Hay puertas que son espejos

Un texto de Édgar Adrián Mora

 

La idea del umbral es una de las más caras en la literatura. Implica, en muchos sentidos, la posibilidad de llevar a la ficción el cruce que hacemos en la vida real a nuevas experiencias y posibilidades. Ya Joseph Campbell, en su clásico El héroe de las mil caras, incluía dentro de los pasos del camino del héroe este elemento. El umbral es omnipresente en la vida humana. Pero en la literatura es donde podemos advertir de manera más nítida su importancia.

No es aventurado, en estos términos, que Lewis Carroll escoja el espejo como una materialización de ese umbral en A través del espejo. Ya en la primera parte de esa aventura, el umbral tomaba la forma del agujero a través del cual Alicia persigue al conejo blanco. «Sigue al conejo blanco», le dice Morpheus a Neo en Matrix (Lana y Lilly Wachowski, 1999) y el Elegido traspasa el umbral.

Puertas y espejos son elementos inquietantes pero que remiten a dos ideas importantes para el ser humano: el cambio y la conciencia de sí mismo.  Cruzar un umbral nos anuncia que hemos entrado en un territorio nuevo, desconocido, y el cual, sin lugar a dudas, modificará nuestro ser de alguna manera. El espejo da noticias de la forma en cómo esos cambios operan en quienes se confrontan a sí mismos. El mito de Narciso, enamorado de su reflejo y a cuya contemplación no quiere renunciar, evoca la negativa a cambiar, a concebirse de manera distinta a ese reflejo que parece perfecto. El espejo no nos dice «eres éste», nos dice «has cambiado».

Representa una forma de asumir, de manera controlada, la forma en cómo creemos que los demás nos perciben. Vana ilusión. El espejo no es sino el espacio en donde ensayamos la forma de nosotros mismos que nos gustaría vieran los demás. La escena en Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) donde Travis Bickle saca un arma y finge dispararse a sí mismo es una metáfora perfecta; Travis intenta confrontar al otro que le gustaría ser para matarlo, para matarse. El espejo nos recuerda la otredad introyectada por la mirada de los demás. El yo reducido a un reflejo de lo que se es en realidad.

En ese sentido, si observar el reflejo en un espejo es inquietante, atravesarlo implica la aceptación de ir hacia «otro lado» en donde esa imagen de sí pueda modificarse. Y ese Otro Lado puede rastrearse en muchas obras como el misterio eterno, el Gran Misterio: el Otro Mundo. Orfeo baja al Hades para rescatar a su amada con la condición de creerle al repulsivo dios del inframundo; fracasa: el divino músico perece ante la imposibilidad de confiar en los demás, ante la duda del amor de Eurídice, ante la evidencia de su propia imagen dentro de sí.

«¡Oh, vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!», lee Dante en la entrada del Infierno en el tercer canto de la Divina comedia. Y Dante, guiado por Virgilio, se interna en las profundidades del Averno. Y entonces acudimos, no sólo a la maravillosa cartografía que el poeta italiano ha construido para que el mundo occidental genere la imagen de la expiación cristiana, sino también a la transformación de Dante en ese otro que puede ver el rostro de Dios.

Al otro lado de la puerta -del espejo- está siempre lo imposible. Odiseo que consulta a Tiresias para conocer su futuro (esa imagen deformada en un espejo que todavía no existe) y encuentra a su madre que ha muerto antes de que él pueda retornar a Ítaca.  Es Chris Nielsen cruzando el umbral de la moral cristiana y suicidándose para encontrarse con su amada esposa en What dreams may come (novela de Richard Matheson; película de Vincent Ward, 1998). Es el personaje de Pet Sematary de Stephen King atravesando las leyes de la naturaleza para retornar a la vida a su hijo y esposa fallecidos. Es, en suma, Víctor Frankenstein atestiguando la vuelta a la vida de una criatura que es un añadido de varias personas, que no cuenta con una identidad y que, por lo tanto, está destinada al sufrimiento.

Insisto, del otro lado del espejo está lo imposible. ¿Y qué más imposibilidad que el mundo de los sueños? Creo de manera sincera que nadie se ha acercado a la descripción y comprensión de ese mundo como Neil Gaiman. The Sandman es una obra que expone, entre muchas otras ideas, una que a mí me parece fundamental: lo que pasa en el reino del sueño modifica lo que ocurre en la realidad. Alguien pensará con suficiencia que eso es algo que Sigmund Freud ya había descubierto hace más de un siglo. Pero Freud lo plantea de manera inversa: el mundo real se manifiesta en los sueños, en la parte que nuestra conciencia no quiere que expresemos. Gaiman plantea una idea que es espejo de la interpretación de Freud: no es el sueño manifestación de lo real, sino lo real consecuencia del sueño.

El otro lado del espejo no es un espacio uniforme. Si contraponemos un espejo al primer reflejo de algo, no tendremos la imagen originaria, sino otras ilusiones multiplicadas, merced la óptica, de manera infinita. Borges lo sabía y aprovechó ese mecanismo de manera magistral.

En Fringe (J. J. Abrams, 2008-2013) la idea del umbral y del «otro lado» refleja en clave de ciencia ficción una de las cuestiones más inquietantes que el hombre se ha planteado: ¿y si pudiera ser otro sin dejar de ser yo mismo? Coexistir en dos lugares de manera simultánea sin que eso implique, como en Back to the future (Robert Zemeckis, 1985), la destrucción de la continuidad del universo. El Dr. Walter Bishop inventa un aparato para ver al otro lado y lo que mira, a través de un espejo, es cómo duerme el hijo de su otro yo en ese universo paralelo. El suyo, en su mundo, ha muerto. Sufre, pero no tanto como su esposa, por el hijo ausente. Y entonces cruza el umbral del espacio-tiempo y roba al hijo, que es el suyo en otra dimensión, para mitigar el dolor propio y de la esposa. Pero eso ocasiona un desequilibrio en el universo, el dolor se transfiere a su otro yo, lo transforma, lo amarga. Lo convierte, preso de dolor, en un tirano destinado a destruir el mundo en donde la razón de su felicidad no existe. Y el Dr. Bishop lo sabe, y el saberlo ocasiona una culpa que lo orilla a la locura (otra forma terrible del otro lado del espejo).

Mientras tanto, en otro universo, Juan Preciado dice la fórmula mágica: «Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo» y traspasa el espejo. Y nosotros lo acompañamos. Un poco también sin saber a ciencia cierta si estamos vivos o muertos. Y escuchamos los rumores, el viento, los estertores de esa tierra erosionada en donde habitan los recuerdos. Susana San Juan relata su historia cuando, sin previo aviso, una voz en los altavoces avisa que hemos arribado a nuestro destino, o una pata peluda nos advierte que es hora del paseo vespertino, o la persona amada inquiere desde la recámara cuánto tiempo más estaremos despiertos. Y el espejo se cierra. Y volvemos al mundo.

Así es, queridos lectores, somos espejoviajantes más veces de las que creemos. Con suerte, podemos serlo de por vida.~