Falsa moral
Ya tenemos trama a escala nacional para que escape el dinero público hacia los bolsillos de pudientes empresarios y de arrimados holgazanes: la candidatura de Madrid como sede olímpica para 2016.
Del dinero público invertido en la anterior aventura poco o nada hemos sabido. De obtenerse la concesión para la organización de los JJOO en Madrid, la inversión pública para tan faraónico evento se disparará hasta límites vagamente imaginables. ¿Es algo necesario? ¿Por qué no limitarse a participar y dejar que sean otros los que soporten la carga económica que la empresa conlleva?
Recuerdo a los lectores más jóvenes que los JJOO no siempre han sido eso que hoy percibimos. Comenzaron siendo un capricho de un miembro de la ociosa nobleza europea que contaban con la desconfianza y no con el apoyo de los gobiernos. Ni siquiera tenían el de la patria de aquel hidalgo que entre sus “virtudes” atesoraba la de ser misógino convencido y declarado.
Los JJOO tomaron algo de auge en vísperas de las dos guerras europeas que alguien se ha empeñado en llamar mundiales, como tratando de quitarle dramatismo al conflicto (ya sabemos, mal de muchos…).
En la época de entreguerras los gobiernos fascistas vieron en el deporte un medio de ensalzar sus valores nacionales, y los nobles del COI aprovecharon la circunstancia en beneficio propio (inversiones públicas, relaciones influyentes…) sin empacho ni sonrojo.
Decayeron los JJOO en los periodos de posguerra, pues no estaban los Estados como para tirar sacas de dinero por encima de la tapia. Pero avanzada la segunda posguerra europea los honorables miembros del COI movieron fichas y situaron su concepto de deporte —dinero público para bolsillos privados— en la mente de los políticos de aquel entonces.
Valiéndose de una supuesta imparcialidad y diciendo hablar en aras de ideales clasicistas removieron a un lado y otro del Telón de Acero y rentabilizaron lo que se ha dado en llamar la Guerra Fría, volviendo —esta vez de forma más subrepticia— a colocar el deporte como escaparate de los ideales nacionalistas de cada bando.
Y así las cosas se nos pasó casi un siglo completo en el que esta multinacional llamada COI fue medrando a costa de los conflictos mundiales y de las subsiguientes fluctuaciones económicas y políticas. Pero al relajarse las tensiones el desinterés de los gobiernos era cada vez mayor y todo el tinglado olímpico corría peligro de desmoronarse.
Poco antes de la caída del Muro de Berlín (1989) —que digan lo que digan no fue algo espontáneo, sino producto de un resquebrajamiento anunciado y por lo tanto previsible por los líderes mundiales— los miembros del COI dieron una vuelta de tuerca a su invento patentado. Concedieron para 1984 los JJOO a la ciudad de Los Ángeles, con lo que se garantizaban el apoyo de las multinacionales norteamericanas y alcanzaron el ya famoso “menos es más”. Toda una labor de previsión, pues con el final de la Guerra Fría desaparecía la utilidad del deporte para los dirigentes mundiales.
Pero la aventura americana les llevó a colocarse entre la espada y la pared: para seguir medrando el COI debía incorporar el deporte profesional, el mismo que llevaban denostando por espacio de 90 años. Así pues, este grupo de cabildeo —lobby— gobernado por la carcunda nobleza europea se tragó sus palabras y se bajaron de sus principios (¿alguien piensa que los tuvieron alguna vez?), y dando un giro espectacular abrazaron el profesionalismo deportivo. La única forma en que semejante cambio de actitud no le afecte a uno mismo es enmascarar el pasado con una gran mentira, y así, a la manera de los dictadores, consiguieron convencer al mundo de que hacían un gesto conciliador y un gran esfuerzo unificador en aras del humanismo que alardean perseguir. Y se beneficiaron de la inclusión de los deportistas profesionales en el programa olímpico.
De esta forma llegamos al momento actual, en el que el COI ha conseguido vincular los poderes públicos a la iniciativa privada una vez más para beneficio propio. Las Administraciones están en manos de personas que tienen nombres y apellidos… e intereses.
El político de hoy en día tiene mentalidad de hombre de empresa, aplicando incluso la mercadotecnia a su producto, que no es otro que su propia imagen. Tras él tiene toda una cohorte de fieles, leales, afines, aplaudidores, vividores, parásitos y otras hierbas que ni los burros comen.
Los políticos de países industrializados son sensibles a la inversión de dinero público para fines altruistas siempre que les reporte un beneficio en imagen (de otros beneficios nada sabremos nunca). A estas alturas ya deberíamos tener claro que el ideal olímpico es de color verde dinero.
Si hay dinero público para mejorar y ampliar las infraestructuras de una ciudad, ¿por qué no se impulsa desde la Administración esas mejoras para el ciudadano sin el pretexto de algo tan perecedero como un evento deportivo? Máxime cuando su organización —sin contar las obras públicas— supondrá un déficit para la ciudad y por ende para el Estado.
¿Qué necesidad hay desde una Administración de seguirle el juego al COI? ¡Que organicen otros y que carguen con los descubiertos! ¿No será que las personas involucradas en la organización de tan faraónico evento ven promocionada su imagen, que al fin y al cabo es de la que van seguir comiendo cuando finalice su vida pública en esos puestos de dirección y gestión?
Es más fácil organizar cuando corre el dinero que cuando no hay un duro y hay que buscarlo debajo de las piedras. Así, cuando estos gestores de lo público desembarcan en empresas que exigen sobriedad en el gasto, encallan y zozobran, terminando —casi por conmiseración— en un gris pero bien pagado puesto de consejero.
Veamos las estimaciones de gasto hechas públicas para los Juegos de 2008 y para los de 2012: 9.10.2006 , presupuesto de 6.000 millones de dólares. Pekín no reparará en gastos para los JJOO 23.07.2006 [1] y Londres 2012: 10.000 millones [2]
Conocemos el déficit generado en Atenas y el descontento que reina en esa ciudad tras los JJOO de 2004. Y también sabemos de las pérdidas económicas de Turín este mismo año 2006. El dinero de las firmas comerciales y de las televisiones se diluye entre unos bolsillos y otros, y el desgaste que soportan las Administraciones no justifican el esfuerzo de organizar unos juegos instalados en el sibaritismo.
Nos hablan los señores del COI —los señores de los anillos— de pretender una anacrónica paz olímpica, pero los gastos fastuosos de las ceremonias de apertura y clausura, producto de sus exigencias, bien podrían ser invertidos en paliar el hambre en el mundo, en curar las enfermedades endémicas y en corregir el analfabetismo en las zonas menos privilegiadas.
Ésta es la solidaridad del a sí mismo llamado Primer Mundo para con los desheredados que han tenido la mala suerte de nacer en el Tercer Mundo.
Mucho llenarse la boca rememorando la época del clasicismo griego, pero la austeridad espartana no es precisamente la marca de la casa —salvo en los Juegos Paralímpicos—. No olvidemos que se trata tan sólo de jugar unos partidos, y de correr más rápido, saltar más alto y lanzar más fuerte.
El lujo no llega a la villa olímpica, donde se alojan los verdaderos protagonistas. Las comodidades son para el palco: dirigentes políticos, dirigentes deportivos, dirigentes económicos, dirigentes sociales, y para reyes y otros palos de las rancias noblezas que deberían ser abolidas de una vez para siempre en nombre de la igualdad humana. Los gastos en protocolos y en seguridad de las personalidades invitadas y de otras a las que se les antoja acudir se disparan siempre por encima de las estimaciones más amplias.
Todo ese derroche económico sale del bolsillo del contribuyente. No hay multinacional tan estúpida como para regalar su dinero. Si no hay suculentas contraprestaciones a cambio ninguna empresa invertirá ni un céntimo.
No se conciben hoy en día —con la complacencia del COI— unos JJOO sin celebraciones fastuosas. Ya nadie recuerda que fue un político europeo, de nombre Adolfo, quien por primera vez en 1936 se ocupó de organizar en Berlín una pomposa y suntuosa ceremonia de apertura. La actual grandiosidad que preside estas ceremonias es, pues, herencia directa del nazismo.
En torno a la celebración de los JJOO modernos crece una nueva forma de esclavitud: la prostitución organizada. Pero los tartufos de los anillos prefieren hablarnos de esa legendaria paz olímpica que quizá se daba circunstancialmente en el mundo heleno de hace tres mil años. Existe igualmente un dispendio desproporcionado de dinero público que no ve recompensa alguna en torno a las candidaturas malogradas.
Puedo entender que nadie garantice la elección de la sede olímpica, pero entonces: ¿por qué concurrir con dinero público a un concurso que no aporta garantías? Si tanto beneficio reporta la organización de unos JJOO en una ciudad concreta, ¿por qué no toma el liderazgo la iniciativa privada avalando económicamente la candidatura?~
Referencias
[1] www.elmundo.es/elmundodeporte/2006/10/09/masdeporte/1160380619.html
[2] La carrera olímpica sale cara www.as.com/articulo/deporte/Londres/2012/000/millones/dasmas/20060717dasdaimas_1/Tes/
Dirección para comentarios (plataforma antigua): www.agujadebitacora.com/2006/11/14/falsa-moral#dejacomentario
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