Intervalos moderados

Llevaba muy mal los huecos. No sabía que hacer con tanta intemperie, fría y desangelada. Había pausas que me ponían tan nerviosa que sólo podía pedalear para dispersarlas, pero, después del esfuerzo, y de alguna rodilla arañada, otra vez estaban ahí, justo donde las había dejado, deseando que las rellenara y coronara con guindas en sus puntas.

A veces, cuando me coincidía el intermedio con el de otro amigo, me presentaba en su casa dispuesta a atiborrarlo. Lo pasamos bien y nos quedaba un intervalo precioso y rebosante. Pero siempre tenía que regresar a casa sola, en mi pesada Motoreta.

Estaba predestinada. Necesitaba otras vidas para que me saciara la mía, para hacer algo de provecho con ella.

La primera vez que me sacudí el ocio con arte, vino Super Ratón al rescate. “¡No se vayan todavía, aun hay más!”. No había tiempo ni para un aburrimiento. Ni siquiera un trocito para sorber el Cola-Cao…Era un roedor de lo más espléndido y de gustos sencillos. El bien siempre se imponía al lado oscuro, de perfil peludo y  hocico húmedo. No había ninguna duda del lugar que ocupaba cada uno. En un rincón mugriento, los lobos, los zorros y los gatos, que  eran criaturas oscuras y torpes.  Y en el lado más cálido y con hilo musical de harpa, los canarios de pestañas largas y los ratones, con ojos nada rojizos, que, aunque diminutos, eran adorables, ingeniosos y justos. Todos en perfecto orden, sin salirse, ni una patita, de la raya. Luego las fronteras se hicieron añicos y me hice con más de un gato muy decente y bien vitaminado.

De ahí pasé, o alterné, o habían llegado antes,  a los libros  de pocas palabras y de  ilustraciones generosas, de un grueso irrompible, pero sí muy “dibujables” y, finalmente, con perseverancia, “añicables”. También estuvo papá, con sus cuentos surrealistas homemade, que me iniciaron en el humor más absurdo. Fue una lástima que se dedicara al turismo y una gran pérdida para Los Pyton. Los discos de cuentos que oíamos a falta de padre, o de su ingenio, eran más sensatos y uniformados. Mi hermana y yo los contábamos  y cantábamos, con una perfecta dicción castellana-vallisoletanea, al unísono, junto a un  narrador  muy sobreactuado, digno aspirante del Actors Studio.

Mi primera vez en el cine fue un gatillazo. Aunque el relleno era perfecto, y bien mullido, para las tardes de ocio, resultó ser una experiencia traumática, de las que aun me quedan secuelas, que intento aliviar con mi compromiso con el medio ambiente. Con el tiro del cazador, no solo murió la mamá de Bambi, se me esfumó la inocencia de un plumazo. Mi repentina toma de conciencia nos obligó a salir del cine, entre las  llantinas de Bambi y las mías, en mi primer berrinche de dolor ajeno,… que es el propio. La sensación de injusticia aun perdura y, me temo, que con lo años, no mejora, sobre todo cuando ya has hecho, por desgracia, de Bambi.

Decidí dejar el Cine de Autor, y lo introspectivo, para los huecos, y hormonas, de mi adolescencia -”os odio a todos”, y me hice con un Disney de evasión, de andar por casa. Me reservaban, en el kiosko, mi Don Mickey semanal, junto al Cambio16 de mis padres. Estaba hecha toda una mini mujer. Me temo que fui, entre otros entusiasmos de la época, una “Disney Victim”. Tenía adornado el dormitorio con  chinchetas y recortables ,semi amputados, de sus personajes. También encontré gotelé para los anti sistema de  Fantasías  animadas de ayer y hoy presenta… y los Yogis y  perros azules de Hanna Barbera. No distinguía entre sexo, raza, color, especie o productora.

La primera vez que me realicé,  y engalané los intervalos sin farolillos, ni  un dibujo  que echarme a los ojos,  ni tan siquiera de carboncillo, fue a lo grande, con las tintas pletóricas. No sé como llegó la novela a mis manos pero seguro que por el camino hubo baldosas amarillas, en tecnicolor. Me  leí El Mago de Oz en un par de sentadas,… y un par de sentadas, para una cría, equivale a un mes entero de concentración, con duras y largas jornadas, para un adulto. Cuando acabé, quedé tan felizmente trastornada, que repetí, de inmediato, el trastorno. Reincidí de bruces… Vamos por 2 meses…

A partir de aquellas sentadas y mi desmelene erudito, se me llenó la salita de espera. Los cinco, El Barco de Vapor, Elige tu propia aventura, Los tres investigadores, Agatha Christie… Las células grises a flor de piel... Superé mi aversión a la oscuridad, unida a los giros de guión desgarradores, y tuve la suerte de ser una cría en el Periodo Azul de Spielberg y sus pinches. ¡Se puso de moda ser pequeñita!  E.T,  Los Gremlins, Indiana Jones, Regreso al Futuro, Los Goonies, Big… La dulce invasión “peliculera” yanqui, se me retro alimentaba, con  su hegemonía televisiva. Comencé a consumir pronto, muy “inberbemente”,  Barrio Sésamo y Fragel  Rock, (o la nacional-irreverente-entrañable  Bola de Cristal), y continué, a lo largo y  ancho, de la parrilla o vida. La Familia Monster, El Gran Héroe Americano, El Show de Bill Cosby, Las chicas de oro, Luz de Luna. Reconozco que, en esos años, andaba muy felizmente colonizada.

Y aun poseo el don de la ubicuidad. Lo tengo sobre sobado, pero sigue funcionando como en  tiempos del blanco y negro. Por culpa de querer rellenarlo todo, me lo he vivido casi todo. Sigo en mi empeño de no dejar ni un intervalo sin firmar, ni una gota sin un buen remojo. Estrené el año, abarrotándolo con la esponjosa trama de  Beginners y lo cierro, cada día, con un capítulo de “La Delicadeza”, novela a la que no puedo añadir ningún adjetivo,  porque sería redundante… Con lo que a mi me gusta redundar, recargar y hacerme un Rococó, en cuanto puedo.

Doy gracias a la perseverancia y a la generosidad de Super Ratón, instándome a no tirar nunca la toalla, ni la atención, porque aun había, y hay, mucho más.