TRIBUNA VISITANTE: Proyecto de tesis doctoral en tostadas de jaiba

Colonia del Valle,
Ciudad de México

3 de mayo de 2013

Estimados antojadizos:

Pareciera que al venir a México la experiencia gastrofílica comienza con un combo sencillo: harina y maíz amasados para construir una cama de deliciosura que posteriormente recibe un pedacito de cielo porcino que se bautiza como taco de carnitas. Con la posibilidad de expansión en términos de perversión, a este taco se le puede añadir chicharrón y cueritos (fritura de la piel y fritura de las tripas, respectivamente), hierbas y cebolla al gusto. En México el cliché son los tacos y estos se encuentran a la vuelta de cada esquina. No obstante, otra maravilla en el paraíso de los banquetes pantagruélicos de mi país son los mariscos y, sin habérmelo propuesto, en este viaje me obligué a buscar la mejor tostada de jaiba disponible a mi alrededor. La realidad es que las opciones son demasiado extensas y dependen en su mayoría del factor geográfico más allá de la cantidad de galardones Michelin en el currículo y, en esta ocasión, la geografía se puso de mi lado y me teletransportó a los sitios necesarios para saciarme el mismo antojo con el mismo manjar.

Cuando era chica mis padres tenían unos amigos con una casa que tenía un jardín con las extensiones suficientes para apilar cachos de piedra y metal sobre la cual  balanceaban una paellera del tamaño de un jacuzzi. Los hombres se dedicaban a cultivar el fuego y las calorías, las mujeres se alimentaban con conversaciones en alguna zona con sombra y los niños nos aventábamos desde cuanto espacio elevado a nuestro alrededor e interrumpíamos a los mayores sólo cuando llegaba el momento de ponerse de protagonista después de un golpe o un capricho de mocoso. Cuando llegaba el momento de sentarse a comer, hombres mujeres y niños lográbamos una breve armonía generada por la vianda de arroces amarillos y mariscos, de los cuales, mi máximo absoluto era la mitad reglamentaria de jaiba presente en el plato. Si hablamos de comer paella, mi estrategia se ha mantenido la misma y puede que ningún psicópata disfrute tanto el momento culmen de la belleza que me significa segmentar el crustáceo anaranjado con las manos, prepararlo con unas gotas de limón y consumirlo con el tenedor. No sé qué tan delicada o cavernícola sea en este proceso, pero no hubo ocasión en la que mi madre me viera tan concentrada en este punto de la comida que no me comentara el antojo por ósmosis transmitido por quien les suscribe.

Volviendo a mi adultez y al tema de antojo que nos compete en esta ocasión, en estos quince días de visita y consumo exhaustivo tuve la oportunidad de hacer un doctorado en tostadas de jaiba con una amplia selección de casos a analizar desde las obvias tostadas del mercado de Coyoacán, hasta las propuestas de los restaurantes pretenciosos y otros no tanto de la Roma y la Condesa. No es exageración contarles que sin darme cuenta terminaron siendo mi desayuno o incluso la única comida del día; la casualidad favorable estuvo de mi lado poniéndome los pedacitos blancos sazonados en una pulpa olivácea con chile habanero o cualquier picante que me inyectaba morfina en los labios con cada mordida.

El abanico de posibilidades fue infinito y sorprendentemente la ganadora absoluta llegó a mis manos en un puesto con manteles de plástico y  vitrina de vidrio en las calles de la zona de Tepepan. Con tenderos ataviados en ropajes blancos y sombrerito de taquero que freían las tortillas al momento y servían con cucharas gigantes de metal y una limpieza impecable, este lugar al sur de la ciudad me reafirmó la complejidad de la ejecución de los antojos para saciar al mexicano. En este momento, mi antojo se ha convertido en memoria y de vuelta en Buenos Aires miraré por la ventana con nostalgia cada que regrese a mí este deseo vivo y pasajero que saciaré hasta que vuelva a estar en mi país.

Besos,

La antojadiza de Denisse.~