La cuenta de la vieja


Voy a contrastar dos noticias sin conexión, pero que quizá sacándoles un poco de punta con esta Aguja nos dejen alguna reflexión ladina.

El pasado 13 de abril conocíamos por la prensa el saldo económico arrojado por los Juegos Olímpicos de Invierno celebrados en Turín este mismo año 2006. Los 31 millones de euros, que se hacen fáciles de asimilar, son también 5.158 millones de pesetas, quizá ya un poco menos fáciles de digerir así, en el frío alpino.

Dos días antes la FIFA había hecho público que en el año 2005 obtuvo una ganancia de 164,9 millones de dólares. La diferencia económica de la gestión es brutal: son 33.000¹000.000 de pesetas —con subíndice, como se escribía antes— teniendo en cuenta los números rojos cosechados en Italia.

Me llama la atención el déficit con el que siempre terminan cargando las Administraciones públicas mientras que los organismos privados cierran sus ejercicios con superávit. Aquí algo falla. No es posible que los torpes estén siempre gestionando las Administraciones públicas y los listos estén en los organismos privados. ¿O sí…?

Al frente de las Administraciones en los EE.UU. encontramos banqueros, petroleros, o personas que han demostrado su valía como gestores. Primero han levantado su negocio de la nada y es después cuando el pueblo les pide que gestionen la mayor empresa del estado o del país, que son el propio estado o el país.

Aquí nuestros políticos son maestros, abogados o abonados a profesiones liberales que no han levantado empresa alguna. Primero se hacen con un nombre en el campo político y después acaban siendo consejeros en hidroeléctricas, en bancos o en refinerías.

En los EE.UU. cuando alguien llega a político suele peinar canas. Aquí, cuando comienzan a peinar canas en la política, es cuando se retiran al mundo empresarial. No aseguraré que aquél sistema es mejor que el nuestro. Pero sí reconozco que —quizá— cuando tengamos sus doscientos años largos de democracia nos asemejaremos más a aquel sistema de lo que nos parecemos ahora. Desde luego los españoles, con tan sólo veinticinco democráticos añitos recién cumplidos, no pretenderemos dar lecciones de gestión democrática a los americanos. ¿O sí…?

Es obligado reconocer que los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 dejaron beneficios —o eso dicen—, mientras que los de Madrid 2016, si se da el caso, nos costarán un huevo y la yema de… otro. De hecho, ya nos ha costado dinero la no-organización de los Juegos Olímpicos del 2012… y los de invierno del 2014.

Si Hacienda somos todos, como reza el eslogan; si a la hora de recaudar, el dinero público es de todos: ¿por qué no se asume que el dinero es también de todos a la hora ir a escote con los gastos que generan ciertos eventos multitudinarios?

El dinero público —el dinero de todos— vuelve a las manos de los ricos, que son los que hacen negocio en los palcos de fútbol. Y siguen enriqueciéndose con los Juegos Olímpicos, con los mundiales, con los Juegos del Mediterráneo, con Exposiciones Universales y con mil zarandajas faraónicas más, como regatas de veleros.

Si la riqueza que generan esos eventos se la embolsan los de siempre a la par que esos mismos eventos generan también un gasto público, ¿dónde está el beneficio para el contribuyente de a pie? No es posible que la empresa pública —que somos todos, nos recalcan con el eslogan— acabe perdiendo dinero, porque quien pierde dinero somos todos. ¿Por qué no se gestiona la empresa pública como si fuera empresa privada, puesto que cierran con beneficios? Encontramos pelotazos urbanísticos en la costa septentrional, corrupción política en la costa meridional, veleros reales en el levante español y proyectos olímpicos en el centro y en la frontera pirenaica del país. Mientras, el CSD se pierde en arreglar asuntos que no le incumben —como el deporte profesional— cuando lo que deberían reglar es la práctica deportiva, el deporte de base, el deporte ciudadano, el deporte para todos, las instalaciones, las titulaciones técnicas y de jueces, el deporte universitario o la cooperación entre federaciones deportivas.
Y dejarse de mediar en pactos entre ligas profesionales y sociedades anónimas deportivas y dedicarle el tiempo y los esfuerzos a federaciones y ayuntamientos.

Había una canción —ya no recuerdo al grupo y apenas el título— en mi Bilbao, mi gran Bilbao de hace treinta años. Hablaba de nuestra ciudad y del estado en el que se encontraba. El estribillo decía:

“Ésta, señores, también es mi ciudad,
ahora que ya la han deshecho,
váyanse y déjenme en paz.”

Señores, la especulación de sus intereses no acabarán con el Deporte pero sí con todo lo que tiene de sano.~

Nota: el inicio de estas conclusiones da por buenos los datos suministrados por los propios organismos rectores. Puestos a dudar de su veracidad yo diría que las pérdidas en Italia pueden haber sido minimizadas de cara a la opinión pública y las ganancias de la FIFA pueden ser superiores a las ofrecidas.

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