La poesía como ciencia del lenguaje
(Apuntes a partir de Houston, yo soy el problema, de Óscar García Sierra)
Un texto de Vicente Monroy
No niego el valor ni pongo en duda el interés de una literatura que trata a la literatura misma como un decorado y a los autores como los verdaderos personajes, pero he de constatar que no he encontrado en ella gran cosa que pueda servirme positivamente.
Paul Valéry
PERTENEZCO A UNA generación abarrotada de poetas. Sobre nosotros se han dicho muchas cosas, la mayor parte de ellas imprecisas e inútiles. En lo que todos los comentaristas parecen coincidir al hablar de la generación Millenial, es en celebrar una enorme variedad de posicionamientos y voces poéticas.
Ésta es una verdad a medias. Es innegable que Internet y las nuevas tecnologías han provocado cambios importantes en el uso del lenguaje, como una inesperada sustitución de la comunicación hablada (que había predominado en el siglo XX) por la escritura en los chats y las redes sociales, el uso y la manipulación de imágenes como forma de corregir o jugar con la ambiguedad en el tono de la expresión escrita, o ciertos niveles de inmediatez que se traducen en formas y temáticas. Pero quizás sea una revolución más leve de lo que muchos (yo mismo) hemos llegado a creer.
En realidad, si nos fijamos en la poesía joven actual, existe una corriente principal bien clara y homogénea, que se muestra casi inalterada desde hace algunas décadas, desde antes de la revolución de Internet. Esta corriente se traduce en una idea imperante, generalmente aceptada y común de lo que es la poesía, que se ha mantenido en detrimento de otras manifestaciones del lenguaje poético al menos igual de importantes. Me refiero a la percepción de la poesía como forma de expresión personal.
Si hiciéramos una encuesta entre los poetas jóvenes sobre la condición y la definición de la poesía, es posible que, efectivamente, se dejara ver la cierta variedad de posicionamientos que anuncian los comentaristas. Pero sin duda ocurriría también que, a la hora de definir la poesía, la mayoría de los poetas coincidirían en considerarla un medio para la expresión personal.
[pullquote]A la hora de definir la poesía, la mayoría de los poetas coincidirían en considerarla un medio para la expresión personal.[/pullquote]
Es un ejercicio cruel, pero revelador, observar las consecuencias de esta idea en el lamentable panorama poético español. La poesía como forma de expresión personal es un tópico que se ha mantenido inalterado al menos desde la generación del 50, de la que siguen bebiendo la mayor parte de los poetas jóvenes de hoy, actualizando apenas un nivel superficial del lenguaje con referencias contemporáneas. Este estado de las cosas marca inesperadas, a veces delirantes tendencias, como el regreso actual de la metáfora, de las temáticas de la muerte o la enfermedad, un profundo y barroco pesimismo o la puesta en escena de un fracaso generacional al modo de los viejos poetas, pero mucho antes de tiempo.
La poesía como forma de expresión personal establece una doble tendencia: por un lado, la conservación y repetición de los modelos expresivos de la tradición que apuntaba, pero por otro se muestra también como una herramienta ideal en la era de las revistas de tendencia. De ahí, seguramente, su renovada popularidad entre los jóvenes, y no tanto de un interés genuino por el lenguaje poético. La poesía, con su carácter sintético y dinámico, muestra una cierta efectividad en la construcción y reivindicación de identidades y opciones políticas, de género, etcétera. Así, se observa una proliferación de la poesía adjetivada: poesía feminista, poesía política, poesía homosexual, poesía antiracista… poesía, siempre, subordinada a otra cosa, pero muy poca poesía a secas. Muy poco interés, en definitiva, por el lenguaje en sí mismo.
En este aspecto, es fundamental la existencia de un último mito entre los poetas y los comentaristas, que apunta de nuevo a la existencia de una idea común de la poesía por encima de la sonada pluralidad: el mito de la voz poética. El concepto de la voz poética, que ha estado tan de moda en las últimas décadas, es la estructura básica del modelo de la poesía como forma de expresión personal. Esta construcción se refiere, por supuesto, a la búsqueda de un lenguaje personal, que debe ser reconocible y único. Todo poeta joven parece obligado a construirse una voz poética particular, ignorando que es precisamente esta obligación la que acaba con cualquier posible particularidad.
Supongo que sobra aclarar, luego de esta introducción, que esta idea de la poesía me resulta no sólo de escaso interés, sino también bastante anticuada e incapaz de responder a los asuntos del lenguaje que implican a esta generación. Apenas me parece el producto de una inercia cultural e ideológica que no parece que vaya a superarse, al menos en los próximos años.
No creo que la poesía deba ser un medio para la expresión de sentimientos o experiencias, ni para la lucha política o social de cualquier tipo, o al menos no creo que esa sea su función principal. Las cualidades fundamentales de la poesía no son expresivas, sino estructurales. Es una forma de exploración y reconstrucción del universo sensible a través del lenguaje, que sirve para ponerlo a prueba. El lenguaje es una de las pocas armas que tenemos para defendernos de lo inconsistente, pero desgraciadamente es lo inconsistente (ni siquiera lo abstracto) lo que define la voz poética particular de la mayoría de nuestros escritores.
En mi opinión, la verdadera poesía debe trabajar sobre los límites del lenguaje, de lo que puede o no puede decirse, y preguntarse de qué forma lo hace. El poeta debe estirar esos límites como el científico estira los límites del lenguaje de su campo, hacia lo que todavía no se ha dicho. De ahí la única posible pureza de sus imágenes, esa pureza que tanto reivindican los poetas, y que no tiene nada que ver ni con la originalidad ni con el rigor. No consiste en escribir por fuera de la tradición ni como respuesta a ella. Lo puro, si es que existe, es lo que toca el lenguaje de una época, que hasta entonces era intocable.
El lenguaje poético podría definirse así como un reverso del lenguaje científico, con su larga historia de evidencias, correcciones, rupturas, supervivencias, ideas encontradas, escuelas, fanfarronadas, cambios de paradigma, falsas pistas que definen todo un marco lingüístico que viene de las imágenes (el exterior) y se convierte en palabras (el interior), pero que persigue siempre lo nunca visto (lo nunca dicho).
La generación Millenial no es distinta de las anteriores en su escasa implicación en la labor de desentrañar el significado y el destino del lenguaje, y la poesía reciente acusa la misma vagancia que las anteriores, aunque mejor disimulada. No es que nuestros poetas jóvenes sean malos, y de hecho es posible que sean mejores que nunca, porque no han necesitado descubrir nada. Se limitan a depurar una definición de >poesía heredada, cuyas reglas son bien conocidas. Escriben poemas magníficos, con forma de poema, tono de poema y estructura de poema, que perpetúan no sólo esas características, sino todo el marco lingüístico que los contiene. El problema de la poesía de hoy es que está anclada en su propia definición, en su apariencia.
Por eso, la publicación en nuestro país de un libro como Houston, yo soy el problema (Espasa Libros), de Óscar García Sierra, me parece tan importante. Puede que se trate del mejor ejemplo en muchos años del uso de la poesía como ciencia del lenguaje. Es un libro sobre cómo el lenguaje afecta a la realidad, sobre cómo transforma la lógica común de las cosas, sobre cómo puede hacer que la física, la química o el orden de relaciones entre los objetos desaparezca, sobre cómo un pequeño cambio en una frase hecha puede provocar un derrumbe de lo real.
Digo que es un libro sobre el lenguaje, pero más bien debería decir que es un libro hacia el lenguaje. Su carácter es más especulativo que representativo, está lleno de pruebas, de variaciones sobre una misma imagen, de contradicciones, de versos sin pulir. Es, además, un libro sin esas trampas que tan bien utilizan los poetas, y que emborronan el lenguaje para dar sensación de profundidad. La poesía de Óscar es de una claridad insólita, que se expone a la imperfección e incluso al ridículo. Las imágenes de sus poemas son, podría decirse, extraordinariamente visibles, una cualidad muy difícil de encontrar. La suya es la claridad del científico, que quiere hacer que lo difícil parezca fácil, frente a la del charlatán, que busca que lo fácil parezca difícil.
Como resultado de su carácter especulativo, Houston encarna una rara idea que, sin embargo, se aplica sin criterio a muchos libros, y es la capacidad de crear un universo nuevo y propio. Una creación que se produce no a través de la metáfora ni del oscurecimiento. En lugar de eso, Óscar propone una serie de nuevas, inesperadas leyes físicas y narrativas, que alteran la dirección conocida del pensamiento con enrevesados pero asombrosamente coherentes silogismos. El resultado es un mundo inestable, fuera de control, que se precipita y se recompone constantemente, saltando una y otra vez de lo familiar del lenguaje cotidiano a extrañas imágenes, donde la escala desaparece y lo pequeño y lo grande se confunden.
Para formular las leyes de este nuevo universo, escribe con versos que tienen una estructura de teoremas científicos, y que se dan paso unos a otros sin una continuidad aparente. Sus poemas apenas se diferencian unos de otros, y da la sensación de que los versos podrían estar en cualquier otro orden, o incluso formando un único gran poema. Haciendo desaparecer la relación causa-efecto, o cualquier resto de estructura narrativa, las nuevas leyes que teoriza se traducen en el estilo. La temática de todos los poemas es la misma, y no tiene mucha importancia en su desarrollo: apenas un ambiguo trasfondo amoroso y una cierta autocompasión. Me consta, de hecho, que todo lo que cuentan sus poemas es mentira. No importa, porque el verdadero asunto del libro es el lenguaje.
Las imágenes están regidas por la elaboración de esos versos como teoremas. La única referencia constante es un Yo poético que también cambia sin parar de posición y de forma, es arrastrado por sus propias palabras, se convierte velozmente en objeto, en animal, en idea, en palabra, hasta descomponerse. Todo vale. Puede que sus pupilas crezcan de pronto para convertirse en un planeta, y en el verso siguiente reivindique su derecho a no entender el paisaje, para luego heredar, sin ton ni son, una colección de frascos de su padre y la virginidad de su madre, mientras reflexiona sobre su olor corporal o se siente como una película de sobremesa. Lo inesperado es la norma.
La alteración sistemática del lenguaje se traduce en una alteración de las leyes naturales y de la dirección del pensamiento. Este nuevo mundo se compone únicamente de lenguaje. De repente, hacia la mitad del libro, el lector se descubre sumergido en este nuevo orden, que no tiene mucho que ver con el de fuera, aunque se expresa con las mismas palabras. Se demuestra que, como afirmaba Paul Valery, la lógica no es más que una especulación sobre la permanencia de las notaciones. Alterar la notación es también alterar el mundo.
Con este libro, el más fascinante que he tenido la oportunidad de leer en muchos años de poesía española, Óscar García Sierra se descubre antes como un científico que como un poeta (al menos según la fútil idea que tenemos de lo que es un poeta). Sus poemas apenas parecen poemas: no tienen golpes sonoros, ni ritmo, ni musicalidad, no hay un énfasis en los primeros versos o en los últimos, ni un clímax, ni un golpe estratégico, ni un retorcimiento de los versos. No hay tampoco esa reflexión sobre la experiencia, tan propia de la Alt Lit, a la que algunos comentaristas pretenden (equivocadamente) que Óscar se adscriba. Ni siquiera deja espacio para la especulación sobre una voz poética particular, ya que su voz se define en gran medida mediante el robo, la cita, la reconstrucción y la frase hecha. No hay, en definitiva, casi ninguna de las propiedades de lo que entendemos por poesía. Porque la poesía de verdad no tiene que parecerlo, tiene que serlo.~
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