La verdadera promoción del crecimiento

La economía del país experimenta un desempeño paupérrimo respecto a su potencial, en buena medida porque en lugar de analizar los problemas y resolverlos, dominan los dogmas, mitos e intereses irreconciliables. La política mexicana se dedica a proteger y preservar grupos, valores e ideologías más que a darles viabilidad de largo plazo y, sobre todo, a cumplir la misión fundamental de la política: conciliar posturas e intereses encontrados. La capacidad de articular una estrategia de crecimiento de largo plazo queda inexorablemente subordinada a los intereses, pero sobre todo a la ignorancia que es producto de una visión ideológica más que pragmática del desarrollo.

Entre los países exitosos en términos del crecimiento de su economía hay dos denominadores comunes: han reconocido la dinámica de la era de la globalización y cada uno ha adoptado estrategias distintas para lograr una inserción exitosa.

China es un caso ilustrativo en más de un sentido. En los setenta, el gobierno chino decidió que era tiempo de salir del letargo en que los dogmas revolucionarios habían sumido a su país. De manera cauta en un primer momento, seguida de un proceso acelerado después, los chinos fueron tomando las decisiones que fueran necesarias para acelerar el proceso de crecimiento de su economía. Su manera de actuar ha sido casi exactamente la contraria a la que ha caracterizado a la política mexicana. Allá, el temor de perder la estabilidad y el control político ha llevado al gobierno a reformar todo lo que sea necesario con tal de que se mantenga un elevado ritmo de crecimiento económico. La prioridad medular ha sido mantener el ritmo de crecimiento. Así, mientras que en México el crecimiento ha sido magro en buena medida por la indisposición política a reformar, en China no hay reforma (económica) que sea imposible.

Chile entendió su posición en el mundo y se ha dedicado a explotar sus ventajas excepcionales, las cuales tienen que ver esencialmente con posición geográfica y recursos naturales. Reconociendo la vulnerabilidad asociada a la inestabilidad económica para cualquier economía, pero sobre todo para una tan pequeña y relativamente vulnerable, el gobierno chileno –igual de derecha que de izquierda- ha hecho casi una religión de la ortodoxia económica, lo que incluye no sólo las cuentas fiscales, sino también el ahorro público (a través del equivalente de las afores). La liberalización de importaciones llevó a los chilenos a identificar sus ventajas comparativas y eso se tradujo en una agricultura industrial de nivel mundial, y en cosas antes inimaginables, como la de convertir lo que muchos veían como una desventaja, sus mares fríos, en una nueva fuente de riqueza con el cultivo de salmón y otras especies marinas. En menos de una generación, Chile abandonó todos los dogmas y mitos típicamente latinoamericanos sobre el crecimiento económico, para convertirse en la envidia de toda la región. Fuera de Europa, sobre todo Irlanda y España, es difícil encontrar un ejemplo más palpable del éxito de una estrategia de desarrollo pensada, planeada y ejecutada.

No hay razón alguna por la cual no pudiéramos nosotros imitar esos éxitos. Pero el éxito depende de nuestra capacidad y disposición para aceptar el mundo como es y adaptarnos a esas realidades. Además, mientras que antes una persona competía por un empleo con sus vecinos en su cuadra o colonia, el niño mexicano que hoy nace va a competir por un empleo con un niño igual que él de Japón, Estonia, Irlanda y China. La posibilidad de que logre un empleo productivo y bien remunerado va a depender de dos cosas: su propia capacidad y capital (salud y educación), así como de las condiciones que haya creado su gobierno para atraer la inversión.

El mundo ha cambiado y exige estrategias de adaptación que sean compatibles tanto con esos cambios como con las características propias del país y su población. Lo que funciona en un lugar no necesariamente funciona en otros. La lección que arrojan los ejemplos exitosos es que hay que construir sobre lo que funciona, por ejemplo la exportación. Pero la visión burocrático-política hace lo contrario: ésta se reduce a tratar de salvar a la planta productiva vieja e improductiva. La clave debería estar en cómo crear nuevas fuentes de riqueza; no en preservar las de pobreza que sobreviven.

El problema es que esta concepción choca frontalmente con la noción que domina la mentalidad política en el país. Todos aquellos que crecimos en un entorno de aislamiento nos formamos bajo paradigmas del desarrollo que ya no son aplicables. El gobierno, los políticos y la burocracia pueden desear muchas cosas, pero lo que hace exitoso a un país en la actualidad es la presencia de un sistema moderno de regulación gubernamental que promueve al crear condiciones propicias para el desarrollo. El crecimiento de la economía mexicana se logrará cuando los políticos abandonen los paradigmas de su infancia y los substituyan con un reconocimiento pragmático de que el mundo de hoy exige nuevas maneras de pensar y actuar.

 

Artículo inicialmente publicado en el diario El Semanario (México, Marzo 23, 2006). Agradecemos al autor el permiso para la reproducción del mismo.