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«Hay personas que aparentemente han logrado consolidar una imagen y reputación impecables en Internet, tal como dicta el código de conducta del buen netciudadano.» Un texto de Gerardo Sifuentes

SocialMedia2Para alimentarse, la araña gigante de la discordia tejió una red social.

Hay personas que aparentemente han logrado consolidar una imagen y reputación impecables en Internet, tal como dicta el código de conducta del buen netciudadano.

Desde hace un tiempo que los «gurús» y «social media experts» sembraron el pánico entre los internautas al advertirles que, bajo el mantra de «lo que está en la red, se queda en la red», su conducta en línea debe ser intachable; «Googlénse», advierten, «y verán qué ‘imagen’ le dan al mundo». Si en la vida real a uno no le interesa demasiado lo que piensen los demás ¿por qué habría de preocuparme en la virtualidad? La idea es que las personas, al exponerse públicamente, piensen que en cada tuit o entrada de FB se jugarán la vida, el empleo, sus relaciones personales y virtuales, así como su «prestigio». De ahí que mucha gente prefiera mostrar una vida ideal, cool, políticamente consciente, involucrado en causas justas. Sépanlo: en las encuestas y redes sociales todos son buenas personas. Esto ha creado una tiranía de lo políticamente correcto, donde la menor transgresión es castigada, y cuestionar ideas consensuadas nunca fue tan peligroso. Lo que da miedo, es que es tan parecido a estar en la escuela preparatoria; Internet está en su adolescencia.

Todo ello ha impuesto una dicotomía; el ciudadano «bueno» es aquel que tomó las decisiones «correctas», es decir, lo que «está bien»; anda en bicicleta, corre tres kilómetros diarios, tiene mascotas, lee un libro al mes o gusta de cierta música; quienes no lo hagan, son sospechosos. Ahora a las decisiones personales se les asigna una categoría moral.

Hay [millones] quienes diariamente toman buenas o malas decisiones en la vida real, según sus propias circunstancias y preferencias; pero estas al proyectarse en línea se potencian hasta ser devastadoras. Y aunque seguramente nadie sepa el contexto en las que ocurrieron los hechos ni las motivaciones detrás de cada acción, de acuerdo con la idea vigente los internautas están capacitados [emocionalmente] para enjuiciar y emitir sentencia de todos y cada uno de los comentarios que lean, muchas veces sin discutirlo.

Las redes sociales como una tribuna para juzgar las acciones de los demás son el sueño ideal del Gran Hermano; miles de voluntarios, que fungen como sus apéndices, que con agrado censuran el proceder de otras personas, las ridiculizarán de acuerdo a sus preferencias. Cuando vean a estas personas en el mundo real, tendrán una idea más o menos distorsionada de su vida y los discriminarán en base a ello. Los linchamientos virtuales, acoso, clasismo y esnobismo, ese lado oscuro que muchos prefieren no comentar, son actitudes toleradas si las personas instigadoras son «respetables» o gozan de la simpatía de cualquier círculo sociocultural, por pequeño que sea.

La utopía de una red libre que se gestó antes de la llegada de Internet mismo, se guiaba por la consigna «La información debe ser libre». Eventualmente, cuando el público tuvo acceso por primera vez a la red, tuvo que añadirse «La información debe ser libre, y verdadera». Ahora, las redes sociales nos enseñan que la información, como un commodity, como un arma, no le basta con estar disponible y verificada, sino libre de estigmas.

Coño, es mejor nunca cansarse de disentir, o cometer errores.~