Apasionados de las historias
«Suelo sentarme en la ventana de un café y ver pasar a la gente. Y, desde el interior, pongo atención a los artistas callejeros. […] Les digo que me cuenten su historia y les doy el doble. Pocos lo hacen, solo quieren el dinero. Espera, espera, les digo. Hablo en serio, te doy dos monedas si me cuentas cómo has llegado hasta aquí.» En vozed somos apasionados de las historias, escribe Humberto Bedolla.
SUELO SENTARME EN la ventana de un café y ver pasar a la gente. Y, desde el interior, pongo atención a los artistas callejeros. Los hay muy buenos, y los hay malísimos, como todo, supongo. Soy de esos que disfrutan escuchando a los músicos callejeros hacer un cover -cuando desafinan, ay-, a mimos darse de golpes contra puertas imaginarias y a las figuras inmóviles, qué solo, cuando reciben una moneda, se mueven para posar con quién la ha lanzado. Y sí, escucho a los merolicos, los profetas del fin del mundo y a todos los que quieren unas monedas para poder volver a su pueblo.
Hay veces que salgo corriendo del café, con la taza en la mano. Corro aun a riesgo de quemarme porque se derrame el café caliente sobre mí, los detengo y les digo que me cuenten su historia y les doy el doble. Pocos lo hacen, solo quieren el dinero. Espera, espera, les digo. Hablo en serio, te doy dos monedas si me cuentas cómo has llegado hasta aquí. Me miran con desprecio. Seguramente no estoy siendo sensible… pero creo que lo complicado es tener una historia, que le guste al público, y recibir algo por ella. Sé que a muchos les cansa el tema, pero viéndolo con frialdad esta es la pregunta que todos nos hacemos y cuya respuesta nos rompe la cabeza: ¿cómo hago para contar mi historia y que el público me la compre?
Hablo de historias como hablo de una creatividad en general. Y sí, es algo repetitivo, un tema muy traído desde que los oficios se volvieron profesiones y el sector (el editorial, el de la música, el de la cultura o laboral, da igual) se industrializó. Por si fuera poco, ahora vemos como la constante evolución de las tecnologías produce cambios en las formas de consumo, ahora radicales, completamente diferentes. Y siempre, para muchos, la cultura es una excusa y no un medio. Hoy en día ya no importa entender ni leer, ni siquiera ser alguien, es suficiente con aparentar, y ni eso, ahora solo basta con «decir» y «compartir». Y yo me quedo esperando alguna historia. A la última persona a la que detuve, un hombre que quería volver a su pueblo, se marchó sin más. Le ofrecí el café y no lo quiso, se fue hacia una de las calles más concurridas. Tenía el pelo alborotado, canoso. La piel pegada a los huesos, el abrigo gris, raído. Traía una maleta de viaje que parecía que funcionaba. Creo que si alguien se ha animado a escribir en un cartón que solo necesita «unas monedas para volver» es porque no le han salido las cosas como pensó. No quiero sangre, no me da morbo el sufrimiento, pero si quiero saber qué le ha pasado. Qué ha intentado que no le ha salido como pensaba. Me estoy metiendo en líos, talvez, por que saber implica ser responsable de lo que ha sido informado, y si alguien lo está pasando mal y puedes hacer algo por ayudarlo habría que hacer ese algo. No es caridad, es empatía, pero el morbo del «conflicto» me puede, quiero saber la historia. Pero no suele haber historia.
Soy –y creo que todos– curioso. Soy heredero directo de aquellos cavernícolas que, una vez habían matado al animal en turno y habían prendido la fogata para calentarse, en vez de echarse a dormir la siesta se iban al otro lado de la montaña a ver qué pasaba. Y satisfago esa curiosidad con historias. Todos lo hacemos. Hay relatos, novelas, películas… está el teatro, el circo, hasta una buena publicidad. El storytelling quiere enganchar a personas con las marcas a través de las historias. Hay historias para aburrir. Sí, hay demasiado. Más en el mundo digital. Encontrar una historia que nos guste puede costar lo suyo, ya sea esfuerzo, o dinero, o tiempo.
[pullquote]Soy curioso. Soy heredero directo de aquellos cavernícolas que se iban al otro lado de la montaña a ver qué pasaba[/pullquote]
Miro la plaza, hay mucho ruido, muchas historias a la vez, todas simultáneas, todas queriendo llamar la atención, todas queriendo contar algo… algunas buenas, otras malísimas, como todo. Hace frío, y la taza que antes humeaba ahora esta fría, me tomo el café de un trago.
¿Y por qué no visibilizar las buenas historias? «Sí», recuerdo, mezclo las conversaciones… ¿y por qué no dar la oportunidad a que los propios lectores apoyen y fomenten el trabajo creativo? «Sí, y también queremos nuevas experiencias. Nos gustan las historias, nos gustan los personajes, queremos más: saber quién, cómo y por qué se creó ese universo que hace que la historia funcione. […] Quiero interactuar con el personaje, o guiarlo, ayudarlo, proponerle nuevas aventuras, […] una nueva experiencia…» Me vuelvo sobre mis pasos, pago el café y camino a casa atravesando la plaza. Ya anochece, las farolas dan poca luz y la silueta del hombre pidiendo monedas para volver a su pueblo ha desaparecido. Camino esquivando a muchas personas. Es una plaza llena de gente. Muchos caminan, o corren hacía algún lugar, parece que van al encuentro con alguien. Otros esperan, miran el reloj en el teléfono móvil, o en la torre del edifico más alto. Miran esperando también a alguien. Todos tienen alguna historia, seguro muchas son interesantes. Siendo apasionados de las historias, hay que conectar a unos con otros, porque, estoy seguro, «hay una historia para cada uno». Y entre ese barullo ahí estoy yo, con las manos en los bolsillos, con frío, en medio de la plaza, con ganas de escuchar la historia de ese hombre y él se fue, sin más, sin intentarlo, sin contarme su historia. Seguro que un contador de historias quiere un público así, lo necesita. Llego a casa, enciendo la computadora, y busco la historia que me hace falta. Así llego, con todos ustedes, una vez más, a un nuevo vozed.~
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