestables o timadores–, abundante falsificación de pruebas, así como su interpretación a modo de mitos o leyendas antiguas, y en general una complaciente aceptación sin cuestionamientos de temas irracionales tan diversos como la parapsicología o la percepción extrasensorial. Basta con echarle un ojo a ciertos programas de televisión por cable y páginas web para darnos cuenta no sólo de la mala calidad de su producción sino del abuso de opiniones de personalidades irrelevantes o improvisadas en términos científicos, testigos no confiables, y que además citan casos que llevan décadas desacreditados.

Ocaso de los dioses

En el libro Religión y el declive de la magia (1971) Keith Thomas, historiador de la Universidad de Oxford, explica que la religión, como una entidad institucionalizada con influencia a nivel político, se encargó de erradicar las antiguas prácticas paganas europeas. Escribió:

«La magia no tenía una Iglesia, ninguna especie de comunión que simbolizara la unidad entre sus creyentes… A la religión oficial de la Inglaterra industrial se le había despojado de cualquier elemento primitivo ‘mágico’».

En opinión de Benjamin Breen, historiador de la Universidad de Texas, en Austin, y editor de la revista The Appendix, los movimientos new age, considerados invención mediática, son una respuesta a esas antiguas creencias perdidas pero que utilizan las tecnologías de comunicación modernas para expandirse.

«En el proceso de este rechazo de las explicaciones sobrenaturales las creencias religiosas posteriores a la Ilustración se hicieron cada vez más estandarizadas y fundamentadas únicamente en el concepto de las leyes naturales que estaban dentro de la capacidad de comprensión de la mente humana.»

Aislados de ese elemento sobrenatural, quienes durante la antigüedad vivieron dentro de las normas judeocristianas se vieron en problemas para explicar cualquier otro fenómeno ajeno a las enseñanzas bíblicas. Cuando la ciencia, como una manifestación de la modernidad, empezó a dar respuestas concretas a fenómenos naturales y producir tecnología novedosa, el choque entre el nuevo y el viejo orden dio como resultado las más diversas reacciones entre los distintos estratos sociales, que se vieron de pronto atrapados en un proceso de adaptación a los avances tecnológicos. En el caso específico de la astronomía, debemos considerar que pensar en la posibilidad de la existencia de vida extraterrestre no es nuevo en la cultura occidental, sino una inquietud legítima que ha llevado a científicos y escritores de ficción a especular sobre ello.

Martemanía

En 1877, el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli creyó ver ‘canales’ en la superficie de Marte, y con ello inauguró el romance terrícola con el planeta rojo. Las supuestas construcciones se atribuyeron a una civilización que allí habitaba, y para entonces la idea no pareció tan descabellada. Años más tarde, cuando el respetable astrónomo estadounidense Percival Lowell respaldó estas ideas, la ola de expectación popular sobre la naturaleza de los habitantes del planeta rojo alcanzó su clímax, y literalmente se puso de moda. Estas noticias llegaron a influir a tal grado en la sociedad estadounidense y europea que súbitamente surgieron cientos o miles de personas quienes afirmaron haberse encontrado con ‘marcianos’ que vivían en nuestro planeta.

Entre las personas que llegó a influir Lowell con sus artículos, estuvo el escritor británico H. G. Wells, famoso por publicar la novela La Guerra de los mundos (1898), donde narraba una invasión de seres provenientes de Marte; su artículo de divulgación publicado en la revista Cosmopolitan de 1908, «The Things that Live on Mars», de la mano con el ilustrador William Leigh, hizo una amplia descripción de sus posibles habitantes, así como de su flora y fauna.

Así, las ideas astronómicas tuvieron un peculiar punto de convergencia con el espiritismo, doctrina que tuvo su auge en aquella época, y que fue objeto de estudios serios por parte de la comunidad científica para comprobar su [nula] autenticidad.

De esta manera un gran número de médiums se adjudicaron el poder de comunicarse con marcianos. A finales del siglo XIX el psicólogo francés Théodore Fluomoy [en una época cuando la psicología era considerada una filosofía] notó que a su consultorio llegaban numerosos pacientes con síntomas similares: aseguraban recibir, mediante sesiones espiritistas, mensajes provenientes de Marte. En uno de los casos más famosos en la historia, una mujer de nombre Hélene Smith, quien alegaba ser la reencarnación de la reina María Antonieta, describía sus viajes psíquicos hacia este planeta, cuyos habitantes tenían forma humanoide, e incluso describió cómo era su alfabeto y lenguaje (curiosamente, muy similar al francés). Fluomoy describiría este caso en el libro Desde la India al planeta Marte: estudio de un caso de sonambulismo con glosolalia (1898), convirtiéndose en un clásico sobre el tema. Es de notar que años antes se había publicado el libro Marte revelado, o siete días en el mundo espiritual (1880), del francés Henry Gaston, en el que describía un viaje psíquico hacia el planeta rojo, que el autor describía  como un paraíso mineral con abundantes rubíes, esmeraldas y plata; esta clase de textos se habían convertido en todo un género.

En general, dichas visiones sólo reforzaban las tendencias y actitudes racistas o clasistas de la cultura occidental; los paisajes y personajes exóticos que describían tenían similitud relativa con personas de otras culturas, como indios americanos, árabes, africanos o chinos. En un artículo titulado «Noticias desde Marte: Comunicaciones de Control Marciano» (1897) de la revista Borderland, se incluía la fotografía  obtenida durante una supuesta sesión espiritista, en la que el espíritu de un marciano aparecía con un turbante en la cabeza

La fascinación por Marte disminuiría relativamente con la entrada del siglo XX, una vez que se hizo público que su naturaleza lo hacía poco probable para albergar vida. Quienes creían con fervor en la posibilidad de visitas y contactos extraterrestres directamente en la Tierra extendieron las fronteras hasta sitios más remotos, y sería hasta la época de la Guerra Fría y la paranoia anticomunista en Occidente cuando resurgirían estos temores, y toda una nueva camada de paranoides ocuparían el lugar de los espiritistas.

Hoy lo que tenemos por cierto es que Marte es el único planeta del Sistema Solar habitado solo por robots, y los recuerdos de exploraciones pasadas.~