Mi propio paracosmos privado

El paracosmos privado de Gerardo Sifuentes: «quizá no tan elaborado, fantástico u obsesivo […], pero sin duda era genuino y me divertía mucho creándolo.»


 

LES DIRÉ QUE Tarot fue uno de los grupos de noise rock más importantes de la historia. No los conocen porque sólo seis personas nos enteramos a inicios de la década de 1990. Será difícil hallar referencias en Google, porque aquella banda que ocupó parte de mi tiempo me los inventé entre los 15 y 16 años. El sonido que tenían, según leo en hojas escritas de mi puño y letra que guardo en un archivo, era «Led Zeppelin mezclado con el ruido de maquinaria en una fábrica de automóviles…» Adjunto a estas notas hay varios recortes de revistas (Rolling Stone, Spin, Fangoria, Starlog) y periódicos (La Jornada Semanal), así como fotocopias de otras publicaciones, con información y datos que me ayudaron a crear a la banda subterránea más extraordinaria del año 2025 –olvidé mencionar que estos chicos vivían en el siglo XXI, y para entonces la colonización de Marte era un hecho, así que solían dar conciertos en bares de este planeta con frecuencia, siendo la ciudad de «Audren» una de sus favoritas, la cual me encargué de describirla de una manera tan decadente como la ciudad de Los Ángeles de Blade Runner.

Se trataba de cuatro estudiantes universitarios de 21 años, provenientes de medios muy distintos y con intereses musicales diversos, sin duda lo mejor de todos los mundos posibles: Iliana, la vocalista, era una goth con un pasado tortuoso (claro, no podía ser de otra manera); Sonja, la bajista, era una punk mal encarada que siempre llevaba una navaja (qué tal); Zim era un guitarrista ‘experimental’ que prefería la música industrial (él era mi alter ego, que describía físicamente muy parecido a Al Jourgensen­) y Joako, el baterista, había salido de una «peligrosa banda de heavy metal» (así lo tengo escrito). Tengo un dibujo a lápiz y tinta negra donde se les puede ver, todos calcados de varias fotografías y con cara de rudos. Tuvieron dos discos, cuyas portadas también diseñé. Elegí el nombre de cada una de las canciones, así como la duración de las mismas. Entonces no pensé en ponerles un productor, pero tuvieron una disquera propia que llamé Anarchy Records. Escribí incluso algunas reseñas supuestamente publicadas en revistas internacionales donde se habla no solo de los discos, sino también de sus tocadas en vivo –irónico, pues entonces me parece que nunca había asistido a una tocada de rock en serio.

Aquel era mi paracosmos privado, quizá no tan elaborado, fantástico u obsesivo como el de otra persona que conocí después, pero sin duda era genuino y me divertía mucho creándolo. Fue cuando decidí trazar un mapa de la conflictiva Audren que se me ocurrió la idea de escribir las aventuras de estos músicos. Pero sin saberlo aquello fue el inicio del fin de aquel mundo. No recuerdo en qué momento decidí compartir aquel universo con otras personas, pero en cuanto dejó de pertenecerme poco a poco mi obsesión por ellos comenzó a perderse. Quizá fuera que empecé a leer más, o el hecho de tener a mi primera novia (ya sé, ya sé, era muy nerd).

Así nació ‘Tarot: fábulas de rock’, episodios de un pulp en fotocopias que empecé a repartir entre mis cinco únicos y fieles lectores: Lidia, Ivonne, Miriam, Toño y Gustavo. Alumnos de una escuela católica lasallista, en una época sin Internet, aquello sin duda fue una gran manera entretenerse. Las entregas eran  todos los viernes, tenían su respectiva portada ilustrada y cada historia terminaba con un cliffhanger. Sólo llegué hasta la séptima entrega, y a partir de entonces nunca más volví a saber de estos personajes. Ahora no me atrevería a publicar estas historias, y mucho menos dar a conocer el archivo donde se concentra su génesis. Cierto es que nos hemos visto en cada una de las mudanzas que he tenido, decidiendo si los conservo archivados o no. Pero ahí siguen, en la caja de documentos,  haciendo vibrar con su música el «Sistema Solar Colonizado».~