La juventud del adulto en la vieja Europa

«Ser adulto es aceptar las transacciones, aprender a ser sumiso, entender que nuestras contradicciones no nos pertenecen porque las relaciones de poder las tejen a nuestras espaldas.» Un texto de Pedro Alcoba.

 

SABEMOS QUE LOS adolescentes son incapaces de hacer lo que de verdad quieren porque se deben, a veces, la presión de grupo y otras a sus propios conflictos internos. Los niños aún no saben aún quiénes son; y los adultos están demasiado atados por sus obligaciones como para poder salirse de sus patrones vitales establecidos a base de renuncias, concesiones y transacciones. Así que nos queda el corto periodo de la juventud con la energía y determinación necesaria para hacer lo que verdaderamente queremos. Un informe reciente señala la edad media en torno a  los 26 años en Europa [1] Si tenemos en cuenta que la edad media –en Europa– para tener hijos es entre los 30 y los 35 esto nos deja algo menos de diez años para hacer realmente lo que queremos sin preocuparnos de más. ¿Es esto cierto?

Enmanuel Carrère publicó al empezar este siglo una novela titulada El Adversario. Es importante por cómo está escrita pero mucho más por lo que cuenta. La novela relata la historia real  de un falso médico que engañó a su familia y amigos durante décadas, diciendo haberse presentado al examen para pasar al segundo ciclo de la carrera cuando en realidad nunca lo hizo. Utilizando en toda su etapa adulta una falsa imagen de doctor de un organismo internacional  con sede en Suiza (en realidad pasaba días vacíos acudiendo a aparcamientos, parques y las inmediaciones de la OMS); se presentó como un experto conocedor de inversiones suizas, cosa que utilizó para esquilmar el patrimonio de su mujer, sus padres,  algunos amigos y  su fallida amante. Lo asombroso de su historia  es que cuando su engaño amenazaba con ser descubierto decidió asesinar a todos los que afectaba directamente la mentira: su esposa, su hijo, su hija y sus padres, que vivían en otra casa y a los cuales asesinó a sangre fría poco después. Carrère disecciona fríamente no sólo la falsa vida que el sujeto mantiene desde un principio sino también  la impostura de su último rol de «pecador arrepentido». [2]

«Pero había en Jean Claude alguna verdad
Aunque todo fuera como una gran mentira.
Ya no habrá más fiestas de disfraces.
Cuando te quites la máscara, te llevarás la carne». [3]

¿Por qué menciono al Jean Claude Romand, personaje de El Adversario, en un artículo que debería versar sobre nuestra capacidad –o no– de mandarlo todo al diablo y obedecer a lo que realmente somos, incluso en nuestra etapa adulta? Porque, aunque vivió una vida  sin trabajar, rodeado de una familia que le quería y haciendo con su tiempo lo que realmente le dio la gana, Romand no fue una persona auténtica ni un día de su vida. Nunca dio un puñetazo en la mesa ni se puso en su sitio para reivindicar lo que de veras quería. Trampeó con la vida y con sus semejantes hasta el final, manteniendo frente a los demás una ficción. Lo que de verdad puede llegar a ser una vida si no te das permiso nunca para ser quien eres es esta monstruosidad. Romand decidió escindir su existencia en una fachada honorable que mantener, frente a lo que esperaban los demás y un interior en el que intentó obtener lo que de verdad quería…de un modo absolutamente fallido. Porque, como la novela muestra, no consiguió querer de verdad a nadie ni vivir una pasión con su única amante. Lo peor es que  él mismo acabó por no saber quién era, ni lo que quería.

En definitiva, ¿es sólo en la juventud el espacio en que somos libres de hacer lo que de verdad queremos, de mandarlo todo al diablo y empezar de nuevo? Parece que, por  el bien de nuestro equilibrio y salud mental, no. Lo que nos hace adultos no es que ya no podamos hacer lo que libremente nos venga en gana, si no que podemos elegir entre hacer lo que queremos o aquello a lo que estamos obligados, sabiendo las consecuencias.

Porque si existe libertad externa[4], cuando elegimos lo que queremos las consecuencias pueden acabar con lo que consideramos nuestro lugar social, nuestro  lugar en el trabajo o incluso en nuestra familia. Y a pesar de ello podemos lanzarnos a coger ese vuelo, embarcarnos en ese proyecto o dejar ese trabajo. O permitir que nuestro lado instintivo y no analítico tome la decisión, saltándose a la torera cualquier norma; porque como bien dice Pascal «el corazón tiene razones que la razón no entiende». Como muestra el triste caso de Romand,  la razón puede llevarnos a esa trampa sin salida que consiste en  complacer a la vez las expectativas de los que nos rodean  y al mismo tiempo responder  a lo que de verdad somos. La lógica por sí misma no puede resolver esa dicotomía y si la forzamos a hacerlo  acabará por  destruir nuestra vida de verdad.

Voy a permitirme mencionar otra brillante novela. Lo real, de Belén Gopegui [5], habla de un grupo secreto de socios que extrae información de  profesionales bien situados en el sistema para mover piezas en el tablero mediante chantaje y extorsión. El protagonista –Edmundo–  termina fuera de la vorágine de la gran ciudad. Tras haber comprendido las reglas del juego y haber tratado de utilizarlas a su favor, Edmundo, al entrever desde su amarga lucidez  la vida un poco más luminosa de su hermana, que no ha transigido con el sistema y ha acabado insertándose en una ONG, deja una esclarecedora visión: «A veces se resquebraja la sumisión y la confianza y la moral dejan de ser un esfuerzo continuo».

Ser adulto es aceptar las transacciones, aprender a ser sumiso, entender que nuestras contradicciones no nos pertenecen porque las relaciones de poder las tejen a nuestras espaldas. En suma, no nos pertenecemos a nosotros mismos.  Es imposible confiar, y el cinismo está a la vuelta de la esquina. Pero a veces se resquebraja esa costra que la autora llama «lo real» y aparecen algunas grietas. Y entonces es el momento de recordar a los jóvenes que fuimos, de volver a ese lugar en que todo era posible porque no conocíamos las reglas ni el mundo y nuestros sueños eran lo más intenso y real que conocíamos. Y, desde esas pequeñas grietas, emerge la energía incontrolable del cambio. Sabemos, porque somos adultos, que lo real impedirá que  todo pueda suceder.

Pero lo que nos asusta de verdad es que no importa cuán adultos, experimentados o mayores creamos ser, al poner en juego nuestra libertad es a nosotros mismos a los que nos puede pasar de todo. ¿Será mejor pensar que sólo la juventud es el espacio para el verdadero cambio, y entregar nuestra vida adulta a la sociedad renunciando para siempre a nuestros sueños de juventud? Cada cual sabrá, pero es imposible servir totalmente a dos amos, como Jean-Claude, que intentó sin éxito vivir así: «Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos».~

 

Referencias
[1] http://elpais.com/elpais/2015/04/16/opinion/1429208200_043174.html
[2] Carrère, Enmanuel, El adversario. Barcelona, Anagrama, 2001
http://www.elpisapapeles.com/reportajes/jeanclauderomand-francia-asesino-carrere.php
[3] Del tema  dedicado a Jean-Claude Romand por el grupo Morgan:
http://morganband.bandcamp.com/track/yo-estoy-vivo-y-vosotros-est-is-muertos
[4] Como se encargó de decir Viktor Frankl,  aun en el caso de que no haya libertad externa siempre podemos elegir la actitud (y lo dijo un hombre con la experiencia de un campo de concentración):
“(…) al hombre se le puede arrebatar todos salvo una cosa: la última de las libertades humanas – la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias- para decidir su propio camino.
Y allí siempre había ocasiones para elegir. A diario, a todas hora, se ofrecía la oportunidad de tomar una decisión, decisión que determinaba si uno se sometería o no a las fuerzas que amenazaban con arrebatarle su yo más íntimo, la libertad interna; que determinaban si uno iba o no iba a ser el juguete de las circunstancias, renunciando a la libertada y a la dignidad, para dejarse moldear hasta convertirse en un recluso típico”
FRANKL, Viktor: El hombre en busca de sentido. Barcelona, Herder, 1994. Pág. 69.
[5] GOPEGUI, Belén: Lo real. Barcelona, Anagrama, 2002.