Llegará
Un texto de Adrián L. Alexander
SOLO UNA VEZ robé dinero del bolso de mi madre. Tenía 10 años y era domingo. Estaba jugando con mis vecinas, y la que siempre me ignoraba, sin venir a cuento ni mediar palabra me dio un beso. Fue un piquito inocente, pero que la vecina dos años mayor te inicie así, sin decir nada es… yo sentí que me metió la lengua hasta la laringe. Entonces fui a casa, cogí unos pesos del bolso de mi madre y compré un helado. Pensaba que con un helado la vecina me enseñaría las bragas.
Le entregué el helado, de fresa, porque de chocolate se me antojaba muy indecoroso, como si le insinuara sexo anal, y debía ir paso a paso. Ella se sorprendió cuando le puse el helado en la cara. Dudó bastante, hasta que se animó y lo agarró. Lo miró por todos lados, como si fuera dildo y no un helado y me miró. Aún recuerdo esa mirada. Fue fija, directa. Vi en sus ojos marrones mi nefasto futuro con las mujeres. Luego soltó el helado en mi camisa e hizo un gesto tapándose la boca, pero con burla. No hizo sonido alguno. Luego se frotó los dedos para limpiarse las migajas y se terminó de limpiar en mi camisa, a la altura del corazón, el único lugar de tela que no tenía helado.
Desde entonces no pago nada. Todo a fifty-fifty. Recuerdo la primera vez que fui con una chica a un hotel de paso. Ella me habían dicho que estaba con ganas y yo le advertí:
—Conmigo todo a medias, ¿traes dinero?
Ella me miró como mi vecina. Y por una extraña razón también se limpió los dedos en mi camisa, a la altura del corazón. Luego dijo sí con la cabeza.
No soy guapo, y no tengo carisma. A veces soy gracioso, pero no me alcanza. No para lo que quiero, que es básicamente todo. Y es una putada. Pero me niego a invertir. No pagaré nunca más los helados ni las Fantas ni las copas ni los hoteles. Solo los condones. Eso por descontado. Y me acuerdo del amigo de la residencia universitaria de Kanazawa, el prota de Tokyo Blues. El tipo era guapo, su padre tenía pasta y encima era hablador y encantador. Pagaba cuando no le hacia falta. Para él era un juego hasta cierto punto aburrido salir los sábados a conocer a una chica y llevársela a la cama. Y se levanta a dos, o tres, según cómo se mire, porque Kanazawa no solía poner mucho de su parte y también había que convencerlo.
No. Yo no haré nada para llevarme a la cama a una chica que suponga el gasto de más de una moneda. ¿Entonces -me pregunto a mi mismo-, en qué carajos te gastas el dinero que a veces te ganas? Miro a la pared de mi cuartucho y sonrío. Tengo un chingo de libros de autoayuda. Y sobresale uno del que tengo todas las ediciones y hasta una en árabe: “¿Cómo seducir sin dinero?”. Tiene muchas notas mías, y le escribí al autor y al editor pidiendo un anexo práctico. Lo estoy esperando. Llegará.~
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