Bocados de realidad

«Hay mucha impostura vestida de calle, muchos adornadores de la realidad, cuentistas que se terminan creyendo sus propias invenciones como si fuera una parte más de su identidad.». Un texto de Manuela della Fontana/ fotografía de José Granizo

 

ASUMIR UNA IDENTIDAD que no es la tuya puede resultar cuando menos inquietante y, en ocasiones, diría que hasta peligroso. Acordaos si no lo que le pasó a Orson Welles cuando, ya sin muchas pretensiones, se enredó en aquel laberinto de engaños y mentiras que acabó en ese extraño documental que es «F For Fake»: cuadros falsos, marchantes falsos, falsos vividores… una película falsa en si misma: un rompecabezas cinematográfico en el que la dualidad ficción-realidad se dan la mano en un jueguecito poco recomendable, a no ser que te llames Orson Welles y además de un mentiroso compulsivo, tengas millones de dólares detrás de tus saltos al vacío. O a no ser también que te apellides Rajoy o Mas o Aguirre [o cualquier otro político que se te ocurra] y vivas en un mundo inventado por tu irrealidad, como el de tantos y tantos ejecutivos que se asoman al mundo por la ventanilla medio bajada de su Mercedes, con discursos tan ambiguos como trasnochados y…sí, falsos.

Hay mucha impostura vestida de calle, muchos adornadores de la realidad, cuentistas que se terminan creyendo sus propias invenciones como si fuera una parte más de su identidad. Basta que abras el último ¡Hola! y verás esas casas de falsos famosos rodeados de libros…libros como esculturas, jamás leídos, vacíos, sólo recursos de un buen decorador. Porque la imagen, aunque sea falsa, hay que cuidarla más aún que tus propias cualidades. Fijaos sino que hasta un genio como Picasso, tan celoso de su intimidad, se prestó a ese juego, donde se fotografiaba mostrando escenas de su vida cotidiana, bailando con su mujer, modelando arcilla en su estudio, disfrazado y montando un teatrillo para sus hijos…cualquier cosa con tal de ocultar, a base de vender cercana familiaridad, sus más verdaderas miseria íntimas.

Pero tampoco hay que irse tan lejos. La mentira disfrazada de alta costura existe no solo en el arte o en el mundo del papel couché. También en los despachos. Sin querer, me viene a la cabeza la Consejera Delegada de la que fue mi empresa durante tantos años, y recuerdo, con cierta rabia, ese afán tan suyo de rodearse de una camarilla de inútiles encorbatados de Armani, por aquello de destacar entre tanta incompetencia. Quitando esa arrogancia con la que conducía las reuniones, esas miradas con las que desarmaba al que la contrariaba, quitando ese gesto torcido de su boca cuando se enfadaba, todo en ella era falso, todo mentira. Hasta el Chanel nuevo con el que se presentaba cada día.

Porque la falsedad está al alcance de cualquiera, nadie se salva. Ni siquiera los escritores, qué os pensabais. El que escribe no deja de ser un fingidor, es algo que viene de serie en el oficio de juntar palabras.  No puedes escapar a ello. Quien más y quien menos ha caído en esa tentación barata de maquillar  su vida con misterios fingidos y después, impunemente, presentarla con orgullo y hasta firmarla en cutres casetas de feria de libro. Tal vez sea por eso que algunos escritores  terminan confundiendo su vida con la de sus mejores personajes, como a Balzac, que en el lecho de muerte preguntaba aún por su ficticio doctor Bianchon o como le ocurrió a Bolaño, que acudía en sus dudas a sus propios inventados escritores. Solo la falsedad puede ser tan perfecta, o dicho de otro modo, solo la perfección puede ser tan falsa.

Y siendo sincera yo tampoco me quedo atrás en ese empeño por darle un poco de fingida emoción a mi vida y así, termino tomando prestados escenarios, me apropio de bares y de besos robados, de pinturas, fragmentos de películas o conversaciones que pillo al vuelo y que, como el que agita mil y un ingredientes en una coctelera, les voy dando forma hasta que terminan paseándose por cada uno de los textos que escribo.  Juego de espejos en los que me miro y en los que me dejo ver, confundiéndose a veces realidad y ficción, como en un caleidoscopio del que soy incapaz de salir.

Ya veis, nada es lo que parece, ni la realidad ni la mentira: nada. Y si no, justo cuando pensaba que estaba de vuelta de todo, ingenua de mi,  acaba de caer en mis manos el libro «Cocina para impostores». Ya en el prólogo los autores aseguran que cualquiera, hasta el más torpe y abandonado, puede preparar platos complejos con toda sencillez, recetas rápidas que dan la impresión de que alguien ha estado una tarde entera en la cocina, o preparar presentaciones que nadie imaginó que fueras capaz de hacer. Añaden además, no sin cierta ironía, que después de leer el libro cualquiera puede pasar de ser  el pato de la cocina a un bello cisne de los fogones, o sea, pasar de ser una auténtica inútil como yo a una especie de falsa Ruscalleda.

Pero como al final, las falsas apariencias siempre acaban mal, si me  lo permitís, y para aligerar la espera mientras me traen la pizza que he encargado, voy a poner la tele. Creo que echan «Bocados de realidad», una peli que anticipaba las falsas apariencias de estas redes sociales al fin tan imprescindibles.  Así que una vez más, me voy a meter en el juego: el de la incomprensible y deslumbrante impostura, el de la falsedad…después, ya fuera del circo, veremos qué nos espera de verdad.~