El fin del capitalismo
ES CURIOSO CÓMO desde el principio de los tiempos la historia se repite invariablemente para el ser humano. Los viejos conceptos, obsoletos a los pocos años de enunciarse, adquieren vigencia de nuevo un siglo o dos después cuando la realidad nos devuelve a nuestro sitio. Es curioso por ejemplo, que la famosa lucha de clases vuelva a adquirir vigencia cuando ya se creía casi superada. No me refiero a que la tiene en este momento, sino a que la tendrá en un futuro cercano.
Actualmente las empresas están inmersas en una espiral de maximización de beneficios a cualquier precio que está dando como resultado paradojas como la siguiente. Empresas que anuncian un crecimiento de beneficios respecto al año pasado espectacular, aprovechan la coyuntura para despedir a miles de trabajadores. ¿La excusa? Ser más competitivos.
En otros artículos hablé de la productividad como elemento motor de la creación de riqueza, pero esta productividad posee un efecto secundario negativo que puede causar graves problemas a las empresas. Me refiero, a la destrucción de empleo y al desigual reparto de la riqueza creada.
Un aumento espectacular de la productividad suele producir una reestructuración de las necesidades operativas de las empresas. De esta forma, los empleados obsoletos debían reciclarse (cuando era posible) para adaptarse a los nuevos sistemas productivos tecnologías. Además, el crecimiento económico generado por los aumentos de beneficios y productividad, generaba más empleos en otros sectores indirectos, y la riqueza se multiplicaba.
¿Qué esta pasando ahora? Las empresas están multiplicando sus beneficios, la coyuntura mundial es tremendamente propicia debido al crecimiento de casi todas las zonas económicas. Sin embargo, no se crea empleo, o se crea de muy baja calidad, y desde luego, la presión económica sobre los trabajadores y las clases medias aumenta día a día. No es un fenómeno local, restringido a España, Europa o América Latina. Es una tendencia que abarca toda la economía globalizada.
Cada vez se exige más productividad, se crea más riqueza, pero los empleados de base no participan de esa creación. Además, los beneficios conseguidos no suelen reinvertirse (a pesar de que los ratios de inversión privada empiezan a reactivarse la mayoría de las empresas no quieren o no encuentran formas productivas de invertir los beneficios de sus operaciones). La competencia se acrecienta de tal forma que cada día es más difícil conseguir cualquier logro.
Los trabajadores, en medio, han sido pillados con el pie cambiado. Mientras que los beneficios crecer y los aumentos de productividad se disparan debido al impacto de las nuevas tecnologías de la información, y a las crecientes exigencias personales del mundo de los negocios, sus sueldos no han crecido en consonancia, más bien al contrario. En muchos casos lo hacen por debajo de los ratios de inflación. Mención a parte merece el impacto que el Euro ha tenido en los bolsillos de los consumidores. Las cifras no son claras, pero en tres años podríamos estar hablando de que en algunos sectores básicos los incrementos han sido del 50% al 75%. A esto se añade la burbuja inmobiliaria, que ha tocado profundamente la línea de flotación del mercado inmobiliario, y de la que va a ser difícil salir sin daño y sin tomar una serie de medidas que ya comentamos.
Estas cifras de inflación encubiertas han dañado mucho el bolsillo de los ciudadanos, que, sin embargo, en países como España siguen consumiendo.
¿Se puede mantener esta tendencia? Tal vez sea una impresión propia, pero cada vez más gente se cansa de sus trabajos y decide buscarse la vida de otra forma. Los que se quedan, menos productivos en algunos casos, deben al tiempo afrontar un aumento de trabajo que contribuye a desmotivarles y a reducir su productividad a largo plazo.
Por otro lado, los bajos sueldos generalizados están creando una situación insostenible en el consumo. De tal forma, que se puede crear una espiral de comercio descendente. Los empleados no consumen debido a los bajos sueldos. Por ello, las empresas ven reducir sus ventas, y acuden a reducciones de costes y congelación de salarios que disminuyen más todavía el consumo.
Generalmente los aumentos de productividad y los ajustes suelen corregir esta espiral, creando a medio plazo las condiciones de confianza necesarias para que e ciclo vuelva a empezar. Sin embargo, existe un peligro inherente a este sistema. Y podría estar produciéndose. ¿Es posible que la tecnología avance hasta límites insospechados en el plazo de unos años? ¿Es posible que los incrementos de producción derivados de la introducción de maquinaria superen con mucho los de contratar gente? Presionados por sus accionistas, los directivos de estas empresas cada vez más, recurren a despidos y reducciones de costes que generan descensos en el consumo, inseguridad y una crisis de confianza en el sistema.
Las empresas deberían contemplar el horizonte a un plazo un poco más largo. Los empleados que despiden hoy, son beneficios que pierden mañana, o pasado mañana. En lugar de eso, una empresa debe comprometerse socialmente con sus empleados y con la sociedad a crear empleo productivo, derivando a dichos trabajadores a tareas productivas que generen riqueza.
Si no, la lucha de clases puede que vuelva a sonar en nuestros oídos en los próximos años, cuando las presiones sobre las personas sean demasiado agudizadas como para soslayarse con los mecanismos actualmente existentes.
Pero estoy divagando, pues el tema del artículo no es éste. En realidad, yo quería hablar sobre otra afirmación del mismo autor que creó el concepto de “lucha de clases”. Fue Marx quien dijo que todo sistema económico llevaba en su interior las semillas de su destrucción.
Y esta afirmación no es menos válida ahora que entonces. Los aumentos de productividad del capitalismo están reduciendo al ser humano a algo meramente accesorio. Algo que sobra, que es casi un estorbo. Numerosos teóricos han halado sobre la sociedad que nos espera, repleta de avances técnicos, tecnológicos y científicos. Pronto, en el plazo de unas pocas décadas veremos espectaculares avances en ingeniería genética, inteligencia artificial, nanotecnología, fusión fría, robótica, nuevos materiales, ciencias de la información, bueno, la lista es interminable.
El impacto que estos descubrimientos imparables tendrá en nuestra sociedad, y sobre todo en nuestro sistema económico y productivo será devastador.
¿Quién va a contratar, por ejemplo, a diez contables, o veinte, o cien si un solo ordenador puede contabilizar todas las operaciones de una empresa en fracciones de segundo sin un solo error? ¿si con la factura digital el papel desaparecerá de las oficinas, y sistematizar la contabilización de toda la información será una tarea simple y rutinaria?
¿Para que se va a necesitar una cuadrilla de albañiles cuando un solo robot realice su trabajo en menos tiempo, y no pida un salario por ello? ¿Para qué va a necesitar un supermercado cien o doscientas cajeras si cada producto llevará una etiqueta que localizará el producto, su precio y características, y en un segundo el cliente podrá pasar y pagar todo el carro sin pasar por caja? Desde luego, creo que la idea ha quedado clara. Si los avances se producen al ritmo previsto, en 30 años el 75% de la población humana se habrá quedado obsoleta (no entro en el impacto que tendrá la inteligencia artificial ni la nanotecnología más allá de estas fechas, pues el lector podría considerarlo de ciencia ficción. Es decir, en una generación, quince o veinte años, el ser humano no podrá competir con las máquinas en casi ningún área laboral.
¿Cómo vamos a consumir los productos que se fabriquen? ¿Nos pagará el Estado una paga vitalicia para ello? Quien sabe. Tampoco quiero que el lector se preocupe, pues la salida lógica a este problema se encuentra en la base misma que lo generó, la tecnología. Si conseguimos sobrevivir al desastre medioambiental que se nos avecina, que trataré en otro artículo, la misma tecnología nos da la respuesta.
Si las promesas de la inteligencia artificial nos traerán un aumento increíble de la producción y del software, si la nanotecnología puede terminar con nuestras necesidades materiales, si la genética puede solventar la enfermedad y el hambre en el mundo con cultivos más sanos, productivos y resistentes, si la fusión y el hidrógeno eliminarán nuestra dependencia energética, si lo nuevos materiales nos permitirán construir rascacielos más altos, humanos y confortables eliminando la presión demográfica ¿podrá sobrevivir el capitalismo a sus éxitos?
El mismo sistema económico que alienta la innovación, la investigación y la tecnología, el mismo que reducirá el papel del hombre cada día más y más, reducirá nuestra dependencia del trabajo para sobrevivir y ganarnos la vida.
El ser humano se convertirá en algo irrelevante en el sistema productivo, pero también lo serán las necesidades materiales, pues tendrá todas las necesidades cubiertas. Por lo tanto, el valor de las cosas, lo que de verdad tendrá importancia para el ser humano serán los sentimientos, las experiencias, y los valores olvidados de comunidad, aprendizaje y autorrealización.
Este cambio es imparable. La tecnología y el progreso científico no se pueden detener, no ya por la naturaleza inquisitiva del ser humano, sino porque hacerlo detendría el mismo sistema económico.
Si conseguimos manejar estos cambios sin que nos destruyan, con responsabilidad ecológica, social y ética, estaremos contemplando el fin del capitalismo.~
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