Las injusticias del Eureka

«Action without a name, a “who” attached to it, is meaningless.»
Hanna Arendt, The Human Condition 

EL HOMO SAPIENS se diferencia de todos los mamíferos, plantas y piedras por albergar un cerebro con la capacidad de generar un sistema lingüístico complejo. Los perros ladrarán y los delfines se reirán de nosotros; los babuinos se desarrollarán hasta el comparativo de un niño de cuatro años de edad, pero ninguno de los anteriores puede generar estructuras, elaborar conceptos y, mucho menos, volverse loco por ellos. La culpa hasta ahora se le atribuye al gen FoxP2: el enlace perdido, la iluminación existencial o como se le quiera llamar. Nadie sabe el porqué de nuestro sistema de palabras. No obstante, son éstas las que nos definen el día a día en un universo incomprensible en el que los diccionarios son aquellos elementos donde creatividad y valor se conjuntan en la conceptualización del todo.

El hombre es creativo y comunicativo por naturaleza, se hace Prometeo del mundo (des)conocido sin importarle las cadenas, es el héroe de la historieta, novela, ensayo científico y poema. El ser humano es todo, naturalmente. Así de creativo y chingón, un poco soez pero precisamente, el ser humano piensa, crea y sintetiza obras maestras. No obstante, está encadenado al tributo invisible, al Eureka. La historia nos cuenta cómo Arquímedes pudo declamar ¡Eureka! hasta que después de sumergirse en la bañera, descubrió la propiedad de la densidad por el desplazamiento del agua. Mientras tanto, la famosa primera persona del singular en la categoría combinable con tiempo y modo o, el aoristo (para los puristas de la lengua) del verbo heurisko: ‘encontrar’ en español, es núcleo de una expresión compleja que, además de tener que conjugarlo en pasado para que lo terminemos por entender como un ¡lo he encontrado!, se vuelve cada vez más inalcanzable para el común. Vivimos en un mundo donde la fama se le adelanta al prestigio y la primera le paga al Eureka, Televisa, Santillana, Condé Nast o como se le quiera nombrar y, a menos de que exista un cortejo y un tributo, cualquiera podrá ser genio, pero hasta bajarse los pantalones estará condenado a gritar ¡Eureka! antes de recibir el pase al Monte Olimpo de los creativos.

Alguna vez Hunter Stockton Thompson escribió que si ibas a ser un demente, más te valía recibir alguna remuneración, de lo contrario te encerrarían en el manicomio, o en la cárcel, si eres muy pendejo. La realidad es así de simple: a menos de que te paguen por tu sabiduría, a nadie le interesa lo lindo de tus artesanías ni lo profundo de tu postura filosófica. Para colmo, terminan por ser lo mismo. Debes de ceder la postura física antes de hacerte de una postura ideológica.

El hombre cedió y sus sistemas, también. Se le generaron foros y audiencias a los iletrados y para muestra, mil botones: tenemos a los periodistas que sólo por trabajar en una publicación se cuelgan el título académico. Están los comunicadores que chupan medias a cuadro y rebosan de followers. Tenemos escritores que tras recibir el cetro de la intelectualidad dejan de contestar mails y hay muchos otros vivos que simplemente se adelantan al tributo y terminan por acuchillar espaldas sin ton ni son. Todos están ahí y todos se masturban colectivamente, no vaya a ser que alguien descubra que la fórmula al éxito no es gritar ¡Eureka!, sino simplemente hacer las cosas y aventarse el chapuzón como Arquímedes.

Más allá de las injusticias del mundo moderno y la bola de trepadores e inoportunos en los foros de opinión, es necesario señalar la pequeña luz al fondo del túnel. El ser humano es creativo y pensante y, por difícil que sea enfrentar un día a día plagado con entes colocados en esferas de poder, nos faltan recordatorios de la falta de complejidad intrínseca en ponerse hacer las cosas. Todo mundo puede y, mejor aun, todo mundo debe: es necesario tomar acción a nivel personal y no pensar en terceros, no esperar al ¡Eureka!, ni detenerse por su supuesta ausencia. El ser humano ha inventado el término procrastinación para dejar los hitos implantados en un futuro que depende de la idoneidad de las cosas y, por este mismo desplazamiento de la imaginación, al hombre y a las mujeres se nos ha olvidado lo fácil que es generar una realidad a partir de lo que pasa en nuestra cabeza. Por lo tanto, mandemos a cagar el grito antiguo y programemos uno nuevo que se acople a nuestro día a día, gritemos ¡a huevo! cada que nos salgan bien las cosas que, por mucho que haya otros viéndolas con la insegura mirada de la prepotencia, son nuestras y son reales. Evitemos esa tendencia a quedarnos en el imaginativo que el mundo real es visiblemente mejor.~