NAGARA: ¿De qué color es Alaska?
(Primera parte). Texto de Jorge Posada.
Cuando el destino dejó de ser víspera
Poesía reunida 2005-2015
Maurizio Medo
1. «¿CÓMO PUEDES AMAR a un hombre que cree en la verdad por lo que ve transcurrir en una sola ventana?» (Proemio: Imago’s)
En el principio de la película Idi i smotri (Ven y mira) un par de niños hacen agujeros en la arena. Encuentran ropa, huesos y armas de los soldados que enterraron ahí en la última guerra. ¿Podrían hacer una historia de la humanidad con esos objetos? ¿Una alegoría de su país? Incluso, ¿si hallaran cada uno de los enseres y herramientas que ha producido el ser humano podrían trazar un retrato del ser humano? A pesar de las limitaciones, esos niños podrían intentar un mapa o una narración de lo que han visto y están por ver. Un testimonio lejano de la verdad, es decir, una narración hecha con fragmentos de distintas y contradictorias verdades, con los ruidos de su cuerpo, con las cartas que encuentran en los pantalones de esos hombres que no conocieron.
Escribo sobre la obra de Maurizio Medo utilizando pocos elementos: algunas de sus obsesiones, sus máscaras, su ficticia búsqueda familiar, sus tanteos formales y rítmicos (es decir, con los materiales que me interesan, con mis limitaciones). Resulta imposible asimilar y pesar los cientos de detalles y referencias, las escapatorias e inicios que aparecen el libro. Más que una obra que concluye o se cierra Cuando el destino dejó de ser víspera es una invitación, un boleto para viajar a un país que aún no tiene nombre.
2. El presente es una cuerda que surge de un cuarto oscuro.
El libro comienza con este verso de Luis Fernando Chueca: «Todas las muertes están en ese cuerpo». ¿Cuáles muertes? ¿Cuál cuerpo? ¿Qué sucedería si cada uno de nosotros fuera un diagrama con las pertenencias de los hombres que han existido? ¿Es eso el ADN, es ese lenguaje químico nuestra herencia mejor, nuestro destino de combinaciones? Ya en el inicio Medo plantea dos de sus preocupaciones recurrentes: la finitud y el Perú. La muerte como un probador de ropa (cada uno elige su atuendo de edades) y su patria como un recipiente donde se experimenta una diversidad grande de mestizajes. Después, una de las figuras centrales, el padre y su mitología, él está muerto para poder desaparecer y aparecer a lo largo de las páginas, para ser un viajero que camina de puntillas hacia atrás.
Papá se ha muerto
La realidad, una nueva semántica:
Familia es diáspora
Hogar ausencia
Y utopía el pasado
[“MCMXCIII”, p. 14]
Con la desaparición física del padre, Medo plantea la revolución de su íntima semántica. Hay un desajuste. Una interferencia en el idioma y en la realidad. Se produce un ruido que distorsiona la percepción y en ello la posibilidad de reajustar los significados en otras figuras paternas (que surgirán con distintos y contradictorios orígenes y herencias). La opción simbólica del huérfano de colocar los atributos paternos en otros cuerpos y tradiciones. Y aquí otro de las ideas que apuntalan la obra, la diáspora y el transtierro, la huida y con ello el conocimiento de otras realidades (la muerte y la desaparición como un boleto de avión) y su consiguiente mezcla. En Medo, el exiliado abre su maleta no para atesorar y sacralizar su pasado sino para colocarlo entre los nuevos objetos cotidianos, coloca sus antiguas pertenencias familiares junto a las cucharas y platos que comienza a usar en una nueva mesa. El hogar como un territorio para habitarse y poblarse, para llenarse durante una época y después ser abandonado, como una huella de ausencias. Esto, para desembocar en la «contradicción de las contradicciones»: sí, el exiliado se dirige hacia territorios que desconoce, hacia un futuro que se desea , pero a pesar y gracias a ello es el pasado el vehículo y la fuente de ese anhelo.
La poesía llega poco -¿quién dijo?- pero desde el futuro
[“MCMCV”, p. 15]
¿Qué es ese futuro? ¿Dónde está? Más importante ¿por qué una pregunta de carácter especial para una situación temporal? ¿De qué escribimos, cuando escribimos de nuestras infancias destruidas, si lo hacemos desde el futuro? ¿Quién o quiénes hacen llegar esa poesía? ¿La difunta sucesión de difuntos que seremos mañana? ¿Y qué si ahí está una de las virtudes de la poesía, en esa posibilidad de oír lo que estamos destinados a no oír?
3. ¿Cuántos arroces cabrán en el plato? (Las voces que me inventan.)
Mi padre mudo como el rey de los naipes; mamá como un eclipse entristecido y el nonno elocuente, aunque nunca rompiera del todo con su autismo. […]
Pero si, en medio del trance, sus ojos se encontraban con la mirada censora de papá, la niñez parecía abismársele hasta caer rota sobre el plato, como si fuera en otra edad.
Yo también tenía uno.
Me afanaba por saber cuántos arroces cabrían en él, ¿otra vez arverjitas? y me perdía como si el plato escondiera dentro de sí el abracadabra para salir de esa pesadilla.
Y callado, siempre callado, cerca, pero muy lejos de toda la familia, ya pensaba cómo sería eso de tener que valérselas solo, solo contigo, soledad.
[“Almuerzo familiar”, pp. 24-25]
El lenguaje de las familias es el autismo. Es la salida de emergencia que se dirige a una fábrica de aparatos para la sordera. Un criadero de desacuerdos. Una mesa donde el padre no puede acercarse a sus hijos, aun cuando les sirva sus platos de comprensión, sus servilletas de entendimiento. Existe algo ciego en las relaciones con los padres, una dirección mal copiada, un sitio por el que se sube cada vez que se baja, una preparación para los dormitorios donde solo cabe la respiración de un hombre solo. En esta incomprensión Medo encuentra la posibilidad de incorporar las voces de los otros (los poetas) para peruanizar esta espesura de lenguaje. Los húmeros y los pantalones de Vallejo, la vertiente asombrada y laberíntica de Carlos Germán Belli, la inconformidad de habitaciones y de humedades de César Moro. Eielson con su facilidad dura de enredos. Adán con sus casas de cartón al pie las grandes rocas del mundo. Estas y otras obras mezclándose en ese caudal de direcciones que es el idioma de Medo, en ese centro de palabras que se resuelve en las orillas que se alejan acercándose, en esa compresa familiar que se agranda en una experiencia nómada que no puede ni alcanza a rechazar ningún estrato de lenguaje.
Anda, dilo dilo
¿Quién no ama lo que nunca volverá?
[“Dilema”, p. 35]
Aquí la razón de rehacer las imágenes de la familia. Llenar un baúl con recuerdos para después perderlos. ¿Quién no ama lo que es imposible de recuperar? ¿Quién no siente nostalgia de una juventud que en realidad estuvo marcada de negaciones, de padecimientos y recaídas? Saudade de la saudade. En cada melancólico hay un coleccionista de asuntos y querencias que no existieron.
4. «Lecciones de poesía, / aprendidas para el examen bimestral.»
Del conjuro de los viejos amanuenses
heredamos estos fósiles: un chancho,
un perro y la ballena. Del arca, el mascarón
de proa y cientos de astillas del bauprés
Heredamos la alucinación de estar al pie
del extramuro, ansiosos por volver
de la locura y medir los metros que
perdió el poema en la realidad.
Abajo, sus fantasmas, cautivos en escolios,
no ven el esfuerzo de la Miss por aprender
al detalle, en qué sala el grito bautismal
A qué edad la extremaunción
Si hubo ahí o no…
—¿Fatalidad es con mayúsculas?
—¿Dijo Ud. extrema…, qué?
—¿Bautismal con v o b?
Los niños tampoco ven.
[“Amanuenses”, pp. 79-80.]
Al cruzar la frontera (cualquiera, incluso la de la realidad) llevaba conmigo huesos de animales que se habían extinguido. ¿Te has dado cuenta que en las películas de ciencia ficción los animales no existen? Solo queda el hombre y un planeta destruido. Algunas ventajas hay: no más piojos ni parásitos intestinales. También llevaba algunos diccionarios de los que se habían expurgado ciertas palabras debido a la dificultad de las maestras para pronunciarlas frente a tus alumnos. Algunos prejuicios hay: los nuevos sacerdotes siempre dudan cuando escriben bautismo en sus recibos de honorarios. No tuve problemas en la aduana, las dificultades comenzaron cuando el taxista quiso saber quién era yo. No entendía mi nombre. Pareció satisfecho cuando le describí la historia de mis familiares:
Ninguno tuvo la vejiga preñada por el cáncer
(apenas unos sucios algodones)
Ninguno exhaló humo, ya vacuo de fuego
(con el pulmón boyante de alquitrán)
Ninguno llegó a llorar por el catéter
(hasta perder la dignidad)
Ninguno mudo en el estiércol, tábanos abajo
(con los perros del báratro comiendo de su alma)
Ninguno a fierro curvo
Ninguno muerto
[“Erratas”, p. 84]~
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