Dopaje: to be or not to be

Los poderes públicos han unido actuaciones contra el dopaje. Por toda información nos dicen que han emprendido una “lucha contra el dopaje”, aclarando que lo hacen en nombre de nuestra salud. Pero de pronto han conseguido que cuando alguien habla de ser más permisivos en este tema, la sociedad reaccione en contra. Curiosamente no existe un diálogo entre las partes implicadas para acercar posturas.
En la Aguja nunca se ha dicho sí al dopaje, pero empezamos a pensar que debería abrirse el diálogo por el bien de todos. Algunas voces están amordazadas, mientras hay quienes han asumido la lucha contra el dopaje como una cruzada personal, intentando arrastrar —desde su situación de privilegio— a la opinión pública en contra de las prácticas dopantes.

Parece que para subirse al carro de la popularidad evitan indagar en el nivel de penetración y arraigo del dopaje en el deporte profesional actual. No se han parado a pensar que quizá la lucha contra el dopaje llegue treinta años tarde, dada la más que presunta extensión de este fenómeno.

Oyendo hablar a los mandamases, un neófito puede llegar a creer que el dopaje en el deporte es algo reciente y, aceptando la venda que le colocan en los ojos —sin comprobar la realidad que le rodea—, estimar que los profesionales del deporte que se dopan son escasos. La sociedad se niega a admitir que las prácticas dopantes sean una rutina para muchos profesionales.

Sin embargo para erradicar el uso extendido de otra droga tan dañina como el tabaco los poderes públicos sí se han parado a establecer etapas. La diferencia estriba en el conocimiento cierto que existe sobre el abuso del tabaco.

En realidad no conocemos la verdadera implantación de las prácticas dopantes en el mundo del deporte profesional. Simplemente no hay datos. Y difícilmente podrá haberlos mientras no se levante su prohibición.

Me van a permitir que traiga a su consideración tres planteamientos que se dieron en otras tantas luchas que acabaron perdiéndose. Hace unos cuantos años se originó un movimiento en la sociedad española en contra del deporte del boxeo. Incluso hubo alcaldes que prohibieron el boxeo en sus ciudades -alguno hoy es eurodiputado-.
Resultado de aquellos días críticos puede ser el estado actual en el que se encuentra el boxeo español, con títulos profesionales desvalorizados por no existir más que dos púgiles en la categoría y un patente desinterés del público.

El error lo cometieron quienes trataron de defender el boxeo. En un exceso de pasión hubo personajes que llegaron a afirmar públicamente que los golpes en la cabeza no eran nocivos. El escaso rigor de tales afirmaciones comenzó a decantar a la opinión pública hacia quienes llegaron a plantear la prohibición total del boxeo profesional.
Encuentro un paralelismo entre aquella situación y quienes hoy niegan la implicación del dopaje en su deporte. Negar la evidencia no suele reportar el apoyo de la mayoría, ni ventaja alguna.

Les recordaré a continuación la represión que se vivió en los EE.UU. con motivo de la prohibición de la fabricación, elaboración, transporte, importación, exportación y venta de alcohol. Al final, después de más de diez años de lucha contra el consumo de bebidas alcohólicas, la solución pasó por la legalización de estas sustancias tan dañinas para el organismo.

Encuentro paralelismo con la situación actual de represión en contra del dopaje. Tal vez la historia reciente nos enseñe que puede ser más efectiva una permisividad que facilitará el control que una prohibición que generará la aparición de mercados negros.

Por último dejen que les traiga a la memoria las primeras décadas del siglo XX, cuando el COI luchó abiertamente contra lo que se consideraba una lacra en el deporte: el profesionalismo.

Hoy nos puede parecer que fue algo anecdótico, pero leyendo las crónicas de la época encontramos que se organizó toda una campaña en contra de esos amorales que eran los deportistas profesionales. A finales del siglo XX el COI ha abrazado el profesionalismo, y se ha visto necesitado de restituir las medallas y títulos de los que fueron desposeídos grandísimos deportistas como Jim Thorpe. Entre la persecución y la aceptación pasaron —tan sólo— poco más de cincuenta años.

Encuentro paralelismo con el presente y el futuro que podría aguardar al dopaje. Después del denuesto que sufrieron los deportistas profesionales han terminado teniendo cabida en los Juegos Olímpicos.

Sirvan estos tres ejemplos a modo de reflexión y no como materia probatoria de nada. Muy bien pudiera ser que el mejor futuro pase por un recrudecimiento de la lucha contra el dopaje. Pero bien pudiera ser también que una cierta permisividad facilite el control del consumo encubierto que se da de hecho y que a buen seguro se seguirá dando.

Que se abra el debate nunca puede ser negativo: poderes públicos, organizadores, patrocinadores, deportistas y el consumidor final del espectáculo.

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