Lo sobrenatural en la lírica popular
Un texto de Adriana Azucena Rodríguez
A PESAR DE ser frecuentes las leyendas de aparecidos, demonios y seres féericos, el cancionero popular hispánico tiene pocas referencias a lo sobrenatural. La Edad Media y la tradición grecolatina llegaron a conformar amplios tratados y sumarios en los que se describía y clasificaba a estos seres. En cambio, es evidente su ausencia en la lírica tradicional popular, ese conjunto de canciones festivas, bailables y jocosas, cuyo rastro permanece en la llamada canción popular, es decir, creada por un autor reconocido para todo público. Lo que distingue a la lírica popular es que son canciones sin un autor reconocido, compuestas por el pueblo y para el pueblo. Sin embargo, quizá por esa ausencia, las imágenes existentes de lo sobrenatural resultan inquietantes, símbolos de amenazas atemorizantes, metáforas de nostalgias y desasosiegos. Por ello me atraen, en esta ocasión, hacia su búsqueda. Advierto que reuniré una serie de canciones muy antiguas, incluso medievales, y otras mucho más modernas, guiada más por las memorias de infancia y etapas de mi formación profesional.
Seres féericos
Comencemos con los personajes femeninos relacionados con lo sobrenatural, que incluirían brujas, hadas, ninfas y sirenas. Éstos no son frecuentes en la tradición hispánica más antigua; las brujas son seres a los que se perseguía por sus vínculos diabólicos. Sin embargo, en la lírica medieval, llega a aparecer un personaje similar, a propósito del motivo de la joven que se volvió morena, una de las pocas referencias a estos seres:
Hadas malas me fizieron negra
que yo blanca era
Esta canción fue incluida por la investigadora Margit Frenk, especialista en la canción tradicional de la Edad Media, en uno de los cancioneros más completos. La expresión alude a la existencia de dos tipos de hadas: buenas y malas, pero no he hallado que “hadas buenas” acudan a esas canciones. Es en la canción veracruzana que, por fin, aparece toda una atmósfera sobrenatural: una voz masculina dice que es bonito volar a las dos de la mañana, para luego sufrir ante la aparición de la bruja:
Me agarra la bruja y me lleva a su casa
me vuelve maceta y una calabaza
me agarra la bruja y me lleva al cerrito
me vuelve maceta y un calabacito
que diga y que diga y que dígame usted
cuantas criaturitas se ha chupado ayer.
(“La bruja”, son jarocho)
A esta imagen se agrega la de otro personaje sobrenatural poco común en la lírica popular: la sirena, figura perfectamente asimilada por la cultura popular más reciente, como lo atestigua su inclusión en la carta de la lotería. Lo interesante aquí es que el personaje masculino del son continúa sus encuentros con los seres feéricos femeninos:
¡Ay!, me espantó una mujer en medio del mar salado
en medio del mar salado. ¡Ay!, me espantó una mujer, ¡ay, mamá!
Porque no quería creer lo que me habían contado:
lo de arriba era mujer y lo de abajo pescado. ¡Ay, mamá!
Este marino personaje sufre la misma suerte de la bruja: hay pocas canciones sobre la sirena; una de ellas, muy antigua, es la que recopila el medievalista Alan Deyermond. Otra vez, la morena lleva la voz poética y recuerda recibir de su amado, a manera de cumplido, el nombre de sirena:
que le da vida y le mata
ésta mi color morena
y llamándome sirena
él junto a mí se adurmió:
si le recordaré o no?
Advierte el investigador que no “hay alusión abierta a las sirenas en la antigua lírica popular”, y que el anterior ejemplo aparece hacia 1620. La lírica actual despoja a la sirena de su carácter tabú y aprovecha su tradicional simbolismo de sensualidad, amor prohibido, fiesta a la orilla del mar. Dichas canciones dedicadas por completo a este personaje conservan la característica de seducción. Hay una canción de estudiantina (o “tuna”, como se le llama en España) cuyo autor no he podido localizar:
Cuando mi barco navega
sobre las olas del mar
pongo atención por si escucho
una sirena cantar.
Dicen que murió de amores
y en su canción se escucha
yo doy gustoso la vida
siempre que sea por amor.
Corre, vuela
sobre las olas del mar
quién pudiera
a una sirena encontrar.
(“La sirena”, autor desconocido)
Así que la sirena veracruzana sigue nadando solitaria por las aguas del folklore. A cambio, la canción popular moderna dedica al personaje un gran número de composiciones, tal vez la más festiva y graciosa sea “La sirenita” de Rigo Tovar (grabada hacia 1980), una historia de un encuentro entre humano y sirena que culmina en el amor doméstico y la paternidad, parodia de la visión negativa que se le atribuyó desde la Odisea.
Fantasmas
Es probable que la historia más antigua relacionada con espectros en la península ibérica sea la de doña Inés de Castro, concubina del infante D. Pedro de Portugal. La investigadora Patrizia Botta hace un recuento de estas apariciones en “El fantasma de Inés de Castro entre leyenda y literatura”. A grandes rasgos, este pasaje del siglo XIV cuenta que Inés fue asesinada y D. Pedro, una vez en el trono, exhuma el cadáver, la desposa y obliga a sus asesinos a que besen la mano de la reina. El episodio histórico se convierte, en la poesía lírica tradicional, en fuente de historias relacionadas con la muerte de doña Inés: algunas recreaban el instante en que el cadáver es coronado y presentado ante sus asesinos; en otras composiciones, la difunta ya en el cielo, evoca su vida y muerte, y, por supuesto, en otras, el fantasma de la muerta se presenta ante los ojos de su amado:
Una visión espantable
delante mis ojos vi.
No temas, el escudero
no hayas miedo de mí.
Yo soy la tu enamorada
…pues yo morí
Ojos con que te mirava
vida, no los traigo aquí
Braços con que te abraçaba
so la tierra los metí.
Es una de las vetas más promisorias para estos temas: “La llorona” es una canción de amor, aunque su referente es uno de los fantasmas más famosos de este país, y contiene alusiones al río, lugar de las apariciones de este espectro.
Ay de mí, Llorona, Llorona,
Llorona, llévame al río.
Tapáme con tu rebozo, Llorona
porque me muero de frío.
O al cementerio, aunque no refiere ninguna característica alusiva a lo sobrenatural:
No sé qué tienen las flores, Llorona
Las flores del campo santo
que cuando las mueve el viento, Llorona
Parecen que están llorando.
Hay una canción muy antigua, una habanera, que ha sido interpretada por varios cantantes mexicanos: Javier Solís, Luis Aguilar o Los hermanos Zaizar, por eso se ha supuesto que es un corrido de la Revolución; pero el cantante cubano Silvio Rodríguez recordaba que su abuela materna decía que era “deltiempoespaña”. En realidad, el texto es del colombiano José María Garavito, nacido en 1860 y musicalizado por el cubano Jorge Anckermann. Se trata del adiós de “un soldado al pie de una ventana”, a una mujer a la que llama “lucero de mis noches” y promete volver; es muy descriptiva y presenta la escena del cuartel con un estilo casi cinematográfico:
Ya se divisa por el oriente el alba,
ya se asoma la estrella de la aurora,
y en el cuartel tambores y cornetas
están tocando “Diana”.
Las estrofas están un tanto desligadas entre sí; el poema original es más largo y contiene más detalles del hecho, pero en la canción el receptor deberá establecer la historia que las une. Entonces, en la siguiente estrofa, se hablará de un joven:
Horas después cuando la oscura noche
cubría de sombras el campo de batalla,
a la luz del vivac pálido y triste
un joven expiraba.
La descripción logra un ambiente conmovedor pero también sugiere la oscuridad propicia para la aparición de lo sobrenatural:
Se ve vagar la misteriosa sombra
que se detiene al pie de una ventana,
y murmura: “No llores ángel mío,
que volveré mañana”.
Evidentemente, esa “misteriosa sombra” es un fantasma, y ha cumplido la promesa que hizo a su amada; además, reitera que volverá una y otra vez, como corresponde a los seres que tienen tales compromisos pendientes. Estas imágenes de oscuridad, amor y muerte son comunes en el modernismo hispanoamericano; lo interesante es su adhesión a la cultura popular, en este caso, por su relación con el dolor de la guerra.
En el siglo XX, ya con la presencia de la radio, la canción popular buscó nuevos temas, e incorporó leyendas y asuntos alusivos a lo sobrenatural. Tal vez se recordará la “Ley del monte”: el juramento de amor queda grabado en una penca de maguey; al romper el compromiso, uno de los enamorados destruye ese testimonio. El abandonado informa del extraño suceso:
No sé si creas las extrañas cosas
que ven mis ojos, tal vez te asombres:
las pencas nuevas que al maguey le brotan
vienen marcadas con nuestros nombres.
(José Ángel Espinoza, “Ferrusquilla”)
Y es que lo sobrenatural suele estar relacionada con las penas de amor. El desamor llega a convertir a los amantes en espectros:
Como sombra vagarás
y será tu maldición
que nadie pueda quererte
igual que te quise yo.
Y tendrás que responder
ante el tribunal de Dios
no se mata impunemente
y tú mataste mi amor.
(“Cuatro Cirios”, Federico Baena)
La lírica infantil
A los niños se les espanta para que se porten bien, ni duda cabe: el “coco” es un ser que se come a los niños y se advierte de su presencia en las canciones de cuna:
A la ro-ro niño, duérmaseme ya
porque viene el coco y te comerá
El personaje tiene múltiples versiones: “se lleva a los niños / que duermen poco”, en una relación más parecida a los gitanos, el señor del costal, o el lobo. Seguro la imagen del coco es más antigua, ya que Sor Juana, en el siglo XVII, la menciona para reiterar la necedad masculina, en sus famosas letrillas, un verso de clara cercanía popular:
Parece quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.
Pero tampoco es muy frecuente hallar seres sobrenaturales en la lírica infantil. En cambio, la cultura anglosajona tiene mayor presencia de estos seres en sus expresiones populares. Sospecho que Francisco Gabilondo Soler, Cri-Cri, adoptó esta influencia y compuso diversas canciones con personajes poco comunes en nuestra tradición. En 1956, edita la “Canción de las brujas”, con las características modernas del personaje: salir “al juntarse las agujas / del reloj” y, claro, aparecen para atormentar a los niños malos, “a los muchachos tontos / que no quieren estudiar” y otros pequeños y jóvenes gandules:
Se oyen portazos
y risotadas
rac, ric, rac, ric.
Son las malditas brujas
empeñadas en buscar
a los groseros, y mentirosos,
y a los que estudian mal.
Cri-Cri también compuso “El fantasma”, una auténtica parodia del personaje: no sabe asustar y tampoco es muy buen bailarín. Así el compositor mexicano dio acceso a esos temas en nuestra lírica infantil, como canciones para Día de Muertos y juegos. Hoy contamos con un amplio acervo de composiciones inspiradas en vampiros, fantasmas, duendes y monstruos que buscarían atenuar la impresión que esos seres provocan en el mundo de los sueños: una especie de entrenamiento contra los temores irracionales que esos seres llegaron a causar en otras épocas.
Lo sobrenatural se cuela por todas las formas de la cultura popular, incluso en sus manifestaciones más festivas. La lírica popular conjura temores, conserva imágenes legendarias, fomenta un comportamiento aceptable socialmente y, por supuesto, mantiene vigentes las advertencias contra los peligros. Cuando invita al baile, lo sobrenatural se incorpora momentáneamente a la fiesta, disuelve una frontera que pocos se atreven a vislumbrar y la reconoce como parte de ese proceso vital de regeneración y continuidad. Cuando conserva personajes y situaciones dramáticos, es testimonio de la tragedia contemplada con melancolía. Esta nota de la imaginación, entonces, vibra cada tanto en esas canciones con acordes melancólicos o jocosos, a veces en contraste y otras en armonía, y recuerdan que con lo sobrenatural también se canta y se juega, se llora y se baila.
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