Entre nosotras

Un texto de Nadia L. Orozco

 

A MI PEQUEÑA hijita de tres años le encanta ponerse un tutú, pintarse las uñas de rosa y usar tenis de princesas. Juega a la fiesta del té y le gustan las muñecas. ¿Qué se supone que le diga? ¿“No hijita, vestida así, y con una muñeca en la mano, nunca vamos a derrocar al heteropatriarcado”? A veces mirarla a ella, en toda su femenina y tradicional dulzura, me hace pensar en eso, justamente: ¿cómo puedo hacer para encontrar un justo medio entre lo que a ella le gusta –le gustan también los autos, pero rosados, definitivamente–, y lo que quiero que aprenda sobre el mundo en el que vivimos?

¿Y en qué mundo vivimos? Nosotras vivimos en una pequeña provincia Argentina en donde justo por estas fechas (mediados de septiembre) se celebra la Fiesta de los Estudiantes. Esta fiesta, entre otras cosas, hace un certamen para elegir a una Reina. Cosa rara: la reina de los estudiantes no es tal por estudiar, sino que es electa por un jurado que hasta donde entiendo no mira sus calificaciones, ni tampoco sus cualificaciones, sino que la evalúa en vestido de noche y altísimos tacones, encumbrando el valor de la belleza física arquetípica como medida de lo que es y vale una mujer. ¿Se supone que le explique a mi hija que lo que cuenta es lo de adentro, pero que si es reina de los estudiantes tanto mejor porque al fin y al cabo en este pueblo vivimos y ni hablar, hay que apechugar? ¿O debería decirle que definitivamente ella no debería tomar parte de ninguna manera y bajo ningún concepto en una festividad vacua que glorifica un concepto machista del valor femenino, aunque no está mal que de vez en cuando se ponga un lindo vestido y vaya a una fiesta porque, bueno, la lucha sigue pero hay que darse un respiro alguna vez?

En ese mundo vivimos. Un mundo occidentalizado que, por ejemplo, mira con hambre de saber y con ganas de emular a la cultura india, y todas las bondades que el yoga, la meditación, o el veganismo pueden tener para una persona, pero al mismo tiempo soslaya que el país cuna de todo eso, solapa violaciones multitudinarias y vejaciones inimaginables a sus niñas y mujeres. Un mundo en el que se mira por la televisión –y ahora por las redes sociales–, el matrimonio de cientos de niñas antes de siquiera llegar a la pubertad, en lugares en los que las mujeres todavía no alcanzan el estatus jurídico de personas, pero con los que nuestros países tienen un nutrido comercio que, por supuesto, ayuda bastante para hacerse de la vista gorda, la especialidad diplomática de nuestra época. También es el mundo en el que una guerrilla nigeriana pudo secuestrar impunemente a 276 niñas en 2014, sin que a la fecha sepamos de su suerte. Y es el mundo en el que, cuando una mujer hace encabezados en la prensa, suele deberse a que la encontraron asesinada, porque seguramente “andaba sola”, o “se lo buscó”, o algún apologético argumento que impida llegar a la única conclusión racionalmente lógica, que suele ser “la mataron porque es mujer”.

Parece reduccionista, sin embargo, el “porque es mujer” explica una lista larga que engloba los pormenores de ser mujer. Tener un sueldo comparativamente bajo, tener miedo de caminar sola por la calle, tener que cuidar la vestimenta para que no te violen, tener que tomar por halagadores comentarios que son francamente insinuaciones sexuales. Lo que parece un problema de género es en el fondo un problema de poder, y en un mundo hecho a modo de la lógica masculina de la competencia, la fuerza y la violencia, es quien se mueve en esta lógica el que puede más.  Por supuesto, romantizar las cualidades femeninas tampoco es útil, pero ciertamente, y evolutivamente, las ventajas femeninas son la cooperación y el razonamiento dialógico en un grupo. El usar los foros de opinión pública es una forma no sólo de visibilizar, sino de también de entender en grupo y solucionar todos juntos esta disparidad de poder que existe entre lo típicamente masculino y lo tradicionalmente femenino. Solucionarlo, por cierto, no consiste en un traspaso de poder, sino más bien en una comprensión ampliada de lo que cada uno es, y la construcción de instituciones y leyes que contemplen y protejan esa comprensión.

Entre nosotras, mi hijita y yo podemos construir esa comprensión, y aunque se me antoja difícil, vamos a compartirla y construirla en nuestra comunidad, a pesar de que se trata de una sociedad muy tradicionista y machista. Es difícil explicarle el agua a un pez, pero este pez pasó de nadar en una pecera estrecha como la caja de un televisor al océano de la Internet y las redes sociales, así que hay que tener esperanza.~