La fuerza centrífuga de la seducción
Un texto de Rodolfo J.M.
PARA TED NELSON, autor de Literary machines, todo texto es un hipertexto. Es decir que incluso si no estamos conscientes de ello, con cada palabra que escribimos hacemos referencia a otra cosa que hemos leído, visto o escuchado. Con esa idea en mente, Nelson imaginó un solo documento en el que estuviese contenido todo el conocimiento humano. Lo llamó Proyecto Xanadú, una máquina literaria en la que cada texto escrito conecta con muchos otros a partir de hiperlinks.
Si bien el Proyecto Xanadú continúa en desarrollo, la world wide web ha demostrado que el sueño de Nelson no es ninguna locura. El hiperlink, con su distintivo color, nos ofrece la posibilidad de realizar lecturas no lineales, de navegar de un contenido a otro y descubrir así nuevas rutas de significado. La naturaleza del hiperlink es la provocación, su llamada es tentadora, y si bien nos aleja de la lectura del texto inicial, abre ante nosotros un mar de posibilidades.
Cualquiera que haya navegado en Internet alguna vez lo sabe. Se comienza corroborando una bibliografía y se termina mirando videos de gatitos. ¿Qué hacer entonces para conseguir la atención del lector/usuario? ¿Cómo luchar contra esa fuerza centrífuga de seducción?
La solución a la que llegaron los profesionales de las plataformas digitales ofrece dos opciones. La primera apela a la brevedad, al dato duro, al call to action, a localizar esa keyword que detonará la conversión. Su formato es el tuit, el copy, el meme. Nos dice que en estos tiempos se pueden contar historias en 140 caracteres, o, ya exagerando, en posts de 300 palabras, incluidos los emojis. La segunda opción nos dice que el contenido es rey, y que no importa la extensión mientras se consiga conectar con la audiencia, ofrecerle información de valor.
Utilizo términos de marketing con toda intención, porque si algo es cierto en Internet es que no hay nada más valioso que una gran audiencia. Todo generador de contenidos (sea un vlogger, un publicista, o el editor de la revista que gustes y mandes) busca la atención de la audiencia, y utilizará las herramientas que tenga a la mano para conseguirla. Y esta búsqueda es una competencia tan aguerrida, la atención una moneda tan a la alza, que existen negocios enteros dedicados a la generación de clics.
¿Qué tipo de literatura sobrevivirá en este contexto? La hipermedia ha permitido el desarrollo de diversas narrativas, como los videojuegos y ciertas apps. El campo para la experimentación es enorme y variado, sin embargo, y esto me parece bueno, no hay una tendencia dominante cuando hablamos de literatura electrónica. Muchas editoriales han explorado el libro interactivo con más o menos fortuna, y el resultado que hemos visto es lo que Mark Pesce llama “publicar en luz”. Es decir que hasta el momento, el gran mérito de la “literatura electrónica” ha sido que en lugar de usar papel como medio físico para publicar, ahora se publica en un medio digital. Así, hemos visto un desfile de gadgets que aunque pusieron a temblar a los libreros tradicionales hace pocos años, no han podido hacer obsoleto al libro como objeto. Es cosa de tiempo, dicen muchos optimistas, y puede que tengan razón. El nuevo libro será, según los mismos optimistas, más parecido a La guía del autoestopista galáctico que al Proyecto Xanadú, y si bien no puedo esperar a conocer dicho gadget, el terreno de la literatura no es el papel, ni los pixeles, sino el lenguaje.
No hay otro arte que dependa por completo del lenguaje como lo hace la literatura. Y si bien la lengua continúa siendo el principal medio de comunicación, se trata de un “recurso” insuficiente para comunicar como lo hace, por ejemplo, la música o la pintura. Se trata de un recurso “contaminado” por factores como el culto al autor (esa figura autoritaria y anacrónica), o la identidad nacional. Ni hablar de la novela, que cada tantos meses recibe nuevos certificados de defunción por parte de opinólogos, estudiosos y vanguardistas que claman lo insuficiente que resulta para los nuevos tiempos la literatura “tradicional”, llena de viejas reglas y viejos prejuicios. Necesitamos, dicen, una nueva literatura, que permita diversas formas de interactuar con el contenido: multimedia, hipervínculos, apps. Una literatura colectiva, dicen, que pertenezca a todos y no sólo a unos cuantos privilegiados (los autores). Sin embargo pareciera que la respuesta a esta “necesidad” es tecnológica y que depende más del surgimiento de un gadget personal (¿un implante estilo cyberpunk?) que permita la navegación sin restricciones por el mar de la información.
Como entusiasta tecnológico que soy me encantaría tener acceso a ese gadget fantástico, pero no imagino qué pasaría, por ejemplo, con la lectura de los clásicos. ¿Habría empresas dedicadas a transformar libros como Moby Dick, El barón rampante, Trópico de cáncer, en “experiencias” hipermedia? ¿Seguirá siendo literatura? ¿Quien quiera contar historias mutará en una suerte de programador, diseñador, músico, performancero y community manager capaz de sacrificar su asqueroso ego de autor en aras de un arte colectivo, incluyente, y a la par de los valores en boga?
La literatura como yo la concibo es una obra que se crea y se disfruta en soledad, que permite conectar de forma íntima con una forma particular de pensar y estar en el mundo. Es también una manera de vivir (en) el lenguaje, ese misterio que para William Burroughs tenía calidad de agente patógeno, y del que no podemos escapar porque allí donde no hay palabras está lo indecible. Así que mientras me sea posible leeré verdadera literatura (esa que depende del lenguaje), y también disfrutaré de las nuevas narrativas que la tecnología nos ofrezca. No soy tan ingenuo como para comparar Grand Theft Auto V con, por ejemplo, Plata quemada, o para pensar que los lenguajes de programación son poesía en movimiento, pero me gusta pensar que estas formas existen simultáneamente, que se relacionan de mil maneras y que yo como lector/usuario puedo disfrutar de ellas.~
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