El alma que habitamos

Un desnudo emocional de Jaqueline Pérez-Guevara /ilustración de Luciana Casales


 

SE PIERDE LA materia. Me diluyo entre el pasado, el futuro y el hoy. Entre la culpa y la nostalgia. Entre el amor y el miedo. Te siento tan cerca y a la vez veo impasible como tu voz se me desvanece. Observo como uno, de repente, meses después, se acuerda de aquel día, un día hace tanto, que sufrió. Y en contra de nuestros egos y debilidades, aprendemos atónitos que en realidad nada permanece. Y que, en realidad, aunque por instantes uno lo sienta así, no se muere de amor. Y me quedo pensando si eso está bien porque ayuda a sanar las heridas o si esto está muy mal, porque nos vuelve insensibles, instantes, fuegos que no permanecen. La tristeza es el mal que pudre los ojos luminosos de los hombres. Siempre lo supe, pero nunca me di cuenta hasta que entre lágrimas sucedió. Y me encontraba varada. Y lo sigo estando ahora. Arrepentida y gozosa de esa historia. Una dualidad perene que inunda cada sílaba de mis escritos. Y cada vez me parece más complicado recordar cada rasgo de tu rostro, salvo tus ojos. Aparecen cada vez que parpadeo, torturándome, trastocando la realidad, lo que veo, lo que hay en el momento, la vida sin ti y contigo en ese universo paralelo que se manifiesta cuando entrecierro este par de ojos y de pronto apareces frente a mí. Tu recuerdo vuelve una y otra vez entre cada palabra que digo. Regresas con gran fuerza abofeteándome. Te escapas de ese laberinto, solo para venir por mí y llevarme contigo. Regresas. Como antes y como siempre. Como si fuese tuya desde antes de nacer y después de la muerte. Regresas como si fueses mi Dios y yo posesión tuya. Regresas cada vez que no quiero. Regresas cada vez que trato de dejarte ir. Regresas cuando con alguien más me sabes en besos. Y transcurre un día tras otro y aún no puedo evitar llorar cuando escribo de ti, pero lo hago a diario con una nostalgia perpetua que ata, pero libera. Porque incansablemente traté de no equivocarme enredada a tu cuello. Intenté que no aparecieras en cada recuerdo, de no entregarte mi alma, de no beber en tu cuerpo. Traté de no seguir juramentos ni promesas de amor. De borrar las huellas de tus manos sobre las mías. De confundir tu rostro con otros cientos. Traté de negarte el derecho de hacer conmigo lo que fuera. De no escribirte siempre. De limpiar mi cuerpo con otro cuerpo, de deshacer el vestigio de tu aliento con otro aliento, de perfeccionar mis manías, de dejar que tu sonrisa se difuminara con el tiempo. Pero no puedo. Se acaba otro mes y sigues sin volver. Y yo sigo buscándote a cada ocasión. Quisiera correr hacia ti mientras te cuento alguna de esas historias tan poco probables que me suceden. Y que te rías de mí, y que roces tu latir con mi corazón. Sigues presente. Permaneces. Y a mí la incertidumbre me acosa, los recuerdos me hostigan. Esto de que estuvieras tanto antes, y ahora ya no, me complica todo mañana y hoy. Te odio y amo a ratos. No sé cómo decirte que me duele el sin sentido de mis oraciones. Que me enseñaste la perfecta conjugación de cada palabra con las yemas de tus dedos. Que ya no puedo leer las líneas de mi destino porque todo es tan incierto. No sé cómo decirte que sufro porque te fuiste así. Y maldigo aquella vez en la que me crucé con tus ojos. Y bendigo aquella vez en la que me envolví con tu voz. No sé cómo decirte que vivo de contradicciones. Que te extraño tanto y que por tu culpa y para siempre, algo florece en mi con el aroma a cigarrillos.~