Profesionales
Este año 2006 puede estarse perfilando como el punto álgido del deporte profesional. Una actividad ligada a la competición y al dinero, un cóctel explosivo desde el principio de los días.
A comienzos de la nueva era deportiva, cuando el deporte comenzaba a postularse como la actividad económica que actualmente es, las críticas al profesionalismo deportivo arreciaron con vehemencia. Ya a finales del siglo XIX hubo gentes que trataron de desligar el profesionalismo en el deporte de la filosofía que debía envolver el movimiento deportivo. Bien es verdad que existían motivos clasistas para arremeter contra aquellas personas que cobraban por su actividad competitiva, como nos recuerdan los cronistas, pero a día de hoy no podemos dejar de reconocer que razón no les faltaba a aquellos críticos en sus exposiciones.
La facilidad de hacer trampas que brinda el deporte, o dicho de una manera más elegante, la posibilidad de adulterar una competición mercantilizada, centraba la mayor parte de las críticas sobre el profesionalismo en el deporte. Resultaba evidente que nadie podría garantizar que quien cobra por competir no deseara cobrar prestándose a manipular la competición. Y la única forma de garantizarse el éxito en las apuestas es que uno de los contendientes se deje ganar.
Pudiera parecer que la humillación de una derrota eliminase cualquier atisbo de corrupción, pero el vil metal todo lo puede y doblega ante él férreas voluntades. Quien quiera amañar un encuentro, si el deportista no cede, puede comprar la colaboración de los árbitros. Y por qué no comprar ambas partes para asegurarse las ganancias en las apuestas…
Existe una segunda fórmula para influir en la balanza que supone una apuesta por la victoria si no es posible comprar la voluntad de un pelotón de rivales. Pero garantizar, lo que se dice garantizar la victoria económica, no es posible habida cuenta de que el rival puede también utilizar el mismo método en beneficio propio.
Poco podían imaginar nuestros abuelos, en los albores del siglo XX, que incluso llegaría a haber gentes que pusieran en peligro su salud y su vida por ganar ingiriendo sustancias que son nocivas a medio y largo plazo para el propio organismo.
Al lector avisado no creo que le hagan falta más explicaciones. Me estoy refiriendo a las tramas de dopaje que recientemente se han saldado en España con un buen puñado de detenciones. Y me estoy refiriendo también a las tramas de corrupción que se han destapado por Europa y Sudamérica en torno al fútbol.
Podemos comprobar que no se trata de casos aislados —es posible que de haber sido casos aislados nunca se hubieran detectado—, sino de auténticas tramas en torno a intereses económicos. El aparato organizativo de estos grupos funciona como verdaderas mafias.
La extorsión, el tráfico de influencias, la omertá, el chantaje y toda una retahíla de modalidades delictivas más van asociadas a los casos de fraude en el mundo del deporte profesional.
Ha llegado el momento de sentarse y establecer unas nuevas reglas del juego en el que esta actividad mercantilizada se mueve. No es posible mantener por más tiempo los conceptos decimonónicos sobre los que se asienta una actividad que mueve más dinero que otros sectores de mayor arraigo en las economías de las naciones.
La imagen del deportista íntegro, del héroe que promueve los valores nobles del deporte con su esfuerzo diario, ha dejado de ser una leyenda y comienza a perderse en los terrenos del mito. Un futuro poco esperanzador nos advierte de que hay personas decididas a todo con tal de hacerse con una parte del pastel económico o también con la guinda que supone la gloria que otorga la victoria en la arena deportiva.
El desolador panorama que se nos presenta a medio plazo debe hacer reflexionar a las partes involucradas, que no son pocas. Es posible que el descrédito que se cierne sobre el deporte profesional haga reaccionar a ciertos estamentos. El espaldarazo que el COI ha dado a finales del siglo XX al deporte profesional puede convertirse en una navaja de doble filo.
En la época dorada del boxeo, cuando los hampones compraban a los púgiles bajo amenazas personales, se puso coto a esta sinrazón. Pero me temo que en la actualidad no es un único deporte el que se ve afectado. ¿Quién nos garantiza que no existe conexión entre la compra de encuentros en el fútbol y la venta de sustancias dopantes para ciclistas y otros fenómenos? ¿Quién se atreve a asegurar que las mafias que apañan los resultados en el fútbol no lo están haciendo ya en otras modalidades deportivas? Al fin y al cabo, quien compite por dinero lo que quiere es dinero. Y ya sabemos cuál es la fórmula para asegurarse ese dinero.
La carne es débil, que dijo alguien.~
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