¿Por qué triunfa el populismo (en México)?


 

La respuesta que algunos economistas como Rudy Dornbush y Sebastián Edwards han dado a esa pregunta es muy sencilla: el populismo triunfa porque las alternativas fracasan. Los ciclos populistas se repiten en América Latina porque las políticas de austeridad de algunos gobiernos acaban por cansar a parte de la población que decide optar por líderes dispuestos gastar más y endeudar al país. El populismo no triunfa por sus virtudes (el endeudamiento excesivo y el gasto irresponsable son fundamentalmente malas ideas) sino por las deficiencias de las alternativas.

Por otra parte, el antídoto contra el populismo tampoco parece complicado en principio. Se llama gobierno responsable y efectivo. “Políticas económicas heterodoxas” decían Dornbush y Edwards para contraponerlas a la austeridad ortodoxa (y a fin de cuentas contraproducente) que todavía recetaba el FMI a principios de la década de los noventa. La enfermedad del mal gobierno populista se corrige con la medicina del bueno. Un gobierno responsable, por supuesto, que les dé resultados a las mayorías. Pero aplicar la receta del buen gobierno nos ha resultado más complicado que encontrar El Dorado a los conquistadores españoles. El gobierno eficaz y responsable nos ha eludido hábilmente y con él las altas tasas de crecimiento.

Hoy día el clima político mexicano vuelve a ser apropiado para el populismo. Quizá nos estemos acercando al cenit de la curva en uno de esos ciclos populistas latinoamericanos de los que hablaban Edwards y Dornbush. Nuestra actual proclividad populista ya fue detectada en la encuesta del [diario] Reforma del 28 de febrero pasado: 60% de los mexicanos consideran populista a López Obrador, y 59% de éstos consideraron que el populismo es bueno. Es su opinión, no la nuestra. Pero son muchos.

¿Se estaría encaminando México en la dirección política actual si hubiera crecido a la tasa de 7% anual prometida por el candidato Fox? Muy probablemente no. Pero a estas alturas ya no hay manera de desandar el camino. Lo triste del asunto es que en las décadas pasadas nunca probamos la verdadera receta alternativa al populismo, la de una economía de mercado capaz de generar crecimiento sostenible para todos. “No culpemos de nuestros fracasos a las reformas que no tuvieron lugar” escribía Francisco Gil Díaz en 2003, aludiendo a la falta de un sistema judicial confiable, a la abundancia de prácticas monopólicas, a la baja calidad educativa, al peso excesivo del sector público en ciertos sectores, y al manejo irresponsable del proceso presupuestal y federalista. Nadie dice que sea fácil, pero lo cierto es que desde 1982 el Estado mexicano ha sido sucesivamente tímido, corrupto, complaciente, egoísta, o simplemente poco efectivo en adoptar las decisiones indispensables para consolidar una economía de mercado dinámica en México. Hemos vivido más de veinte años de reformas a medias, muchas veces mal implantadas.

Pero si el populismo triunfa porque las alternativas fracasan, el remedio tiene que venir del lado de las alternativas. Cabe recordar que entre 2005 y 2006 se presenta una última ventana de oportunidad para aprobar alguna (no más de una) de las grandes reformas estructurales. La administración que sale la necesita, sería su manera de dejar un legado importante de obra de gobierno. El PRI la necesita, sería su manera de mostrar que ha dejado de ser el partido del “No”, y que ha vuelto a ser un partido orientado a gobernar. La administración que entre –del signo que sea– necesitará una reforma que le de herramientas para impulsar el crecimiento. Con el desafuero, múltiples actores relevantes mostraron ser capaces de coordinar esfuerzos y sacar resultados en el Congreso. Una reforma estructural –cualquiera que fuera– se vería ampliamente beneficiada si obtuviera un apoyo político similar.

La última ventana de oportunidad para sacar una reforma estructural importante en la administración Fox está ahí. Habrá otras oportunidades en la siguiente administración, pero el balance de fuerzas probablemente será otro. Más aún –de continuar el clima político que tenemos– el objetivo mismo de las reformas probablemente cambiará. Quizá ya no se buscará reformar para promover la inversión privada en una economía de mercado, sino para aumentar el gasto público de un gobierno… populista.~

 

Artículo inicialmente publicado en el diario El Economista (México, Mayo 17, 2005). Agradecemos al autor el permiso para la reproducción del mismo.