Productividad y competitividad
España es uno de los pocos países en los que la productividad ha caído sistemáticamente en los últimos cinco o seis años, tanto en términos relativos, como absolutos.
El actual Gobierno hizo hincapié en su campaña electoral en la necesidad de implementar políticas de I+D+i (Investigación, Desarrollo e innovación) que permitan aumentar la productividad y revertir este proceso de deterioro competitivo. De que lo consiga en los próximos años, a tiempo para que sus efectos se hagan notar antes de las elecciones de 2008, podría depender la reelección del actual Gobierno. Más que de cualquier otro factor.
Productividad del trabajo
La productividad del trabajo suele medirse de dos formas. Una, recoge lo que una persona produce cada hora, o bien, lo que produce cada persona perteneciente a la empresa. La segunda forma es la medida de lo que un trabajador aporta a su empresa, y más que medir la productividad, recoge la producción por persona. En España, así como en algunos países, esta forma de medirla, causa un efecto perverso.
La productividad por persona puede fácilmente incrementarse simplemente, trabajando un mayor número de horas. Así, por cada hora que trabaje más una persona sobre las 8 horas regladas, su producción debería aumentar un 12,5%. Pero esto no es así, al contrario. Alargar la jornada laboral, paulatinamente, no suele conseguir que aumente la producción sensiblemente, sino que simplemente, y en la mayoría de los casos, reparte dicha producción en un mayor número de horas. Esto, evidentemente, hace que la productividad por hora caiga.
Es más, los efectos negativos que tiene sobre la vida familiar aumentan el descontento del trabajador, produciendo un mayor descenso de la producción (y por lo tanto de la productividad) y aumentando la rotación. Obligando así a las empresas a formar a nuevos trabajadores lo que de nuevo, hace retroceder nuestros indicadores temporalmente.
Es cierto que el problema de la rotación y el descontento es demasiado complejo para reducirlo a una simple variable, en otra ocasión lo analizaremos más detenidamente.
Productividad tecnológica
La mano de obra es una de las variables principales a la hora de calcular la productividad. Pero esta variable, en países desarrollados, cada vez va teniendo menos peso, perdiéndolo a favor de la inversión en capital y nuevas tecnologías.
A medida que el desarrollo económico y social va creando riqueza, que los salarios se van incrementando, y que la sociedad va siendo cada vez más consciente de la importancia del capital intelectual que posee, la mano de obra pierde importancia relativa, y el salario por hora de los trabajadores manuales va distanciándose cada vez más en términos de productividad de las tareas que implican mano de obra +capital intelectual +capital tecnológico. Es decir, la relación producción/salario es mucho más favorable para las empresas que emplean tecnología y trabajadores cualificados.
Ésta es la principal causa de la ahora tan de moda deslocalización. Las empresas no pueden mantener la relación producción salario sin perder competitividad con aquellas que operan en países de bajos salarios, y por ese motivo, trasladan las plantas de producción a ellos. Así mismo, los avances en tecnologías de la información, en robótica, y en todas las áreas de la ciencia, están haciendo que el componente tecnológico adquiera cada vez mayor relevancia.
España es uno de los países que menos invierte en I+D+i (tanto a nivel privado como público), y cuyo nivel de educación se ha deteriorado más en los últimos años. Si sumamos dos y dos, en este caso, puede que nos dé menos cinco.
Productividad por causas macroeconómicas
El tercer gran factor que afecta y está perjudicando nuestra productividad tiene carácter macroeconómico. Son dos variables, la inflación relativa con otros países y sobre todo con los de nuestros competidores.
La inflación española es sensiblemente mayor que la de otros países de nuestro entorno. Este hecho, repetido durante un período prolongado de tiempo, hace perder competitividad a los productos españoles, que son más caros de producir y por lo tanto de vender. La segunda variable macroeconómica que afecta actualmente a nuestra productividad es la debilidad del dólar. Una gran parte de los pagos internacionales se realizan en dólares, y Estados Unidos es uno de los principales mercados para la exportación de las empresas europeas. Esto hace que al ser su moneda más débil respecto al Euro, los productos europeos resulten más caros en términos relativos que los americanos. El principal mercado para las empresas españolas es la Unión Europea, no Estados Unidos. Pero Alemania, Francia y otros países sí dependen mucho de este mercado, por lo que un deterioro de sus exportaciones nos afecta indirectamente al perjudicar su economía, su consumo, y por lo tanto nuestras exportaciones.
En resumen, si bien la inflación y el tipo de cambio no merman la productividad real a corto plazo, sí causan un descenso de la competitividad relativa respecto a otros países.
Soluciones
Las soluciones que pueden aportarse para resolver este problema, el más grande que tiene ahora mismo la economía española, junto con la posible burbuja inmobiliaria, no son fáciles. Su complejidad implica que ningún agente social puede iniciar dichas medidas en solitario. Esto es algo cada vez más común en la compleja sociedad humana. Los problemas adquieren tal entidad y están tan diversificados, que ni Gobierno ni empresas, ni sindicatos, ni ONG´s en solitario pueden resolverlos solos.
El problema de la productividad es, si cabe, más difícil todavía. En tanto que implica factores de inercia social, que a su vez se dan en todos los agentes implicados. Implica también variables macroeconómicas complejas de manejar incluso por el conjunto de los países de la UE. Pero se pueden dar algunas pautas a seguir, con la esperanza de que cada parte haga lo suyo, y entre todos podamos solucionar este problema, que amenaza a empresas, trabajadores y ciudadanos por igual pues la meta definitiva de este proceso de pérdida de competitividad, de no detenerse, es destruir la creación de riqueza. Imprescindible para que podamos mantener el estado del bienestar.
Se echa de menos, tanto por parte del Gobierno español, como de la oposición, un debate en este sentido y medidas paliativas y correctivas. Al Gobierno, no podemos permitirle que olvide lo que prometió en su programa electoral. A la oposición, no podemos consentirle la callada por respuesta esperando el batacazo, ni que use este tema electoralmente, pues se está jugando con el pan de todos nosotros.
Por último, y antes de enumerar posibles soluciones, comentar que las medidas aquí expuestas pueden ser utilizadas para aumentar la productividad en otros contextos y otros países, adaptando dichas medidas a la naturaleza de cada problema y a la idiosincrasia de cada país o región. El resultado, siempre, será tratar de crear mayor riqueza económica, social y financiera.
El Pacto Social
Es necesario, imprescindible, desvincular los salarios de la inflación. Esta medida, tremendamente impopular pero necesaria, rompería la espiral inflacionista en la que estamos sumergidos. En su lugar los salarios deberían ligarse a la productividad, es decir, cobrar en función a lo que cada uno produce.
El problema de esto, a parte de implementar la política, y de convencer a los trabajadores, es controlar que los empleados cobren efectivamente por los aumentos de productividad que tengan. Una queja frecuente es que los objetivos del personal no comercial, suelen repartirse de forma arbitraria, muchas veces por decisión del jefe de la persona, y sin posibilidad de demostrar el cumplimiento o el incumplimiento de los objetivos. La teoría del Marketing impone que los objetivos, para ser efectivos, deben ser comunicados con antelación, medibles, comprobables y alcanzables.
Es, por lo tanto, imprescindible, que a la hora de implementar una política de incentivos encaminada a aumentar la productividad, se estudie cada puesto en concreto y se sigan estas características. De esta forma, el trabajador sabrá lo que se espera de él, sabrá si lo consigue o si se está desviando (podrá entonces corregirlo) y no habrá problemas a la hora de adjudicar los incentivos.
En nuestro trabajo todos creemos que o podemos hacer mejor, que podemos aportar más, si nos dejasen hacer las cosas como creemos.
Bien, el trabajador debe concienciarse de que si esto es cierto, tiene la responsabilidad de llevar a cabo esas mejoras que aumentarán la riqueza. Sus jefes y superiores, tienen la obligación de permitirle desarrollar sus ideas. Es imperativo.
No hay nada más agotador para un empleado brillante, que recibir siempre una negativa por parte de sus superiores a sus ideas. Debe cambiar la mentalidad. No es el empleado quien debe “vender” la idea a su jefe, sino éste, el que debe responsabilizarse de estudiarla de forma abierta, animar las ideas y la creatividad, y servir más que de revisor, ser un gestor que permita aumentar la capacidad de trabajo y preparación de su equipo.
Las empresas deben también garantizar la formación de sus trabajadores. No basta un curso anual de unas pocas horas, que muchas veces transcurre de forma monótona sin aportar nada al trabajador. Se deben preparar programas de formación adaptados a las necesidades de cada trabajador. Así, se aumentará el capital intelectual de la empresa, que es el único capital que puede crecer continuamente, mejorando cada día y adaptándose por si mismo a las necesidades cambiantes del mundo empresarial.
Por último, las empresas deben facilitar la flexibilidad horaria. Si se consigue terminar con la incapacidad de las empresas, por ligar el salario a la productividad de forma seria y transparente, ¿qué impide que un trabajador se organice su jornada?
Nadie mejor que la persona que está en “primera línea de playa” sabe lo que debe hacer para realizar su trabajo de forma adecuada, adaptada a las necesidades del cliente. ¿Por qué no permitirle que se gestione su tiempo? Si además, la empresa valora el resultado final del trabajo de cada uno, en lugar de lo que un trabajador se queda después de la hora, este sueño sería una realidad, y ambos, empresa y empleado, serían los grandes beneficiados.
¿Cuántas veces deben escucharse las mismas frases para que unos y otros entiendan que son plenamente ciertas? “En la empresa sólo se tiene en cuenta a los que se quedan tarde, no a los que venimos a nuestra hora y no salimos a tomar café”, “Mi jefe valora menos mi trabajo, que el de la persona que va a comer con él”, “Mi pareja no va a soportar mucho esta situación. Si sigo llegando tarde a casa por reuniones de última hora, tendré que elegir entre mi pareja y mi trabajo”
¿Realmente alguien cree que las actitudes que estas frases muestran, y que nadie negará que están muy difundidas, benefician a la empresa? Crean malestar, rencillas que sólo benefician a una personas, generalmente el superior que las fomenta, perjudicando a la empresa. ¿No serían las cosas más fáciles si se valorase el resultado del trabajo, se diese libertar de organizarse, se formase a la gente, y se les permitiese mantener una vida familiar plena?
También existe el efecto contrario, trabajadores que no desean aprender, freeriders que “vampirizan” a sus compañeros, expertos del escaqueo. Esperemos que llegue el día en que tanto trabajadores como superiores denuncien estos comportamientos, pues basta uno de ellos, para romper toda la confianza de la dirección en todos los empleados, y viceversa.
Trabajamos con personas, somos personas, pero todos deberíamos hacer un examen de autoconciencia sobre lo que hacemos y lo que aportamos, y cómo comportamientos egoístas que nosotros vemos como normales y no perjudiciales, están teniendo un efecto negativo sobre quienes nos rodean.
En resumen, y generalizando (lo que siempre produce errores) es necesario trabajar mejor, trabajar más pero de forma más libre y adaptada a las necesidades, y aumentar el salario de las personas, pero siempre, en función de que creemos más riqueza.
Inversión tecnológica y educación
Otra de las patas que sostienen la productividad de las empresas, como hemos dicho antes, es la inversión tecnológica y el capital intelectual. Para aumentar su competitividad, las empresas deben invertir en capital tecnológico. ¿Alguien rechaza hoy día la revolución que ha supuesto Internet y el uso del correo electrónico?
Autónomos, Pymes y grandes empresas necesitan ponerse al día en materia tecnológica. La inversión y su coste dependerán del sector, el tamaño de la empresa y sus necesidades. Pero todas deberían realizar un esfuerzo para recoger los beneficios que la sociedad de la información y el desarrollo tecnológico les brindan. La alternativa, es que lo pierdan frente a sus competidores.
El Gobierno por su parte, debe realizar su parte de la inversión, incrementando los fondos destinados a ello. No sólo eso, sino que hay que mejorar el uso de esos recursos para garantizar sus efectividad (productividad del dinero que debe generar la productividad, curioso).
Por último, se deben establecer los mecanismos que permitan que los avances científicos emanen hacia las empresas y que estas puedan acometer las inversiones necesarias para acceder a ellos.
- Escuchemos a los científicos. Ellos nos pueden decir lo que necesitan. Tenemos una de las mejores plantillas de científicos del mundo. En la mayor parte de las áreas, los científicos españoles brillan, tanto dentro, como fuera de España (por desgracia sobre todo fuera). Ellos pueden decirnos cómo financiar proyectos, cómo gestionarlos de forma eficiente, en qué áreas hay que invertir, cómo se puede colaborar con científicos de otros países, y asegurar una buena red de proyectos de vanguardia.
- Escuchemos a los empresarios. Nos pueden explicar qué necesitarían para ponerse al día, cómo asegurar que las inversiones se usen para aquello que se han concedido.
Políticas antiinflacionistas
En cuanto a las variables macroeconómicas, los gobiernos europeos poco pueden hacer por influir en el tipo de cambio, o ya lo habrían hecho. Sin embargo, sí se puede actuar sobre la inflación.
El pacto social antes mencionado debería incluir el compromiso de las empresas de no aumentar los precios de sus productos y servicios. El Gobierno no puede garantizar que esa promesa se cumpla (de la misma forma que el anterior Gobierno no pudo evitar el aumento de precios derivado del Euro), por lo que sólo cabe apelar a la tan traída ética empresarial para ello.
Si se toman las medidas anteriormente explicadas, las empresas conseguirán aumentos de productividad que aumentarán sus márgenes de beneficios. Así mismo, si estas medidas se generalizan, los sueldos subirán más que ahora, generando más riqueza, pero también tendones inflacionistas.
¿Estarán tentados los empresarios y sociedades de recuperar los salarios repercutidos aumentando los precios o trasladarán el aumento de márgenes y los bajarán? ¿Hay que dejar esta decisión en manos del libre mercado o en las de las empresas?
Esta última pregunta, extraña porque parece separar a las empresas del mercado, tiene mucho sentido. Las empresas forman el mercado, pero la ausencia de competencia hace que algunas veces difieran los intereses de unas de las leyes del mercado. Oligopolios, monopolios y competencia privilegiada luchan precisamente contra el libre mercado, intentando imponer sus normas en contra del interés de la sociedad.
Sin embargo, el Gobierno sí puede incrementar el nivel de competencia. Puede liberalizar los diferentes mercados, creando un caldo de cultivo para la competencia, la investigación, las reducciones de precios, etc. Eso promueve el neoliberalismo, ¿por qué no hacerlo en todos los países de la UE al mismo tiempo?
No podemos quedarnos a medio camino. No se puede hacer en un único país, pues crearía una desventaja para sus empresas, respecto a aquellas de los países que no abran sus mercados.
Tampoco podemos dedicar todos nuestros esfuerzos a liberalizar el mercado laboral, controlando lo sueldos, y luego no equilibrar el otro lado de la ecuación asegurando, mediante un aumento de la competitividad, que los mayores márgenes de las empresas no las van a beneficiar exclusivamente a ellas. Todos podemos beneficiarnos de estas medidas. Empresas, trabajadores, la sociedad en general, la investigación, etc.
¿Quién puede poner en marcha los cambios necesarios para que se invierta la tendencia de cuatro o cinco años de deterioro de la productividad? Sea como sea, debemos aumentar nuestra productividad, es el único camino hacia la creación de riqueza.~
Leave a Comment