Hibridaciones sinápticas: Sobrevivir al miedo

Un texto de Iliana Vargas | Fotografía Xinhua/David de la Paz

 

EL 19 DE SEPTIEMBRE pasado estaba terminando el texto que pensaba entregar para la columna de este mes. Era sobre Hildegard von Bingen y su experiencia visionaria. Lo estaba trabajando en la oficina cuando empezó el terremoto, así que el archivo se quedó abierto e inconcluso en la computadora de allá, y aunque sé que puedo iniciar el texto de nuevo, necesito hablar del temblor que seguimos experimentando por dentro, cada día. No insistiré en la solidaridad y el despertar de la sociedad mexicana como colectivo que interactúa reparándose en la medida de lo posible, porque eso ustedes ya lo han visto en las imágenes y crónicas que empezaron a circular hace unos días. Hay otro factor que me ha movido a partir de experiencias cercanas con familiares, amigos y compañeros de trabajo: darme cuenta de cómo el miedo es más terrible que el sismo en sí. La psicosis renacida a partir del recuerdo del desastre de 1985 ha provocado tal cantidad de derrumbes emocionales que mucha gente aún es incapaz de hablar, dormir o meterse a bañar sin sentir que en cualquier momento sonará de nuevo la alerta sísmica. El miedo y la tristeza que observo en sus rostros, en todo su cuerpo, me parece igual de terrible que el de las personas damnificadas, porque es como si hubieran perdido una parte de sí mismos, como cuando los nahuas se referían a estar enfermo de espanto:

Según varios autores y otros artículos publicados, la causa principal de la pérdida de la sombra es el susto que puede llevar, como consecuencia, al espanto, que es otro concepto de la cosmovisión nahua.

Es el resultado de sufrir un terror súbito.

Se dice que la persona ha perdido la sombra o el tonalli, se siente muy débil y languidece. La gente cree que cuando se produce una tormenta, o se está en algún lugar aislado, se ve a un fantasma o a un muerto, si recibe una noticia inesperada o aparece un animal de forma sorpresiva y agresiva, se produce un susto y la persona afectada cae un en estado de desánimo, tristeza, no duerme adecuadamente o está intranquila. Es cuando se llega a la conclusión de que se ha perdido la sombra y ésta se queda en el lugar donde se produjo el susto; y debido a esto, el asustado anda por la vida sin esa parte necesaria, pierde el ritmo de sus actividades, se encuentra distraído o no se concentra, no come bien y está desganado.

¿Cómo ayudarles cuando la pérdida viene desde tan adentro, desde su propia confianza y seguridad? Porque no es lo mismo salir y comprar víveres y medicinas y llevarlos a un centro de acopio; o empacar y cargar cajas; o ir a quitar escombros, que sentarse a lado o frente a una persona que no sufrió daños físicos ni materiales pero parece ida, apenas y habla, emana tensión y vulnerabilidad ante algo impredecible, que no está en nuestras manos y nos sobrepasa a todos, como lo es la fuerza destructiva del movimiento natural de la tierra. En esos momentos, por mucho que uno haya hecho durante el día en las calles, sobreviene una sensación de inutilidad inmediata, pues se descubre que ni un abrazo ni una muestra de cariño es capaz de reparar la grieta que el miedo ha dejado en la esencia humana de quien está junto a ti.

Sé que existen terapeutas, psicólogos y diversas técnicas que van de la meditación a prácticas ancestrales; sé que quizá los más fuertes recurrirán al “agradece que estás vivo y que no perdiste nada ni a nadie”; sé que como toda huella traumática, irá sanando poco a poco, pero sé también que al menos por ahora, estas personas tendrán que hacer un enorme esfuerzo por reestructurar su vida cotidiana; algunas, incluso, quizá inicien un éxodo hacia otros estados del país, como sucedió en el 85.

Por mi parte, aunque también viví un gran susto, y de hecho una situación demasiado caótica para abandonar el edificio donde me encontraba aquel día, pienso que el proceso que estamos viviendo al salir a las calles y a comunidades que ni sabíamos que existían, también es una forma de mantenernos lúcidos, despiertos, alertas; de saber que estamos viviendo una tragedia, sí, pero que podemos convertir el miedo y la angustia en actos que buscan curar a los demás para curarnos a nosotros mismos.~