NAGARA: Borronear cuervos
Después de ver Un sistema de cables de los que colgaba un misterioso par de zapatillas, Jorge Posada nos habla del Anuario mínimo de Chirinos, en NAGARA: Borronear cuervos.
Segunda entrega dedicada a Eduardo Chirinos.
Anuario mínimo (1960-2010).
1. Hormigueo en el tórax
EL 15 DE JULIO DE 2014 compré el Anuario mínimo de Eduardo Chirinos en la librería de la Cineteca Nacional. Llegué dos horas antes a la cita y me tiré en el pasto a leer. Hormigueo en el tórax, en los hombros, ardor en los párpados: síntomas del placer y de la felicidad en mi cuerpo. En las páginas atravesaba, desaparecía y se delineaba el hombre que tantos versos emocionantes y duros ha escrito. Un Chirinos que estaba junto a mí en ese instante debido a su habilidad para tender una escenografía de años, una trama de querencias familiares y amistosas, una red de fracasos y separaciones, un mapa de muertes y hallazgos. El libro es un encuentro creado a través de la cortina de la escritura: una transparencia cuya espesura de ecos nos desorienta y nos guía. Dos días después era el cumpleaños de mi expareja y el Anuario fue el regalo, había historias, retazos de fotografías que coincidían con la niñez y la juventud de ella en Arganda. En agosto fue a visitar a su familia y a realizar los trámites de su titulación de doctorado en Madrid. El Anuario la acompaño. Noventa días después regresaron, ella indiferente y fría, el libro sin abrir.
2. Animales extintos
Escribir mi autobiografía a los 35 sería ensayar un plagio de la vida de Chirinos. Acomodar las piezas, los hechos, las anécdotas, los países que él detalla en el sendero de mi vida. Disimular las diferencias por medio de relatos llenos de animales extintos y de los compañeros del colegio que aparecen radiantes en las imágenes de generación pero de los que nadie recuerda el nombre o el apodo. Estoy a la mitad del camino como el hermano del Cónsul. No he sido un espía ni un buen padre. “Por lo menos mantienes limpia la casa”, dice una vocecita dentro de los audífonos.
Soy Tristram Jorge que se tira de cabeza –no contra el dragón- si no contra su propia máquina de miedos.
Un Jorge Shandy a la saga de un Eduardo Chirinos lleno de ruidos, de cuadernos y de plantas.
Un Tristram Jorge Shandy que al intentar su autobiografía a los 35 espera no caer como un cuerpo muerto cae.
3. Un par de tazas
Mis padres me concibieron en un departamento helado desde donde se veían los desniveles y los puentes de una ciudad que inhalaba el progreso. Mi padre trabajaba como gerente de ventas y mi madre como administradora en una fábrica de cerveza. Tenían un año de casados. De esa época solo conservan un par de tazas de peltre que conservan como un trofeo.
4. Toallas de colores
La primera vez que vi a mi hermana fue por la ventana de un tercer piso del hospital. En realidad lo que miré fue un atado de cobijas rosas que mi padre mostraba. Mi abuela me obligó a hacer hola con la mano. Recuerdo que cuando mi hermana dormía mi madre me pedía vigilara su respiración. También ayudaba a bañarla, llevaba cubetas y vaciaba el agua jabonosa y al terminar la envolvía en unas toallas de colores que hacían que su cuerpo pareciera más pequeño de lo que era. Solo en su segundo cumpleaños (yo ya tenía seis) tuve la certeza de su nombre – Gloria Aldonsa-. Tardé un tiempo más en aprender mi nombre completo y el de mis padres.
5. Bolsas de dormir
Tercero de kinder. La primera noche que pasaba fuera de mi casa y del cuidado de mis padres. Campamento escolar. Hubo tiendas de campaña y fogatas. Las maestras nos recibieron a las 6 de la tarde. Jugamos durante horas. En algún momento de la noche nos quitamos la ropa sentados en el suelo, sobre las bolsas de dormir. Yo lo hacía concentrado, sin prestar atención a los demás, hasta que una niña desnuda salió corriendo al baño. La maestra fue detrás de ella. La niña lloraba al no lograr ponerse la pijama. La maestra la tranquilizó y la ayudó. Así comenzó mi deseo: un cuerpo desnudo dirigiéndose a un patio enorme y oscuro. Mi génesis de bolsillo.
6. Plástico caliente en las orejas
Vivíamos a unos metros de la carretera que llevaba a las minas de cantera y al desierto. Había torres eléctricas cuyo zumbido era tan molesto como tener plástico caliente en las orejas. Las personas mayores decían que la sequía duraba ya 16 años. En el mes de abril organizaron peregrinaciones a la catedral y a la Iglesia de la Virgen de la Caridad para solicitar a dios que hiciera llover. Él atendió sus ruegos pero el mensaje llegó distorsionado o tal vez hizo accionar mal la ingeniería celeste. Una tarde de mayo granizó durante horas. Los cristales de los autos y de las casas se quebraron. La capa de hielo era de un metro y medio de alto. Hace unos días en el metro encontré a un hombre con un tatuaje en el antebrazo: “Yo sobreviví a la nevada en el desierto.”
7. Lavanda
Ese año podría titularse. “La crisis que hizo ver a las anteriores crisis como focas bebés” o “Desde el sur con amor les deseamos feliz año y prósperos rifles de madera” o “Frances Farmer take revenge in Seattle” o “Cómo mi padre tardó una década en encontrar un nuevo empleo y la casa fue embargada” o “Adiós a lo que fuimos, desde hoy vestiremos con ropa de segunda que huele a lavanda y que no lavamos hasta el invierno.
8. Mis viejos zapatos vacíos
La mitad de mi primer sueldo lo gasté en un libro. Trabajaba en una ferretería como vigilante y como contador de clavos y pesador de cuartillos de cemento. Luego de leer los primeros cinco textos estaba muy enojado. Había desperdiciado el dinero que necesitaba para mis pasajes. Casi al final de la primera parte ocurrió un descubrimiento que aun no comprendo.
ya habrás llorado de furia,
y habrás insultado el recuerdo de mi madre
llamándola perra podrida y madre de perros,
ya habrás bebido sola, solitaria, el té del atardecer
mirando mis viejos zapatos vacíos para siempre
y ya no podrás recordar mis enfermedades, mis sueños nocturnos, mis comidas,
sin maldecirme en voz alta
Ignoro lo que descubrí en esas líneas. No abarcaré los matices y simas contenidas en las Residencias en la tierra. Sé que sin ellas no hubiera llegado a Chirinos ni a mi propio cuerpo.
En Anuario mínimo se encuentra el orden programático del azar en la escritura de Chirinos. Sus intuiciones, sus deslumbramientos, sus principales críticos:
- De los comentarios que recibí cuando publiqué mi primer libro, ninguno se me quedó tan grabado como el de mi abuela. Luego de un examen detenido y prolijo en el que, supongo, esperaba encontrar algún eco de Bécquer o Chocano, dijo en voz alta: “¡Qué capacidad tiene este muchachito para escribir tantos adefesios en un libro tan chiquito!”
- Ricardo Reis, el heterónimo más clásico de Fernando Pessoa, decía que “en el poema más pequeño de un poeta debe haber algo en que se note que existió Homero”. Lo que me seduce de esa frase no es su defensa del conocimiento como condición necesaria para comprender un poema. Lo que me seduce es su apuesta por la originalidad. Un poema –si es realmente original- sabrá conducir a sus lectores hasta el origen mismo de la tradición literaria. Un poema es siempre el punto de partida de una tradición, nunca su punto de llegada.
- Mi oreja es vanguardista, mi ojo clásico. Como todas las parejas tienen su pleitos y malentendidos, pero en general se llevan bien. Saben que se necesitan. Que el uno no puede vivir sin el otro.
9. Den Xiao Ping
A los 21 tenía una familia. Habitábamos un terreno que se llenaba de niños borrachos, de cabras y de niebla. Dormía dos horas y escuchaba la radio como un adicto. Estaba lejos de llegar a ser este coleccionador de pérdidas y ocultamientos. Desconocía quién era Den Xiao Ping y por qué le decían “hijo de perra”. También ignoraba que durante una década viviría una dolorosa dualidad: mis hijos en casas que crecían en sus rentas y yo en una bodega de frío.
10. Agujeros de identidades
A mis 28 pasaba la mitad del día en la biblioteca. En las vacaciones me ocultaba en las salas de cine. No por un afán de conocimiento, si no por no soportar estar solo conmigo. No lograba dominar ciertas adiciones y vicios. En alguno de los estantes apareció un libro de tapas verdes donde Chirinos escribió:
Borroneando cuervos
Leo en un viejo poema chino “su tinta sólo es capaz de borronear cuervos”. Pienso en los cuervos. Los he visto esta mañana, devorando cadáveres de ardillas o venados, graznando sobre la nieve luminosa (ellos, tan oscuros, graznando sobre la nieve luminosa), agujeros alados donde no aciertan las palabras. Alguna vez me hundí en ellos ¿Cómo explicarlo? Un sucio aleteo sacudiendo la nieve, un balbuceo de plumas estorbando el sueño. Pienso en Darío. “Un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste”. No es difícil ver el llanto, su Página de Oro rayada de cuervos salvajes y crueles. Vallejo también tuvo sus cuervos. Y Poe y Zhang Kejiu. En la tradición china borronear cuervos es escribir mal. Miro esta mañana la nieve luminosa. La carne del venado desgarrándose en el pico de los cuervos.
Tiempo después me tatué tres cuervos en el antebrazo. Mi borronear cuervos se refiere a mis decisiones, a mi cobardía de hombre, a mis agujeros de identidades.
11. Máquina de fracturas
El Anuario mínimo fue uno de los objetos que mi expareja dejó. Lo leo como una máquina de fracturas, como un oráculo de ese plano de huecos que es el futuro.~
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