Cuando los sueños no sólo sueños son

«A lo largo de la historia del hombre, los sueños se han convertido en uno de los misterios más influyentes. La literatura ha dado noticias de esa influencia. Sin embargo, es claro que la dimensión de esta relación entre la vigilia (lo real asumido) y el sueño (los deseos y los miedos) es uno de los campos más inexplorados y fértiles para la creación de mundos de ficción.» Un texto de Édgar Adrián Mora /ilustración de Lizzeth Bedolla

 

«¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son».

ESTA ES PROBABLEMENTE una de las estrofas más conocidas de la literatura en español. A partir de estas líneas es que Pedro Calderón de la Barca dio título a una de las obras más interesantes del periodo barroco y, de manera extensiva, de la historia de la literatura. Hay en ese soliloquio final de la segunda parte de la obra una cuestión que se presta para la reflexión profunda acerca de la manera en cómo el mundo de los sueños influye en la construcción de lo que se denomina «vida real». En la obra de Calderón, el protagonista tiene la posibilidad de que lo vivido se le aparezca, de acuerdo al juicio de Basilio, el padre en búsqueda de desvelar la naturaleza de su hijo, como un sueño. Esto es, la ambigüedad con respecto de los límites del sueño y la vigilia se presentan como la posibilidad de concluir acerca del hecho de si el comportamiento del soñador se ha modificado.

Tal recurso es utilizado también por Charles Dickens en su célebre cuento, y probablemente uno de los más reversionados, «Un cuento de Navidad». Ebenezer Scrooge recibe en sueños la visita de los fantasmas de las navidades que le muestran, de manera consecutiva, las causas y las consecuencias de su comportamiento. Estas últimas serán irreversibles: la soledad autoimpuesta por su egoísmo y la resistencia a confrontar sus temores y desconfianzas.

En los dos casos descritos vemos cómo esas experiencias con el mundo onírico tienen un final positivo con respecto de ambos personajes. Segismundo se descubre capaz de piedad y lo demuestra perdonando a su propio padre, mientras que Scrooge se convierte en un anciano pródigo que, al compartir su riqueza,  asegura un final menos sombrío para sus días. Ambos encontraron en el sueño los motivos para cambiar sus vidas y convertirse en seres capaces de amar y reconocer al otro como parte de sí mismos.

A lo largo de la historia del hombre, los sueños se han convertido en uno de los misterios más influyentes. La literatura ha dado noticias de esa influencia. Sin embargo, es claro que la dimensión de esta relación entre la vigilia (lo real asumido) y el sueño (los deseos y los miedos) es uno de los campos más inexplorados y fértiles para la creación de mundos de ficción.

Desde la Antigüedad, los sueños marcaron el destino de aquellos que eran tocados por la experiencia. Los oráculos referidos en la literatura griega, por ejemplo, tenían en los sueños una de sus herramientas más poderosas. En La Biblia, los profetas recibían los designios divinos a través del sueño: Josué y Caleb, por ejemplo, o los ángeles que visitan a José para prevenirlo de la matanza de niños que Herodes lleva a cabo en sus dominios. Tal vez, dentro de esa literatura de la antigüedad el relato más bello sea el de «Los dos que soñaron», incluido en Las mil y una noches: un sueño le advierte a un hombre que vaya a Persia porque ahí está su fortuna, el hombre va y lo que encuentra es la cárcel debido a que lo confunden con los saqueadores de una casa aledaña a la mezquita donde descansaba. Cuando el juez lo increpa y aquél responde que ha ido a Persia por un sueño, éste se burla y de dice que a pesar de que ha soñado con que en El Cairo, la ciudad del hombre, hay una casa con una higuera (la casa del hombre) y bajo ésta un tesoro, no ha sentido la necesidad de viajar hasta allá para saber si es cierto. De más está anotar la conclusión del cuento, lo que podemos decir es que el sueño, como oráculo, es uno de los motivos más recurrentes de la ficción antigua.

Tal vez sea William Shakespeare quien, en esa tradición renacentista de recuperar a los clásicos griegos, permita que la «realidad» y el mundo onírico se crucen de manera tal que el resultado nos deje pensando acerca de la manera en cómo ese «otro mundo» es más real incluso que nuestra idea de lo tangible. Sueño de una noche de verano incluye a seres mitológicos y fantásticos en una historia de amor y confusiones cómicas que, más allá del mero entretenimiento, plantea la manera en cómo el reino de los sueños se mezcla con el mundo de los humanos y, como planteaban los antiguos griegos, modifican su realidad de tal manera que los orillan a asumir como propias diversas decisiones que cambian la dirección de su vida. Hay, incluso, en la última aparición de Puck, una alusión a la manera en cómo podemos revertir la mala impresión que la propia obra dejó en los espectadores, si fuera el caso. Dice:

«Si nosotros, vanas sombras, os hemos ofendido,
pensad sólo esto y todo está arreglado:
que os habéis quedado aquí durmiendo
mientras han aparecido estas visiones.
Y esta débil y humilde ficción
no tendrá sino la inconsistencia de un sueño;
amables espectadores, no nos reprendáis;
si nos concedéis vuestro perdón, nos enmendaremos».

La falta de lógica y de verosimilitud es culpa del sueño. Esto, se entiende, dentro de una obra que justifica en su trama la sobreposición de los dos planos de referencia: realidad y sueño. No así en aquellos trabajos que utilizan la idea del sueño como un deus ex machina para justificar un planteamiento delirante o un desarrollo sin pies ni cabeza. La mala narrativa tiende a utilizar este «recurso» (que no lo es) como justificación última de la ineptitud. «Todo fue un sueño» apunta la última frase. Y en el lector el bostezo se asume tanto producto del aburrimiento como del hartazgo.

Pero si existe una obra que ha conseguido que la mezcla de ambos planos genere una nueva «realidad», autónoma y en suma original, esa es The Sandman de Neil Gaiman. Morfeo, Oniros o El Sueño se convierte aquí en un personaje que es el sueño. A través de su naturaleza eterna, de su existencia anterior al tiempo mismo (o a la idea que nos hemos construido de éste), Morfeo recorre la historia de la humanidad probablemente como ningún personaje o autor-imaginador lo ha hecho: sin restricciones, en completa libertad. Aparece por igual en la (una) representación del Sueño de una noche de verano de Shakespeare (con éste convertido en personaje), que haciéndose cargo de las llaves del Infierno entregadas por Lucifer, o generando las pesadillas más atroces en las mentes de los humanos más soberbios. La alegoría que Gaiman construye a lo largo de la extensa serie pareciera juguetear de forma terrible con el título de la obra de Calderón: la vida es sueño. Todo lo que nos ocurre está ligado a la manera en cómo nos concebimos y «vivimos» a través de los sueños. Morfeo encarna la paradoja que involucra a los seres metafísicos de los cuales forma parte: ¿sueña el Señor del Sueño? Y si es así, ¿tiene el control sobre los mundos, las ideas y las «vivencias» que ocurren al interior de su conciencia? ¿Está destinado a ser conciencia pura, si algo así existe? Al final de la serie, Morfeo muere. O le ocurre algo parecido. Se convierte en otra cosa. Renuncia al enorme poder que le fue encomendado. Se convierte en Otro más libre.

Porque la libertad está asociada, sin duda, a la idea del sueño. Más allá del mundo impreso vemos cómo el mundo onírico se convierte en motivo de reflexión, incluso desde planteamientos en apariencia superficiales. Ejemplo de esto, la película Nightmare on Elm Street (Wes Craven, 1984) plantea la manera en cómo un asesino serial de niños se introduce en la mente de adolescentes para asesinarlos en sus sueños. La cuestión es que éstos no mueren sólo en el plano de lo onírico sino, también, en la «realidad». De tal manera queda clara la idea de que la vida en el sueño está asociada de manera irrenunciable a la vida en el mundo sensible.

Aunque también hay casos en lo que se plantea lo contrario. Véase si no la historia narrada en Matrix (Larry y Andy Wachowski, 1999). La tesis que se encuentra detrás es más que inquietante: lo que consideramos la «vida real» no es más que una simulación de computadora que transcurre mientras los cuerpos están en un sueño prolongado. Este planteamiento introduce una de las ideas más recurrentes al preguntarnos acerca de la naturaleza de los sueños (¿Somos acaso personajes en los sueños de Dios?, es uno de los más frecuentes): ¿qué es lo real? ¿Qué es lo soñado? ¿Cómo podemos saber, estar seguros, que aquello que consideramos la vigilia no es sino parte del mismo sueño?

Al final, y retornando a la idea expuesta hace siglos por Calderón de la Barca, si la vida es sueño, no es descabellado pensar que, con cierta posibilidad, aquello que consideramos el sueño sea lo único cierto en la vida. ¿Están despiertos ahora mismo? ¿Cómo pueden estar seguros?~