La casa de los espejos

«Si Bradbury viviera hoy para ver que el futuro se va encarnando poco a poco cual tatuaje, ¿qué escribiría?» Un texto de Ruy Feben


 

A MEDIADOS DE octubre de 2015, el Observatorio Espacial Kepler encontró lo que parece ser una estructura artificial orbitando a KIC8462852, una estrella que flota a apenas unos pocos años luz de nuestra cálida Vía Láctea. La estructura interrumpe los rayos que aquel astro emite, de una forma tan errática, que sólo podría ser artificial: nada de lo que conocemos en la naturaleza del Universo podría producirlo. Algunos, los más arriesgados, han aventurado incluso que lo más lógico es que esa estructura fuera una suerte de red que atrapa los rayos de luz como una forma de cosechar energía. «Es algo que cualquier civilización avanzada haría», dicen: «es lo que nosotros haríamos».

Argumentos similares se distienden cuando se habla del futuro de la humanidad, o sea de su destino: de la inteligencia artificial (que en determinado punto será más capaz que nosotros, porque, como nosotros, aprenderá a desarrollarse exponencialmente, y eventualmente, como nosotros, querrá tener el poder, y entonces, ¿qué?), de la transhumanización (cuando nuestros cuerpos físicos no respondan a las necesidades del futuro, del viaje interestelar, de la cosecha de energía en estrellas distantes, ¿qué harán nuestros descendientes para tener una vida buena, como nosotros?); argumentos semejantes existen para hablar de la singularidad, del internet de las cosas, de las quizá muy próximas crisis alimentarias y desplazamientos masivos por el cambio climático, etcétera. Hablamos como si el futuro fuera algo nuestro; algo que puede producirse y no lo que de hecho es: una consecuencia imparable, imposible de malear, del modo que es imposible ordenarle a nuestra sombra moverse al lado opuesto del que nosotros andamos. El futuro es y será siempre un mundo desconocido; ¿qué nos hace pensar que ahí sabremos manipular el orden de las cosas?

[pullquote]Si Bradbury viviera hoy para ver que el futuro se va encarnando poco a poco cual tatuaje, ¿qué escribiría?[/pullquote]

Olvidamos que el futuro siempre debe guardar distancia respecto de nosotros, nuestras intenciones y soluciones, porque el futuro es un espejo del presente, del modo que el presente es un espejo de todo lo demás: un espejo frente a otro, cosechando el infinito.

Desde que rebasamos la frontera del milenio (y quizá por el fanatismo numerológico que toda la humanidad en el fondo comparte), tendemos a creer que entre el futuro y nosotros ya no hay distancia: por lo que puede verse en pantallas y exploraciones espaciales, somos los que seremos. Llegados a este punto, sería casi un lugar común hablar de Ray Bradbury y de su capacidad para recordarnos que, sin importar cuándo, el futuro es siempre el espejo de otra cosa; sería aun terco hacerlo justo ahora, a estas alturas de 2015. Si este planeta ha tenido un solo año que justifique la lectura entera de su obra, ese año tiene que ser éste: con menos de un mes de diferencia, se encontraron una estructura artificial flotando junto a una estrella lejana y evidencia de que Marte ha alojado agua líquida. A la luz de Bradbury, 2015 se presenta como la prueba final de que el futuro, aunque llegue, no llega nunca (¿o es que tú, lector, te sientes de verdad como un ser del futuro?).

imagen_dossier1 (1)Y por un lado es cierto: hoy es pertinente, más que nunca, leer a Bradbury. Ponderar las Crónicas marcianas como mapa trazado con el objetivo de quemarse; pasar El hombre ilustrado por una impresora 3D; subir la copia pirata de Farenheit 451 a todos los sitios de la vasta pradera que es internet. Pero hoy leer a Bradbury no es un ejercicio de validación, y haberlo leído no nos da, para nada, ventaja alguna sobre los que se enfrentan al futuro a ciegas, en sus páginas. Hoy más que nunca es pertinente leer a Bradbury para recordar que el futuro, aun ceñido sobre nuestras cabezas, siempre conservará la distancia necesaria para servir de espejo; apenas la distancia para ver detrás de ésos que seremos (a los que creemos tan fácilmente comprensibles, tan cándidamente fallidos) el halo de un eclipse, que se intuye en filos.

Los textos de este dossier hablan de Bradbury, pero no del Bradbury profeta, ni del que desmenuza, en un viaje de ida y vuelta al futuro, la condición humana. No miran a ese Bradbury, pero lo reflejan desde distintos ángulos con espejos variados, a distancia: en este recorrido veremos desde el mirador la silueta de Ray en el cine y la televisión, justo antes de pasar junto a dos cuentos que funcionan como remakes de un episodio de las Crónicas marcianas. Nos detendremos en una reflexión sobre Ray Bradbury como elemento de enseñanza escolar, y escalaremos desde allí hasta una confrontación de objetos entre Ray y Georges Perec. Llegando a la cima, la lectura de la insospechada poesía bradburyana, justo antes de saltar en un vuelo largo a través de la nostalgia por las lecturas primeras de Ray Bradbury.

Saltar, como dijo él en una de sus últimas entrevistas: saltar al precipicio y, durante la caída, crecer las alas (¿qué no es así como realmente funciona el futuro, siempre?).

Estos textos dialogan entre sí: una reflexión aparece de pronto reflejada en un texto ajeno, acaso con alguna distorsión. La sensación final es la de una red de nódulos, girando alrededor de una estrella, cosechando de ella nuevas formas de energía.

La pregunta que no queda al final de este dossier (porque sería una obviedad, incluso una traición al propio Bradbury) la hago yo, ahora, desde el principio, para salir de eso y buscar a Ray de esos otros modos: si Bradbury viviera hoy para ver que el futuro se va encarnando poco a poco cual tatuaje, ¿qué escribiría? Me atrevo a decir que Bradbury escribía como los niños que en «El picnic de un millón de años» van jugando en un planeta abandonado, buscando entre las ruinas una ciudad que le parezca digna; me atrevo a decir que, al modo de ellos, le sorprendía hallar en cada letra a los marcianos, mirándolo con sus mismos ojos desde el reflejo del canal. Lo que sigue es, entonces, una hipótesis aventurada: al verse en este, nuestro futuro, Ray buscaría como siempre la distancia; el vértigo, que es lo que se dice con las cosas que no se dicen; Ray vería que, para que se vean, entre dos espejos debe haber espacio, distancia, tiempo. Buscaría acaso una historia improbable; ¿Marte? Ya tiene terrícolas; ¿libros quemados? No hace falta. Y hallaría palabras extrañas, palabras que suenen a un mundo raro, artificial, fantástico, morboso, donde se pueda imaginar que nada de lo que él escriba ha pasado nunca, ni pasará (o acaso allá, lejos, en el fondo de los dos espejos). Palabras que nadie reconozca. Palabras como, quizá, éstas: «En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…»~

Polanco, Ciudad de México, Noviembre, 2015