Orgasmo de Azucena
Un texto de Jacqueline Erazo Flores
CÓMO SABER CUÁNDO eres quien eres, a lo mejor, parafraseando a Octavio paz, cómo saber en qué momento eres lo que crees ser.
Podría jurar que mi primer orgasmo lo tuve a los 7 años, no recuerdo con exactitud qué día era, ni por qué estaba allí, solo recuerdo algo con una claridad que hace que mi memoria se estremezca de forma insólita; de esos dos o tres recuerdos que se llevan almacenados en un espacio de la conciencia o inconsciencia, no lo sé, en la que, a lo mejor, podría estar escondido el significado de lo que se es. Ahí, parada frente al cuadro que colgaba de un clavo pegado en la pared de forma tan indiferente que me hacía inconcebible que alguien haya pegado ese clavo con alguna intención que no fuera obedecer a un mandado ocioso. Pero ahí estaba, colgada la más maravillosa obra que mis ojos alucinantes miraban con un estupor de asombro cósmico, ante mis ojos de habitante novata en aquel planeta que me resultaba tan agreste e incomprensible. Había vagado esos tiernos años, tal vez, sin encontrar ni un pequeño esbozo de algo que haya significado para mi la honorable justificación de aquella existencia que me parecía tan caótica hasta ese momento. Y frente a esa pequeña obra de arte, mi existencia, de alguna forma, en un éxtasis incomprensible cobraba un sentido justificable ante la existencia humana y tenía ahora permiso divino para respirar.
No puedo recordar si respiraba, o si mis ojos parpadeaban, puedo jurar incluso que en algún lado alrededor alguien estaba cerca gritándome algo a la espera de que mis pies corran a realizar alguna labor de esas que hacían en esa época las niñas de 7 años, como por ejemplo, observar atentamente a la abuela cocinar para que que se pudiera cocinar en el futuro diligentemente a un esposo, o, eso era lo que se esperaba en aquel contexto.
Pero yo estaba ahí, parada frente a aquel cuadro lleno de color amarillo, verde y rojo, ante el cual experimentaba la invasión de una nueva luz interior, un movimiento que sacudía las emociones que una niña de 7 años pudiese conocer, supongo que lo más parecido a algo que se llame felicidad, alegría, como a helado de chocolate con chispas de más chocolate, como a enroscarse en la mantita amarilla cuando viendo por la ventana el invierno citadino, no lo podría parafrasear un adulto. Y ante ese momento en el que se abría un abismo entre la realidad conocida y esta sensación que estallaba como orgasmo de azucena, la ansiedad de detener el tiempo para alcanzar como único afán de vida, penetrar en esa realidad que estaba fuera de mi alcance se convertía en una ansiedad de muerte y de vida al mismo tiempo; ¿quién podría haber pintado algo así en donde una pequeña niña quisiera entrar como en un cuento de los que contaban las abuelas y perderse congelando la realidad? ¿Cuál era la forma en que una pequeña podría penetrar en aquella obra que parecía captar una realidad paralela de colores nuevos y sorprendentes? ¿Quién habría pintado eso y guardado la llave para que nadie pudiese trasladarse a aquel lugar? Estos y otros cuestionamientos me agitaron cuando alguien me obligó a moverme de ahí y a dejar de contemplar aquel cuadro en donde se anidó el último rezago de criatura extraterricola cósmica, mágica, poeta y púrpura, pura como la infancia como la concepción, como un desierto, como las hojas de hierba de Whitman.
Parada delante de esa obra inmutada sentía que a mi alrededor no existía nada más que el eco de voces que acariciaban mi piel de tal forma que la respiración inundaba cada parte mi cuerpo y la movía hacia un éxtasis del que jamás tuve comprensión objetiva fuera de esos colores, de ese cielo celeste que inundaba, que no se parecía al visto, de esas flores tan amarillas que acariciaban la piel, esa pintura, aquél cuadro pintado por yo no sé quién y vendido seguramente por una mínima cantidad ya que en ese tiempo la gente estaba más ocupada sobreviviendo que encontrando la pasión que te produce la obra artística.
¿Qué era yo, quién era yo, ahí delante de aquella pintura que me transportaba fuera de la realidad inerte a un mundo en el que respirar no era más que la evocación profunda del deseo de volar que se materializaba sin saber cómo, sin mover un solo músculo, sin nada sino solo imaginando, inmóvil contemplando aquella obra. ¿Era mi imaginación, o en realidad aquel cuadro tenía una especie de hechizo hipnótico?. !Definitivamente de cuentos!
La contemplación…
Todos creemos saber lo que significa un orgasmo pero déjenme ser algo pretenciosa si les digo que a lo mejor no sea así, que no sabemos nada sobre el orgasmo, que apenas sabemos la mínima parte de el eco de lo que significa eso, porque podría ser que un orgasmo sea la fuerza cósmica con la que se creó el universo, imaginar la fuerza y el choque de galaxias que surgió como eco de un estallido evolutivo de criaturas celestiales que se materializaron y a lo mejor, ni imaginando eso podríamos alcanzar a comprender qué es un orgasmo en su totalidad. Arte.
No había ningún caso que yo podría esperar, solo el misterio del cuadro.
Imaginaba que de alguna forma yo llegaba ahí, corría, no un momento ni un rato, era un tiempo interminable, solamente corría, sin esperar nada, por ese camino lleno de amarillo, flores, o trigo o cebada. Solamente correr sin ningún lugar a donde llegar o algún objetivo, nada, solamente correr como volar.
La ansiedad de religión propia del ser humano, creo, en ese momento sentía aplacada, y eso me hacía sentir que encontraba un lugar en este mundo, que sí pertenecía de alguna forma a este mundo que me pareció tan ajeno y hostil una vez, y a lo mejor tenía esperanza.
Si busco lógica para aquella experiencia, comprendo que algunos psicólogos la definieron, como nos gusta hacer a los seres humanos, y la llamaron el síndrome de Stendhal, sí, una sensación inexplicable que sucede frente a la contemplación artística. En fin…
¿Cuál es el misterio final que debemos descubrir para comprender qué somos, y en qué momento ocurre ese momento, quién nos puede guiar a ese momento?.
Nunca confié en lo que se llama identidad, las maestras nos dijeron siempre que debemos encontrar nuestra identidad pero querían que nos comportáramos según el código que todas las mujeres debían seguir, y cuando comprendes que identidad viene de una palabra que significa idéntico, igual, entonces, te das cuenta por qué siempre huiste de aquellas cosas que representaban homogeneización, quedarse en la realidad, porque algo que te movía por dentro a buscar nuevas formas de vivir, a contemplar, te guiaba, a lo mejor, esas son cosas que pasan cuando tratas de vivir en una búsqueda constante, o simplemente cuando eres alcanzado por la belleza del arte, la belleza de la vida, porque nadie puede discutir que la más mínima criatura en este mundo es arte, tal y como lo dijo Whitman; La contemplación del arte, lo sublime del arte lo, sí, a lo mejor la vida en sí es un arte pero muy pocos lo alcanzamos a adivinar, podría ser que la capacidad de descubrirnos y descubrir el misterio de la vida radique precisamente en esta teoría y sea tan sencilla pero en este mundo no hay tiempo para perder en esas cosas contemplaciones, divago…~
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